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Brutalismo “Made in Spain”: las paradas que no te puedes perder en la geografía española

Desde Madrid a Cuenca, hay edificios que, hasta hace poco, eran considerados moles de hormigón, pero que esconden un concepto artístico y que hoy son hitos arquitectónicos

Interior del edificio Walden 7, del arquitecto Ricardo Bofill, en Barcelona (España).

La película The Brutalist (2024), con Adrien Brody como protagonista, ha puesto de moda un estilo arquitectónico denostado durante décadas. De repente, descubrimos en nuestro entorno unos edificios que hasta hace poco eran considerados moles de hormigón o, simplemente, pasaban desapercibidos. Pero hay arte y un concepto detrás de estos edificios, despojados de todo adorno y centrados en grandes volúmenes funcionales, que pueblan varios puntos de la geografía española: desde las grandes metrópolis como Barcelona o Madrid, donde se levantaron los ejemplos más relevantes de este estilo de líneas simples, con cemente u hormigón, y un tamaño colosal; a otros puntos como Valencia, Cuenca, Alicante o Murcia.

Los edificios brutalistas surgieron inspirados en los trabajos racionalistas de Le Corbusier y se constituyeron en el referente constructivo durante las décadas de los sesenta y los setenta en España. También se les asocia con el “feísmo” de la arquitectura soviética, pero todo tenía un propósito: generar impacto y una voluntad ética de no engañar, con los materiales a la vista y sin adornos. Betón brut significa en francés “hormigón crudo” y de ahí lo de “brutalismo”, como han pasado a la historia. Pero en este estilo no todo es cemento: también encontramos ladrillo, cristal, acero o piedra. De iglesias, universidades, oficinas y bloques de viviendas, a continuación un paseo por los referentes nacionales de un estilo “brutal”, mucho más humano de lo que a simple vista parece, que antes se consideraba horrible y ahora resulta audaz, imaginativo y futurista. Los tiempos cambian y las miradas, también.

Las Torres Blancas: dos cilindros de hormigón que cierran/abren Madrid

Sería imposible hablar de brutalismo español sin mencionar las famosas Torres Blancas madrileñas, en el arranque de la carretera de Barcelona, que en realidad nunca fueron blancas. Hay quien dice que no son realmente brutalistas y que pesa más su forma organicista, como de un árbol que se estira hacia arriba. Pero cualquier guía las incluye como ejemplo de este estilo. Sáenz de Oiza las levantó con hormigón visto, con un aspecto austero, que casi parece en demolición, y el propio arquitecto, que se fue a vivir allí con su familia, confesó que su objetivo había sido “agredir el paisaje y molestar”. Hoy no concebimos Madrid sin estos cilindros pareados con sus ventanas de madera curvas, asomados sobre la Avenida de América.

El edificio conocido como "Torres Blancas" en Madrid (España).

Las Torres Blancas rivalizan en altura con otro de los iconos del brutalismo madrileño de la época: la Torre de Valencia (Javier Carvajal, 1968-1973), cuya silueta rompió definitivamente el perfil de la ciudad y fue muy polémica en su día. Su proximidad al parque del Retiro fue polémica por el contraste de la masa gris del edificio con los jardines, que, sin embargo, ofrecía unas vistas impresionantes del parque. Con sus 94 metros de altura y 27 plantas, la Torre de Valencia invadía cualquier fotografía tomada desde la Plaza de Cibeles hasta la Puerta de Alcalá. Han hecho falta muchas décadas para acallar las protestas vecinales y que los madrileños la integren a su imaginario.

Otro edificio que destaca en la capital española son las casas militares de la Glorieta de San Bernardo, de Fernando Higueras (1975) con sus muros de cemento recubiertos de plantas en una fusión del brutalismo y el estilo organicista, que crean una isla verde en el centro de Madrid.

Más información en www.lonelyplanet.es.

