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De Oslo a Bergen en tren, con una parada para disfrutar del icónico ferrocarril de Flåm

Las dos dinámicas ciudades de visita obligada en Noruega están unidas por el Bergensbanen. Una línea principal que permite detenerse en fiordos, lagos y pueblos con encanto

Tren Flåm

Construir la red ferroviaria sobre la complicada orografía de Noruega siempre fue una odisea, pero el resultado es espectacular y para los viajeros, un privilegio. Si solo se tiene tiempo de recorrer el sur del país, el Bergensbanen (ferrocarril de Bergen) es una magnífica opción: cubre el trayecto Oslo-Bergen, y es igual de bonito en cualquier dirección. Pasa por ríos impetuosos y bosques misteriosos, y atraviesa la desolada y seductora meseta de Hardangervidda. El viaje se puede interrumpir para tomar el Flåmsbana (el ferrocarril de Flåm), de estilo vintage, y bajar por dos fiordos de camino a Oslo. O, en sentido contrario, terminar en Bergen.

Si solo se tiene tiempo para visitar un fiordo noruego, que sea el Sognefjord, por el que nos adentra esta combinación ferroviaria. Con unos 204 kilómetros, el Sogne es el se­gundo fiordo más largo del mundo (tras el Scoresby Sund, de 350 kilómetros, en Groenlandia). Las vistas son extraor­dinarias, una combinación elemental de roca verti­ginosa, nieve y hielo invernal, y aguas con todos los tonos de azul. Además, hay algunas aldeas preciosas en sus márgenes y el icónico y casi vertical ferrocarril Flåmsbana.

Oslo, punto de partida

El punto de partida de esta ruta ferroviaria puede ser Oslo. A orillas de un fiordo y rodeada de bosques, es un buen preámbulo de los paisajes que esperan en el camino hacia Bergen por el interior. Pero, además, es una capital cosmopolita para disfrutar del arte y la cultura, empezando por el Teatro de la Ópera y el Museo de Arte Moderno Astrup Fearnley, dos atrevidas incorporaciones arquitectónicas al paisaje urbano.

Más información en la guía Lonely Planet de Noruega, en Europa sin avión y en la web lonelyplanet.es.

Esta tranquila ciudad ha ido ganando en atractivos para el visitante, que llega ávido de adentrarse en los fiordos o ir hacia el norte polar. Merece la pena dedicarle unos días para ver sus lugares más interesantes, como el Palacio Real y la fortaleza de Akershus, o simplemente para contemplar las vistas del fiordo desde la Ópera. Tras admirar el arte, el diseño y la arquitectura del Museo Nacional, podemos ir al puerto para elegir entre los muchos bares y restaurantes de Aker Brygge.

Vista de la Ópera de Oslo y, a la derecha, el Museo Munch.

La capital noruega tuvo que decidir entre remodelar el descuida­do frente marítimo para la industria o re­pensar la zona y crear espacios accesibles para todos. Optó por esto último y en el año 2000 se comprometió a crear Fjordbyen, la ciudad de los fiordos. Gracias a esta decisión, hoy los habitantes y visitantes de Oslo disfrutan de una ex­cepcional oferta cultural, interesantes proyectos arquitectónicos, playas, parques y un pa­seo en el puerto.

En 2008 se inauguró la primera de las gran­des atracciones: la Ópe­ra de Oslo, diseñada por Snøhetta en mármol y vi­drio, con ángulos marcados. En 2011 llegó el Barcode, de innovadora arquitectura y con es­pacios por donde pasear. Más recientemen­te, la inmersiva Deichman Bjørvika ha re­definido el concepto de biblioteca pública, y el nuevo Museo Munch invita a descubrir las obras de una de las figuras más venera­das de la ciudad. En 2022, se inauguró el Museo Nacional, que en sus 54.600 metros cuadrados celebra el arte, el diseño y la arquitectura.

Otra de las apuestas de la ciudad ha sido la gastronomía: con la limitada propuesta de productos nórdicos, los noruegos hacen maravillas y han logrado crear una cocina original, donde predo­minan los menús creativos y de tempora­da y sus chefs vanguardistas atraen a foodies de todo el mundo y a los críticos de las estrellas Michelin que brillan por toda la ciudad.

