Contra la oscuridad
La lucha por la claridad es una lucha contra el poder, una lucha por la ciudadanía. Eso también es tarea de la literatura


Hay escritores que se encogen con el tiempo y escritores que se agrandan con el tiempo. Primo Levi está entre los últimos. Levi es conocido sobre todo por Si esto es un hombre, un libro en el que evoca su paso por Auschwitz, donde permaneció 10 meses en las postrimerías de la II Guerra Mundial; a esa experiencia inenarrable —que él narró al poco de salir, con una serenidad y una lucidez insuperadas— consagró varios libros que bastarían para considerarlo uno de los escritores imprescindibles del siglo XX. Pero, aunque es verdad que Auschwitz permea su obra entera, Levi escribió también relatos y novelas magníficos, ensayos extraordinarios y hermosos poemas. Su obra completa no se ha publicado en castellano, pero casi no hace falta: con cuatro rudimentos de italiano, el lector español puede regalarse el festín de leer a Levi en su propia lengua. En cuanto a mí, me resisto cada vez más a salir de casa sin uno de los dos gruesos volúmenes de sus obras publicados por la editorial Einaudi, uno de los cuales contiene una elocuente defensa de la claridad: “Sobre el escribir oscuro”.
Cuentan que un catedrático español estaba dictando una conferencia a uno de sus discípulos cuando hizo una pausa y preguntó si se entendía lo que estaba diciendo; el discípulo se apresuró a responder que sí. Tras un instante de reflexión, el catedrático añadió: “Pues oscurezcámoslo un poco”. La anécdota, es inevitable, recuerda aquel pasaje celebérrimo de Juan de Mairena donde Machado se ríe de quienes piensan que escribir bien consiste en escribir “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” y no, simplemente, “Lo que pasa en la calle”. Pero el problema no es solo español: el prestigio de la oscuridad es universal, casi imbatible; Levi, sin embargo, se bate valerosamente contra él. “El lector de buena voluntad debe estar tranquilo: si no entiende un texto, la culpa es del autor, no suya”, advierte. “Es tarea del escritor hacerse comprender por quien desea comprenderlo”. Amén. Pero incluso yo, que soy un fanático peligroso de la claridad, admito que caben excepciones: el Ulises de Joyce o el Polifemo de Góngora —“El incómodo Polifemo”, lo llama Borges— son herméticos y colosales; el mismo Levi discute con su acostumbrada probidad la obra de autores que también parecen excepciones —Pound, Trakl, Celan— y en el fondo no lo son. Sea como sea, no hay duda: quien no es capaz de expresar con claridad lo que piensa, por arduo que sea, no sabe pensar, o intenta ocultar tras la reputación inmerecida de la oscuridad la indigencia de su pensamiento. Vera ars velat artem (el arte verdadero oculta el artificio), reza un aforismo que Google me atribuye; si es verdad que fui yo quien lo acuñó, por una vez —y sin que sirva de precedente— estoy de acuerdo conmigo mismo: tal como yo lo entiendo, el oficio de escritor consiste en trabajar a brazo partido para que no se note todo lo que uno ha trabajado (razón por la cual no me gusta esa clase de plumífero que en cada frase parece querer cobrarle al lector el esfuerzo que le ha costado escribirla); quien no sabe convertir en transparente lo complejo y en fácil lo difícil es que no ha entendido de verdad lo difícil y no tiene nada complejo que contar. Esto vale para cualquier rama del saber, empezando por la ciencia: creo que fue Stephen Hawking quien aseguró que, si alguien no es capaz de explicar la teoría de la relatividad a unos adolescentes en el curso de una clase, de forma que todos entiendan lo esencial, es que no sabe la teoría de la relatividad. Levi, que era químico, aprobaría el dictamen.
Traduzco a Levi: “Hablarle al prójimo en una lengua que no puede comprender puede ser el vicio de algunos revolucionarios, pero no es un instrumento revolucionario: por el contrario, es un antiguo artificio represivo, conocido por todas las Iglesias, típico de nuestra clase política y fundamento de todos los imperios coloniales”. Y concluye: “Es una forma sutil de imponer el propio rango”. En otras palabras: la lucha por la claridad es una lucha contra el poder; es decir: una lucha por la ciudadanía. Eso también es tarea de la literatura.
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