El Instituto del Patrimonio Histórico Español (Madrid): la corona de espinas

Fue en Madrid donde se levantaron más edificios brutalistas: torres de apartamentos, iglesias, edificios industriales o colegios. Es difícil seleccionar los más impactantes, pero es imprescindible citar la llamada “corona de espinas”, un llamativo edificio en Ciudad Universitaria Complutense que hoy es la sede del Instituto del Patrimonio Histórico Español. A muchos la imagen le resultará conocida porque aparece en muchas series o películas que lo han escogido como escenario por su espectacularidad y su juego de volúmenes y formas.

El Instituto del Patrimonio Histórico Español, en Madrid.

Este edificio circular coronado en picos, diseñado por Antonio Miró y Fernando Higueras en los años sesenta, lleva al límite este estilo: desarrolla el espacio en torno a un claustro porticado, como un racimo de 30 gajos interiores concéntricos, con vigas casi en posición neogoticista y con cerramiento de amplios ventanales; todo culminado por un enjambre de claraboyas a modo de púas.

No muy lejos de allí, en la misma Ciudad Universitaria, merece la pena acercarse a otro símbolo brutalista: la Facultad de Ciencias de la Información (también escenario de películas, la más famosa Tesis, de Amenábar, que aprovecha su laberinto de pasillos grises para crear una sensación de terror). El edificio, de los setenta, es obra de José María Laguna y Juan Castañón. Por fuera es gris y con fachadas de hormigón visto, pero con un juego de volúmenes en el que destaca la escalera exterior. En el interior, todo gira en torno a un gran vestíbulo y un patio, con distintas alturas. Otra obra es el Centro de Proceso de Datos de la universidad, que Miguel Fisac construyó en los sesenta.

Las iglesias brutalistas de hormigón (Madrid)

Además de en el mundo académico, el brutalismo madrileño encontró un amplio campo de inspiración en las iglesias. En estas décadas se construyen muchas: algunas, la mayoría, imitan estilos anteriores pero el hormigón y los grandes volúmenes encontraron también su hueco. Un ejemplo destacable es la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Filipinas, de los Dominicos, en la calle Conde de Peñalver, en el barrio de Salamanca. Fue proyectada entre 1967 y 1970 por el arquitecto Cecilio Sánchez-Robles Tarín y además de iglesia, incluía convento y oficinas. Aquí merece la pena contemplar el juego de alturas y la gran lámina de hormigón curva que acompaña a los fieles hacia el interior, que tiene un presbiterio elevado e iluminado desde el techo y una nave en pendiente y cubierta, en parte, por una bóveda.

En la periferia madrileña hay otros muchos ejemplos de iglesias de cemento, simplificadas en sus líneas. Entre otras, la iglesia parroquial de Santa Ana y Nuestra Señora de la Esperanza, en Moratalaz (Miguel Fisac y J. Badell, 1965), que trató de reflejar los nuevos conceptos espaciales que demandaba el Concilio Vaticano II: el altar se convierte en el centro de la participación dinámica de los fieles y, como la acústica es lo más importante, se divide el muro en tres curvas convexas. Pero lo principal son los muros de hormigón y las cubiertas de piezas tubulares que se convertirán en marca de este estilo.

Para conocer el Madrid brutalista, nada mejor que seguir a @madrid_brutalism.

Walden 7, La Fábrica y el Castillo de Kafka (Sant Just Desvern y Sant Pere de Ribes, Barcelona): las joyas de Ricardo Bofill

Damos un salto al otro gran centro del brutalismo español: Barcelona y sus alrededores. Aquí están tres de las obras más representativas del movimiento. Por un lado, el edificio Walden 7, de Ricardo Bofill en Sant Just Desvern que, más allá de formas o materiales, fue concebido como una especie de experimento psicosocial, de ciudad en vertical que pretendía demostrar que eran posibles diferentes formas de entender la convivencia con viviendas autogestionadas. Bofill creó aquí una vivienda social en 18 torres que se van desplazando de su base hasta formar un laberinto vertical de siete patios interiores. Por fuera es una obra compacta, de color rojo arcilloso y por dentro de azul intenso.

Exterior del edificio Walden 7, en Sant Just Desvern (Barcelona).