Pero la gran propuesta de Oslo es la sostenibilidad y la naturaleza. Recibió el título de Capital Verde Eu­ropea en el 2019, pero no se ha dormido en los laureles: proyecta plantar 100.000 árboles hasta 2030 y anima a los ciudadanos a reutilizar y reci­clar para reducir el consumo.

Sin embargo, no todos los avances han sido bien re­cibidos por los vecinos; el proyecto de los altos edi­ficios de Barcode, para resolver la necesidad de viviendas, fue el más controvertido de la historia de Oslo. Y aunque la ciudad se transforma, algunos elementos permanecen: sus frondosos bos­ques, su bello fiordo y su siempre vigilante fortaleza de Akershus, que garantizan que este destino siga siendo reconocible.

Desde Oslo se puede tomar el tren Bergensbanen hacia el oeste y atravesar los valles hasta Geilo. Hay cuatro trenes que unen a diario Oslo y Bergen, y Geilo es la pausa a medio camino, a unas tres horas y media de trayecto desde la capital.

Geilo y Finse: la entrada a la Noruega salvaje

Geilo, estación de esquí y destino para excursionistas en verano, es un buen punto de partida para explorar las rutas del parque nacional Hallingskarvet, una meseta yerma y cubierta de glaciares al noroeste del pueblo, que no se parece a ningún otro lugar de Noruega. Hallingskarvet es el parque nacional más grande del país (3.430 kilómetros cuadrados), pero también la zona con menos densidad de población y el hogar de la mayor manada de renos salvajes. Pero lo que hace de este parque algo tan especial es su horizonte infinito y la austera belleza de una región por la que deambulan libremente los renos. Estamos en el corazón salvaje de Noruega, donde la naturaleza manda por completo, y marca una fronte­ra geográfica y psicológica entre el verde sur, el azul profundo de los fiordos y el norte helado. Un paisaje asombroso, por el que se puede caminar durante días, cruzar glaciares, buscar fau­na salvaje… Numerosas pistas cruzan la meseta en todas direcciones y, como norma general, casi todas las que están bien señaliza­das parten de Vøringfoss, Finse o Geilo.

Un excursionista por el parque nacional Hallingskarvet, es más grande de Noruega.

Desde Geilo, el tren Bergensbanen inicia la ascensión a Finse, la estación a más altura de la red ferroviaria noruega que se convirtió en el planeta Hoth en El Imperio contraataca, Episodio V de Star Wars. Es también punto de parada y partida para los senderistas más preparados: los que quieran probar, una de las mejores rutas son los dos días de Finse a Vøringfoss, bordeando el glaciar Hardangerjøkulen y en la que se hace noche en Rem­besdalsseter. Los dos extremos de la senda pueden estar llenos de excursionistas, pero en cualquier punto intermedio uno se sentirá como si se hubiera caído del mapa.

Desde Finse nos queda solo otra media hora en tren hasta Myrdal, donde se puede tomar el tren de Flåm.

El tren de Flåm, con ambiente ‘vintage’

Solo son 20 kilómetros de recorrido, pero el tren de Flåm (Flåmsbana) tiene la personalidad de una línea transcontinental, icónico y casi vertical. Se abre paso por 20 túneles, serpenteando y descendiendo 850 metros, desde las cumbres a los prados a orillas del Aurlandsfjord.

La minúscula Flåm, resguardada entre montañas, se lo debe todo a este tren. Flåm está en las profundidades del interior del Aurlandsfjord, uno de los más bellos fiordos noruegos. El Flåmsba­na, que discurre por túneles de montañas, pronunciados barrancos y cascadas, es una maravilla de la ingeniería y una de las líneas ferroviarias más empinadas del mun­do. Este tren vintage tarda 45 minutos en subir/bajar a la estación de montaña de Myrdal. El tren combina horario y ubicación con el ferro­carril Oslo-Bergen, lo que facilita mucho el viaje.

Recorriendo el fiordo noruego más bello

Flåm es, además, la puerta de entrada para conocer el Sognefjord. Las vistas son extraor­dinarias. Existen muchas oportunidades para dejar atrás las multitudes de visitantes de los puntos más turísticos y disfrutar a solas de un rincón de este paraíso, en bicicleta por las montañas o en kayak con las focas. Por cada bonita pero abarrotada aldea, y por cada centro turístico como Flåm o Aurland, encontraremos pueblos junto al fiordo inalterados por el tiempo.

