Para qué escribimos en los periódicos
En mis novelas, no puedo decir ni Sí ni No (las novelas lo tienen prohibido); en este artículo, en cambio, sí puedo decirlo


Durante una pausa de un encuentro de escritores organizado en Roma por Georgetown University, le pregunto a Pankaj Mishra por qué vive desde hace años en España. “Porque es el mejor país del mundo”, me contesta. “Eso lo dices porque nos conoces poco”, replico. Mishra se ríe; ha nacido en la India, escribe en inglés, acaba de publicar El mundo después de Gaza y es uno de los creadores del evento. “Hablo en serio”, insiste. “Por ejemplo: España es el único país que conozco donde los escritores publicáis habitualmente en la prensa”. “Eso a algunos no les gusta”, le informo. “Sobre todo, a los politólogos”. “Claro”, dice. “Porque creen que les estáis quitando el trabajo; y porque piensan que la política es una ciencia. Pero no lo es”. “No”, admito, recordando a Javier Pradera. “La ciencia política es a la ciencia lo que la música militar a la música”. Mishra vuelve a reírse; concluye: “Por eso es bueno que escribamos en la prensa”.
Mishra lleva razón, pero solo en parte: no creo que España sea el mejor país del mundo; lo que pasa es que somos mucho más críticos con nuestros propios países que con los ajenos, cuyos defectos detectamos con menos facilidad, y nos irritan menos. Pero, aunque suene a apologia pro domo sua, no me parece malo que los escritores escribamos en los periódicos. Insisto en lo elemental: la palabra “política” viene de “polis”, que en griego significa más o menos “ciudad”, y la ciudad es de todos, incluidos los escritores; la palabra “democracia” significa en griego “poder del pueblo”, y el pueblo somos todos, incluidos los escritores. Por eso está bien que participemos en el debate público: porque, además de escritores, somos ciudadanos, y porque es bueno que los ciudadanos intervengamos en el debate público; mejor dicho: no existe democracia digna de tal nombre sin que lo hagamos. De la manera que sea: escribiendo artículos, discrepando o mostrándonos de acuerdo con esos artículos, opinando en las redes sociales, manifestándonos por la calle. En el encuentro de Roma, que estuvo casi monopolizado por escritores anglófonos, la atmósfera era de un pesimismo espoleado por la presidencia de Donald Trump y los crímenes de Gaza. En determinado momento la novelista británica Zadie Smith dijo que nuestras democracias han fracasado, que la gente está decepcionada de ellas; es verdad (y por eso triunfa por todas partes el populismo); pero, de nuevo, solo es verdad en parte: quienes nacimos en una dictadura sabemos que hay diferencia entre una dictadura y una democracia, y que la peor democracia es mil veces mejor que cualquier dictadura, entre otras razones porque una democracia, por pobre y defectuosa que sea, es perfectible, infinitamente perfectible, y perfeccionarla depende de nosotros, lo cual significa que las democracias no han fracasado, o que todavía podemos impedir que fracasen. En otro momento, la novelista turca Ece Temelkuran argumentó que, para los amos del mundo actual —los Trump, Musk, Zuckerberg, Bezos—, nosotros, los ciudadanos de a pie, no existimos; mucho me temo que esto es verdad sin más. Pero el caso es que sí existimos: la prueba es que aquí está usted, leyendo este artículo, y aquí estoy yo, escribiéndolo. Y es cierto que yo, en mis novelas, no puedo decir ni Sí ni No (las novelas lo tienen prohibido: las novelas dicen Sí y No al mismo tiempo, dicen que don Quijote está loco, pero no está loco, que es ridículo, pero también heroico); en este artículo, en cambio, sí puedo decirlo: hay que parar a los amos del mundo, hay que parar el genocidio en Gaza, hay que parar la agresión imperial en Ucrania. No sirve de nada, por supuesto, salvo para que usted esté de acuerdo o en desacuerdo; pero incluso su desacuerdo es una forma de acuerdo, de solidaridad entre nosotros. Y esa solidaridad, por poco que sea, es mucho.
Para eso escribimos en los periódicos: para no sentirnos solos, para dejar constancia de que continuamos existiendo, de que esto es cosa de todos. Para eso escribimos y para eso leemos; por lo mismo que nos reunimos un puñado de escritores en Roma: para no andar por el mundo sintiéndonos sometidos. Para oponer resistencia.
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