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Por la sierra de Francia en seis pueblos de cuento

Arquitectura serrana, fiestas, leyendas y gastronomía esperan en las bonitas villas salmantinas de La Alberca, Mogarraz, San Martín del Castañar, Sequeros, Miranda del Castañar y Villanueva del Conde

Plaza Mayor de La Alberca, en la Sierra de Francia en Salamanca

Si Walt Disney hubiera conocido la Sierra de Francia, quizá, los decorados de La Bella y la Bestia no estarían inspirados en la región francesa de Alsacia, sino en los encantadores pueblos de este enclave español. Este rincón, entre el norte de la provincia de Cáceres y el sur de la provincia de Salamanca, parece detenido en el tiempo. Y no es un tópico, es la realidad. Aquí, entre montañas que abrazan el cielo y valles que murmuran historias al paso del viajero, las calles empedradas serpentean como los ríos que han dado vida a estas tierras durante siglos.

Como perlas, los pueblos que se esconden en esta reserva de la biosfera conservan a la perfección la esencia de un pasado remoto reconocible al penetrar en ellos. En esta ocasión, nos centramos en seis salmantinos: La Alberca, Mogarraz, San Martín del Castañar, Sequeros, Miranda del Castañar y Villanueva del Conde son conjuntos histórico-artísticos por derecho propio, al ser parte imprescindible de este mosaico de colores. Sus balcones, rebosantes de flores, se despliegan como lienzos vivos, mientras que las fachadas de entramado de madera son testigos mudos de generaciones que han dejado su impronta con cada clavo y cada piedra.

Guardados por una sierra accesible, han sabido contenter el progreso de manera contenida para reservar lo auténtico sin negar la adaptación. Pasear por sus calles, sus caminos resguardados por antiguos castaños, y con el sonido del agua como banda sonora, es solo una de las mejores experiencias que se pueden vivir en la Sierra de Francia.

La Alberca

El Ayuntamiento y la plaza Mayor de La Alberca (Salamanca).

El primero de los Conjuntos Históricos de España (1940) es la bandera del sur de la provincia de Salamanca. Sus calles recuerdan, a veces, a juderías, y otras a tímidas casbas que no acaban de despertar. Destaca el cuidado intacto de su arquitectura que ha permanecido durante siglos, y eso que a las puertas tuvo una guerra civil que no le afectó, por suerte para su estructura y paisaje urbano y, sobre todo, para sus habitantes. En La Alberca es muy conocido el Día del Trago, celebrado en Semana Santa e instaurado por la duquesa de Alba, precisamente por el apoyo del pueblo a la guerra civil en 1547. Hoy ya no invita la duquesa de Alba, sino el ayuntamiento que da hornazo y vino.

La Alberca tiene mucho para degustar la vista: casas de piedra y entramado de madera para dar y regalar; una bella iglesia parroquial con el monumento al cerdo a sus pies; la plaza Mayor enmarcada por dobles balconadas y presidida por una cruz de piedra; y numerosas ermitas. Con este paisaje no faltan las leyendas y costumbres, como la de su famoso “marrano de San Antón”, un cerdo que vaga libremente por las calles hasta que en enero se rifa entre los vecinos.

Mogarraz

A poco más de siete kilómetros de La Alberca, Mogarraz sorprende con su particular museo al aire libre: Retrata2-388, una exposición de retratos que cubre las fachadas de pueblo. Las fotos que hiciera a los habitantes de la localidad en 1967 el fotógrafo Alejandro Martín, para poner cara al primer Documento Nacional de Identidad, visten hoy las calles, sus fachadas y sus balcones. Encontradas hace pocos años en una vieja caja de puros, el artista Florencio Maillo se prestó a reproducir aquellas 388 imágenes, hoy más de 600, en grandes cuadros que regalar a cada uno de sus vecinos. Aquel proyecto se convirtió en exposición urbana y en un homenaje a los que se quedaron en Mogarraz. Las casas, con sus dinteles esculpidos y ventanas decoradas con geranios rebeldes, completan una estampa que pide a gritos ser fotografiada.

Retratos de los vecinos en una de las calles de Mogarraz.

Mogarraz destila tradición por cada uno de sus rincones. Solo su bella arquitectura serrrana, con dinteles esculpidos que nos relatan las historias y creencias de sus vecinos, justifica la visita. Pero también es bordado serrano y joyería, tradiciones y leyendas, es el sonido del agua atravesando la localidad por pequeños regueros o brotando de sus más de 400 caños y fuentes centenarias. La iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, la Cruz de los judíos, el Calvario o la ermita del Humilladero completan la visita.

Pero la belleza de la localidad se extiende más allá de sus calles estrechas y sinuosas. Sus bosques atlánticos de robles y castaños se alternan con el cultivo en bancales de antiguos olivos y viñedos, y unos cerezos cuya floración tiñe de color la falda de la montaña que resguarda la localidad. Desde Mogarraz parte el sendero más conocido de la provincia: el Camino del Agua, que discurre entre este pueblo y Monforte (en Lugo) y en el que disfrutar de maravillosas vistas. El agua estuvo allí desde siempre y el camino se fue haciendo con el paso del tiempo.