Muy cerca de Walden 7, Bofill descubrió una antigua fábrica de cemento, con enormes silos, una chimenea, cuatro kilómetros de galerías subterráneas, salas de máquinas...; y decidió que era perfecta para demostrar que cualquier edificio puede adaptarse a nuevos usos. Allí realizó una verdadera metamorfosis convirtiendo una fábrica abandonada en una obra maestra de la arquitectura contemporánea: La Fábrica (1973). El edificio, un icono del brutalismo, fue reconvertido en la sede del Ricardo Bofill Taller de Arquitectura (RBTA), conocida también como ‘La Catedral’. Y hoy es una residencia, estudio y centro multifuncional, rodeado de jardines.

De Bofill es también el edificio de apartamentos Castillo de Kafka (1968), en Sant Pere de Ribes, en las afueras de Barcelona. Consta de 90 viviendas, piscina, sauna, bar y restaurantes. Por fuera parece cualquier cosa menos un típico edificio de apartamentos: construido a base de un conjunto de cubos prefabricados que se basan en ecuaciones matemáticas complejas, todo es un homenaje a Franz Kafka.

Torres de viviendas, casas obreras y edificios burgueses (Barcelona y alrededores): otras joyas brutales

La capital catalana tiene mucho más que modernismo, y la prueba es la profusión de edificios brutalistas, con líneas geométricas duras y sobriedad. Son edificios levantados sobre todo en los sesenta y los setenta, desde la Torre Urquinaona, en pleno centro, hasta las colmenas de viviendas de la periferia. Eran los años del Plan General Metropolitano, cuando la población de Barcelona y sus alrededores se duplicó y se construyeron casi 150 edificios brutalistas.

La torre Urquinaona en Barcelona (España).

Brutalistas son, por ejemplo,la Torre Colón (Estudio AGR, 1971), con su estética dura de hormigón y piedra artificial y sus formas contundentes. Con sus 22 plantas preside el frente marítimo de la zona del Raval. O la Torre Urquinaona, también de 22 plantas, proyectada por Antonio Bonet y Benito Miró en 1968, esbelta y expresiva, y revestida de piezas de cerámica. No son las únicas: está también la torre Atalaya, en la Avenida Diagonal, revestida de mortero de cemento blanco, dedicada a viviendas pero que parece casi una escultura que se alza en medio de Barcelona.

Hay muchos otros bloques de viviendas en el brutalismo barcelonés, muchos pensados para albergar a inmigrantes y chabolistas en barrios de nuevo cuño como el Polígono Canyelles (Barcelona), Sant Roc (Badalona) o toda la Ciutat Badía (Badía del Vallés), edificada desde cero durante la década de los setenta. Otro ejemplo es el Polígono Montbau, en Barcelona, al pie de la montaña del Tibidabo. Encargado inicialmente a Le Corbusier, que lo rechazó, fue el primer barrio de estas características levantado en la ciudad.

Pero no solo las viviendas de la periferia y de la clase obrera encajan en la definición de brutalismo. También las hay en el centro urbano de la ciudad o incluso en barrios altos y en zonas exclusivas. En la Avenida Meridiana está la Casa de la Meridiana (Oriol Bohigas, Josep Martorell y David Mackay, 1966), con sus curiosas ventanas orientadas al sur. O las casas de Sant Just Park (Sant Just Desvern), el Bloque Residencial Seida (Sarrià), o las Viviendas Sant Gregori Taumaturg (Sant Gervasi).

Iglesias, facultades y fábricas (Cataluña): crecimiento y desarrollo brutalista

Los sesenta y los setenta en España eran años de crecimiento, con nuevas barriadas y un enorme desarrollo industrial. Y todo eso trajo consigo edificios de servicios, equipamientos públicos, iglesias, escuelas y hospitales. Entre las iglesias de la época en Cataluña, las más icónicas son la de Santa Maria de Sales en Viladecans (1967), obra de Robert Kramreiter en cemento y hierro, que fue concebida con una curiosa forma de rampa, como una autopista que lleva al cielo; y la de Santa Tecla, en Les Corts, de Josep Soteras (1961-65), quien también diseñó el Camp Nou.

También las universidades son iconos del brutalismo. Hay dos grandes legados de este estilo: la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) y su campus en Cerdanyola del Vallès, y las facultades de la Universitat de Barcelona en la Diagonal, cuyo hormigón recibe a los visitantes que entran por el acceso sur. También destacan el Hospital Durán y Reinals o la sede del Ayuntamiento de Barcelona: el Edificio Novísimo.