Vista de Sognefjord, el fiorodo más largo del país.

El Aurlandsfjord es un espectáculo para contemplar desde arriba y maravillarse ante el profundo y angosto fiordo, que recorre casi 30 kilómetros separándose del Sognefjord en un abismo acuáti­co de apenas 2.000 metros de ancho en algunos puntos. En lo alto del Aurlandsfjord están algunos de los mejores mi­radores del país, que se disfrutan ya desde los mismos caminos para llegar a ellos. Solo en verano los 45 kilómetros de la Aurlandsfjellet (o Snøvegen, “carretera de la nieve”, como se la llama localmente) trazan una de las carreteras de montaña más espectaculares. Esta vía sinuosa y estrecha sube del nivel del mar al altiplano desolado y lleno de rocas que sepa­ra Aurland de Lærdal y luego desciende. Por el camino se suele parar en Stegastein, un mirador que sobresale so­bre el abismo a 630 metros sobre el fiordo de Aurland. Rodeada de pi­nos y apoyada sobre una base de hormigón y acero, esta plataforma de osado diseño solo ofrece una barandi­lla de vidrio entre el visitante y el vacío. Aunque no se reco­rra toda la Aurlandsfjellet, se puede llegar a Stegastein por una sinuosa carretera de ocho kilómetros desde Aurland. Instagram está lleno de fotos tomadas en este mirador tan espectacular.

Stegastein, un mirador que sobresale so­bre el abismo a 630 metros sobre el fiordo de Aurland.

El otro brazo de Sognefjord, el Nærøyfjord, es casi el fiordo perfecto y por eso es uno de los más visitados, por sus acantilados y sus cascadas que caen desde las alturas. La mejor forma de disfrutarlo es con un crucero, que suele implicar tomar uno de los barcos regulares que circulan en verano entre Flåm y Gudvangen.

Si nos agobian los turistas, que por aquí los hay, y muchos, siempre nos queda descubrir otras aldeas casi perdidas. Como Otternes, que quedó abandonado en la década de 1990. Hoy se puede subir por una estrecha carretera de tierra (o a pie desde Flåm). Las vistas son asombrosas, con 27 granjas restauradas entre las nubes de la mañana. Parece un plató de cine. Undredal es una de las aldeas más tranquilas y bonitas. Casi todos los barcos paran, pero pocos viaje­ros desembarcan. Si se conduce desde Flåm por la angosta carretera de montaña hasta Undredal, podremos sentirnos solos en este pequeño paraíso: hay que apagar el motor, aparcar y caminar. Aún mejor es pernoctar: el aire se llena de magia cuando caen la oscuri­dad y el silencio. Con apenas 60 habitantes todo el año, la al­dea se llena cuando llega un barco turístico, pero la tranqui­lidad vuelve rápidamente. Imprescindible: probar el queso de cabra local (se vende en el embarcadero y las queserías de Undredal). Incluso en in­vierno, este enclave se salva de los peores fríos, pues tiene un microclima gracias a las altas montañas que almacenan el calor diurno si hace sol.

Vista desde una travesía en barco del pueblo de Undredal, en el fiordo de Aurland.

Flåm: preciosas aldeas junto al fiordo

En pleno verano, los 400 habitantes de Flåm se ven invadidos por barcos y autobu­ses llenos de visitantes. Pero pocos se quedan más de lo que se tar­da en cambiar de medio de transporte y visitar rápidamente las tiendas de recuerdos. Quienes lo hagan se ven recompensados. El gratuito Mu­seo del Ferrocarril de Flåm narra la historia de la construc­ción del Flåmsbana. También merece la pena ver la iglesia, construida en 1667 y hoy con elementos de muchos siglos dife­rentes. Otra opción es realizar una excursión de unos cinco kilómetros (ida y vuelta) que sube por el valle de Flåm a la impresionante cas­cada Brekkefossen.

Son muchos quienes también emprenden una de las mejores travesías del país en uno de los ferris híbridos y eléctricos que zarpan de los muelles de Flåm para atravesar dos fiordos paralelos. A cada viraje se descubren cascadas que caen por las verticales paredes de piedra que se elevan desde el agua, granjas en las montañas y picos nevados a lo lejos. Cada día parten cuatro ferris eléctricos (dos en invierno) de Flåm a Gudvangen, en el Nærøyfjord (dos horas por trayecto). También se puede probar la experiencia de ir por el agua en kayak (se puede alquilar en Flåm Njord).