El club Dos Mares (La Manga): Brutalismo junto a la playa

Si relacionamos brutalismo con grandes centros industriales, bloques de apartamentos o facultades, es difícil imaginar que en un centro playero y popular como es La Manga del Mar Menor podamos encontrar algunos ejemplos muy significativos. Pero están. La mayoría son obra de Antonio Bonet, el gran “creador conceptual” en los años sesenta y setenta de este centro vacacional que en principio iba a tener un moderno e innovador diseño urbanístico. La idea original compaginaba núcleos urbanos con edificios de más de 20 alturas y amplias franjas de playas de dos kilómetros unidas por infraestructuras y equipamientos. La idea era dejar grandes espacios naturales con muy poca densidad y con torres muy separadas. La Manga de entonces era casi un paraíso de dunas vírgenes que ofrecía numerosas posibilidades para reflejar una nueva forma de entender la arquitectura.

De aquello poco ha quedado, pero entre anodinos bloques de apartamentos se conservan algunas obras emblemáticas de Bonet y de otros arquitectos de la época, como Fernando Higueras. Construcciones de aires sesenteras como el Club dos Mares (1966) que pasa desapercibido, pero con unos fabulosos y audaces parasoles de hormigón que llaman la atención. O el singular Conjunto Hexagonal y Torre en la entrada de La Manga (1963-65). También de Bonet es el edificio que acoge hoy el Museo Fundación Boyer Tresaco, un edificio singular diseñado en los años sesenta que hasta que no se convirtió en museo apenas llamaba la atención.

Otras obras singulares de la época son el actual club-restaurante Collados Beach, conocido como “el ovni de La Manga”, que en realidad estaba destinado a ser una vivienda particular: la casa Cotorruelo o Vivienda Avante (1976). Es obra del arquitecto Fernando Garrido, que apostó por un estilo futurista, en forma de casquete esférico que cubre el edificio perforado por grandes círculos. Todo ello integrado en el paisaje, con un color blanco reluciente. Hoy pasa por vanguardista, a pesar de construirse en los años setenta. Del mismo arquitecto es otro de los edificios más icónicos de La Manga, el Banco Popular Español (1987), frente a la Plaza Bohemia, una construcción blanca, con forma de elipse y cerramientos ovalados. Actualmente está abandonado.

La parroquia del Mar en Jávea (Alicante): exquisito brutalismo alicantino

Jávea es uno de los pocos lugares de la costa alicantina que se ha salvado del feísmo que ha asolado otros rincones cercanos. Aquí la dorada piedra tosca del casco histórico sobrevive en sus calles y edificios monumentales. Pero en Jávea también podemos encontrar ejemplos de otros estilos arquitectónicos mucho más contemporáneos, que logran incluso armonizar la toba tradicional con el hormigón. Encontramos, por ejemplo, el hito del brutalismo valenciano: la iglesia de Loreto, o parroquia del Mar, en la zona del barrio Les Duanes. Diseñada por Fernández García Ordóñez y Juan María Dexeus, fue construida entre 1961 y 1967, con claras influencias de Le Corbusier e incluso del brasileño Oscar Niemeyer. Con su planta de elipse ensanchada hacia el cielo y los doce contrafuertes consigue parecer ligera, a pesar de la rotundidad de los volúmenes y del hormigón. La bóveda es de madera de cedro, imitando el casco de un barco.

La parroquia de Nuestra Señora del Mar, en Jávea (Alicante).

No es el único hormigón en Jávea. Hay muchos chalés que aprovechan el material y si bien son mucho más modernos, son herederos del mismo estilo. Destaca la Concretus House, diseñada por José Moraques Puga, que siguiendo las instrucciones del propietario realizó una vivienda toda de hormigón crudo en lo alto del acantilado sobre la cala de la Sardinera, volcada hacia el mar. En su construcción no se utilizó ni un solo ladrillo y todas las separaciones de la vivienda se realizaron en hormigón visto, un material que solo se combina con madera, acero y cristal. Hay más ejemplos por todo el municipio. Por ejemplo, en la playa del Arenal llaman la atención unos apartamentos de 12 alturas (algo excepcional en Jávea) con una sobriedad apabullante, austera y sin adornos.

No hay que irse muy lejos, para encontrar en la cercana Calpe uno de los edificios que más aparecen en Instagram en España: la Muralla Roja de Ricardo Bofill (1973), que continúa la línea de otros edificios brutalistas del arquitecto, pero aquí se reviste de un impresionante color rojo que recubre sus fachadas exteriores e interiores. Se trata de un edificio de viviendas en la urbanización La Manzanera, en el que Bofill mezcla la tradición de la arquitectura popular mediterránea con la árabe de las kasbash. Son como cubos en el espacio que componen una fortaleza que emerge sobre las rocas en un acantilado, con una serie de escaleras, patios y puentes. El resultado, geométricamente y cromáticamente, es espectacular. Por dentro es como un laberinto de patios comunicados entre sí. Por fuera, resalta sobre el paisaje de calas, mar y montaña.

Espai Verd y miniBrasilia (Valencia): el ecobrutalismo

El brutalismo se alarga hasta nuestros días. En los noventa, el arquitecto Antonio Cortés Ferrando levantó una utopía brutalista en el Espai Verd de Valencia, un edificio construido como cooperativa y pensado para crear comunidad entre los residentes. Se trata de una “ciudad compacta” donde conviven lo privado y lo público, y los vecinos de las 108 viviendas disfrutan de un “oasis urbano” en forma de miradores, fuentes, zona deportiva, piscina e incluso montaña. Pero su imponente estructura de hormigón y sus enormes dimensiones le anclan como una joya brutalista.

El complejo residencial Espai Verd, en Valencia.

También destacan obras como la antigua estación Marítima del Puerto, concebida por Miguel López González frente al Mediterráneo. Recientemente ha sido rehabilitada como The Terminal Hub, reinterpretando el estilo original, y acoge a más de 500 profesionales del ámbito tecnológico y creativo. Para ello, se integraron materiales cálidos, iluminación natural y vegetación.

Mucho antes, en el municipio de Cheste, conocido por su circuito de motociclismo, se levantó en 1963 una de las universidades más imponentes del país. Vista desde la A-3 parece una ciudad futurista, casi como una mini Brasilia, una ciudad levantada desde cero por un visionario. Despreciada durante décadas, esta obra de Moreno Barberá es hoy un centro de tecnificación deportiva y se ha revalorizado como ejemplo de brutalismo.

El hotel Claridge (Alarcón): un fantasma de hormigón en la carretera

En Cuenca, en medio de la carretera, encontramos otro de los grandes emblemas del brutalismo: el Hotel Claridge (Roberto Puig Álvarez, 1969), junto a la antigua N-3, a la altura de Alarcón. Cerró sus puertas en 1998 cuando la construcción de la autovía A3 desvió el tráfico, pero fue todo un símbolo. El edificio ha sido vandalizado después de su abandono y solo posteriormente ha entrado en la Lista Roja de Patrimonio debido a su estado, aunque está previsto que se rehabilite. Fue construido por la empresa de autocares AutoRes, que hacía las líneas de viajeros entre Madrid y Valencia a través de la Nacional 3. Justo a mitad de camino, estaba pensado para que los autobuses hiciesen paradas y fue un lugar muy transitado, que abría todos los días del año. Además del restaurante y las habitaciones, tenía una piscina, un aparcamiento y un mirador al embalse de Alarcón.

El antiguo hotel Claridge, en Alarcón (Cuenca).

La construcción es de estilo brutalista sesentero, con aristas suavizadas redondeadas y hormigón desnudo que le otorgan un aspecto de búnker característico. Su singularidad ha sido reconocida en decenas de artículos y exposiciones de fotografía, pero su estado es lamentable y no cuenta con ningún tipo de protección.

El Claridge es el ejemplo más notable del estilo brutalista en Cuenca, pero no es el único. En la capital encontramos el colegio de la Sagrada Familia, con los elementos constructivos a la vista, o la residencia de Las Hoces.

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