Toda huella de turismo de masas se desvanece en los 12 kilómetros del sendero de Flåm a Aurland, que discurre junto al fiordo y que puede hacerse también en bicicleta (en la oficina de turismo de Flåm se alquilan). No hay mucho que ver en Aurland, excepto las vistas. El panorama desde el paseo marítimo es el mejor de los que ofre­cen las poblaciones del Nærøyfjord. Merece la pena parar en la blanquísima iglesia medieval de Vangen, de 1202, la más gran­de de Sognefjord, a la que llaman la “catedral de Sogn”.

Voss, capital del turismo extremo

La autodeclarada capital noruega de los deportes de aventura es el lugar ideal para practicar descenso de barrancos, rafting o paracaidismo. Voss también es donde se conecta de nuevo con el Bergensbanen tras la excursión por los fiordos y el recorrido del Flåm. Voss conserva una fuerte personalidad noruega y su ubicación es perfecta: entre la magia de los fiordos y el en­canto de Bergen. Situada entre dos lagos, ro­deada de montañas y con fácil acceso a Bergen y dos de los fiordos más largos (el Sognefjord y el Hardangerfjord) del país, ofrece prácticamente todo tipo de actividades al aire libre.

En Voss se celebra en junio el mayor festival de deportes extremos del mundo y se puede ver a profesionales de salto base, longboard y otras modalidades. Pero todo el año se puede practicar desde ciclismo de montaña hasta rafting de aguas bravas. Y, si no es suficiente, se puede op­tar por parapente o paracaidismo en tándem con Skydive Voss o volar en el túnel de viento de Voss Vind. Los menos adictos a la adrenalina pueden dedicarse a pasear por las orillas del lago Vangsvatnet y tomar una cerveza en Voss Bryggeri.

El teleférico de Voss a Hangurstoppen

El Voss Gondol lleva desde la estación de Voss a Hangurstoppen, a 820 metros sobre el nivel del mar.

El modernísimo Voss Gondol lleva desde la estación de Voss a Hangurstoppen, a 820 metros sobre el nivel del mar, en menos de nueve minutos. En la cima esperan kilómetros de pistas de senderismo y vistas fantásticas de la ciudad y el lago Vangsvatnet. Forma parte del Voss Resort, una de las mayores estaciones de esquí del oeste de Noruega, con 18 telesillas y 24 pistas, así como 18 kilómetros de cuidadas pistas de esquí de fondo. En los me­ses cálidos, se puede subir la bicicleta de montaña en el tele­férico (se alquilan en la base). Y el lago alpino Valbergstjørni cuenta con una plataforma para nadar, así que no hay que olvidarse el bañador. En la estación superior, el Hangurstoppen Restaurant sirve menús de temporada con platos que utilizan productos de granjas locales.

Varias rutas de senderismo regresan a Voss y otras siguen subiendo por las montañas. La más ambiciosa lleva a Løna­horgi, que asciende a una altitud de 1.410 metros. En el otro extre­mo, hay un sendero de un kilómetro, accesible en silla de ruedas, con vistas panorámicas de Voss. En este camino se encuentra el columpio Hangurshusko, popular por sus amplias vistas, que tienta a lanzarse a volar sobre el paisaje. La foto está garantizada.

Bergen, fin de trayecto

La gran estación de piedra de Bergen marca el final de la ruta. Muchos dicen que si solo se puede elegir una zona de Noruega, hay que ir a Bergen y sus alrededores. Durante gran parte de la historia, esta región —y no Oslo— fue la cor­te real y el centro de la na­vegación y el comercio. De ella salieron muchas ex­pediciones vikingas, que remodelaron Europa, y fue cerca de Stavanger donde Harald Cabellera Hermosa venció a sus ri­vales en la batalla de Ha­frsfjord en el siglo IX, lo que supuso la unificación de la Noruega occidental. Más avanzada la Edad Media, la poderosa Liga Hanseática estableció su puesto comercial más septentrional en Bergen. El suroeste también ha ejercido una gran influencia en la cultura de Noruega. De Bergen era Edvard Grieg, un coloso de la música clásica.

Bryggen, el histórico y colorido barrio portuario ubicado en Bergen.

Rodeada por siete montañas y siete fiordos, es una de las ciudades más bonitas de toda Escandinavia. Es fácilmente reconocible, con sus casas de madera, muchas de ellas medievales, formando un compacto centro histórico. Actualmente, estos edificios coloridos, algunos inclinados, albergan desde restaurantes hasta galerías de arte, tiendas de ropa y de recuerdos, pero el espíritu mercantil y el papel central de su muelle (Bryggen) perduran. Deambu­lar por sus callecitas es un placer, al menos si se logra evitar el gentío de los cruceros.

Además del viejo puerto y el centro medieval, se puede explorar la ciudad del siglo XVIII y el XIX en el Gamle Bergen Museum, formado por 55 edificios de madera que datan de entre 1700 y principios del siglo XX, y han sido trasladados a Sandviken, al norte del centro. Las casas se disponen como una ciudad reconstruida, e ilustran varios aspectos de la historia. Se puede ver la casa de un capitán de barco de 1758, el local de un fontanero de la década de 1860, el estudio de un fotó­grafo de hacia 1900, la vieja escuela, la barbería y la consulta del dentista, donde uno se alegra de no vivir en una época sin anestesia y con apenas medidas higiénicas. En algunas ca­sas hay actores ataviados con ropa de época que representan cómo era la vida de diversas personas: un empleado público, familia de mercaderes, un marinero y un comerciante en una tienda con productos de las colonias que se vendían en 1926. Cada hora se representan obras teatrales en la plaza principal.

También hay mucho arte en Bergen: cuatro museos conforman el KODE, uno casi junto al otro, en el centro de la ciudad. Lo suyo es empezar en el Rasmus Meyer, que debe su nombre al empresario lo­cal cuya excepcional colección de obras noruegas fue dona­da a la ciudad por sus hijos tras su muerte en 1916. Destaca una amplia selección de obras de Edvard Munch. Al lado, el Lysverket exhibe arte noruego y foráneo de los siglos XV al XX; mientras que el Permanenten, en una cercana mansión de estilo neorrenacentista, se centra en las artes de­corativas, incluidas artesanías y diseño. El cuarto museo del KODE, el Stenersen, acoge exposi­ciones temporales de arte contemporáneo, arquitectura, ar­tesanía y arte gráfico.

Exposición en el museo Rasmus Meyer, parte del KODE.

Si nos quedamos con ganas de más arte, el Bergen Kunsthall ofrece exposiciones contempo­ráneas de artistas internacionales de varias disciplinas. Tam­bién merece la pena el más pequeño Kunsthall 3,14, en Våg­sallmenningen, al otro lado de la calle desde el mercado de pescado. Expone obras de artistas internacionales que exami­nan el mundo a través de un prisma político o sociocultural.

En Bergen también se ha hecho famosa su gastronomía: sus habitantes suelen ir al Pingvinen cuando desean comer algo tradicional, como kjøttkaker (albóndigas con guisantes y arándanos rojos), plukkfisk (bacalao con puré de patatas, beicon y pan plano) o lapskaus (guiso de cordero). En el mercado de pescado de Torget, junto al puerto, hay unas carpas rojas en plan informal, donde se sirve salmón, calamares, pescado con patatas fritas, bocadillos de gambas y ensaladas de marisco. El más formal Fisketorget Mathallen tiene puestos permanentes, cada uno con su propia carta, con comidas tradicionales o cremosos cuencos de sopa de pescado, ostras y caviar.

Un puesto en el mercado de pescado (Fisketorget Mathallen) de Bergen.

Una de las mejores calles donde comer en Noruega es Marken, que va desde la estación de trenes hasta el puerto y está llena de opciones multiculturales y cafés, como el modernísimo Råvarene, la primera cafetería de residuos cero de Bergen, con sándwiches, ensaladas y tentempiés elaborados con ingredientes locales y sostenibles. Pero el restaurante más histórico en Bryggen es el Bryggen Tracteursted. Ocupa un edificio de 1708 que incluye los antiguos establos, cocina con suelo de piedra y el único schøtstuene (sala de reunión que queda en Bergen). Sirve platos tradicionales noruegos que cambian con regularidad. Cualquier opción será un buen plan para terminar el viaje.

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