San Martín del Castañar

Este pueblo parece esculpido en la roca misma. La frialdad de la piedra contrasta con el calor que desprenden sus zaguanes y los interiores de madera de muchas de sus casas y locales, y sus calles son un canto al equilibrio entre piedra y madera. Aquí, el tiempo avanza despacio, al ritmo de los pasos que resuenan en el empedrado. San Martín del Castañar conserva un puente y una calzada romanos como quien tiene un porche y no lo exhibe, es decir, como si tal cosa.

La plaza de toros de San Martín del Castañar.

Su castillo medieval alberga un cementerio que, lejos de ser sombrío, añade un aire mágico a la localidad. Al pie del castillo se encuentra una de las plazas de toros más antiguas de España —hay referencias de ella desde mediados del siglo XVII—, un rincón que combina historia y tradición taurina. Dentro de la fortaleza se levanta el Centro de Interpretación de la Reserva de la Biosfera, un magnífico lugar para aprender sobre las especies que pueblan la Sierra de Francia y que la hacen única. Allí no solo se aprende, sino que también se pueden observar a través de miradores privilegiados la sierra y el pueblo.

Paseando por San Martín del Castañar podemos ver los perfiles de las casas y el sol reflejado en la madera entramada, la que embellece los símbolos tallados en piedra de los dinteles. Algunos vecinos tienen la ropa en los balcones desde los que se ve la perenne Sierra de Francia. Como banderas nos guían hasta la plaza Mayor y Portalón, un enorme soportal que, durante siglos, se ha utilizado como centro de reuniones y para la celebración de eventos. Es también un buen punto de partida o llegada para rutas de senderismo que atraviesan bosques y calzadas romanas, invitando a la contemplación y el disfrute.

Sequeros

El más formal de todos los pueblos de la sierra es Sequeros. No porque guarde más las formas que otros ni por la refinada educación de sus habitantes, sino porque su pasado como capital de la zona le hacer conservar ese aire entre noble y burgués. De ese pasado proviene el Teatro del Liceo, hoy Teatro León Felipe, un auténtico orgullo arquitectónico, cultural y social del pueblo, con actividad ininterrumpida desde el año 1876. Allí vivió el poeta durante sus primeros seis años de vida.

El interior del Teatro León Felipe, en Sequeros.

Las viviendas en Sequeros tenían secadero de castañas, de ahí su nombre. Situado en un relieve intrincado y rodeado de frondosos bosques, desde sus 950 metros de altitud ofrece algunas de las más bellas perspectivas de toda la provincia de Salamanca, fundamentalmente desde el mirador de la Cruz, lo que le ha valido la merecida denominación de Mirador de la Sierra.

El pueblo tiene reminiscencias árabes y judías, con pasadizos y calles estrechas como las del Infernillo o la del Concejo, voladas por bellas balconadas y acompañadas por una genuina arquitectura serrana. También cuenta con algunas bodegas, como El Robledo o La Galeana, abiertas al visitante para conocer todo lo relacionado con la uva y la elaboración del vino y para realizar catas.

Los soportales de la plaza Eloy Bullón, su iglesia parroquial, el imponente crucero, la ermita del Humilladero son algunas de las otras paradas que nadie debería dejar de hacer en Sequeros.

Miranda del Castañar

Rodeado por una naturaleza abrumadora donde caminar entre robles, castaños, alcornoques y madroños, Miranda del Castañar es un pueblo situado en una loma elevada y abrupta protegida por la confluencia del arroyo de San Benito con el río Francia y el río Alagón, y rodeado de un antiguo casco urbano por una imponente muralla que hacía a este lugar inexpugnable. Ver su perfil en lo alto de la loma es una de las mejores experiencias cuando se circula por las sinuosas carreteras que conducen por la Sierra de Francia. De repente, se aparece majestuosa, como un dragón tumbado esperando alzar de nuevo el vuelo.

Vista aérea del pueblo salmantino de Miranda del Castañar.

Es una villa medieval de pasado noble, con arquitectura popular serrana donde piedra y madera se abrazan y bailan formando casas humildes o palacetes blasonados. Una alhóndiga real, una iglesia gótica de bella factura y calles angostas y empinadas que desembocan en una antigua plaza de toros se deslizan por la paleta pictórica de una localidad que invita al paseo y al deleite.

Villanueva del Conde

Villanueva del Conde es un homenaje a la tierra y a sus frutos. Este pequeño pueblo salmantino se encuentra rodeado de bancales donde crecen olivos, vides y cerezos. Sus calles, enmarcadas por una arquitectura serrana única, se entrelazan con pequeños jardines y huertas. Esto sin perder de vista los pórticos de piedra, las escaleras exteriores o las paredes de tramonera; sus bellos rincones de inusual belleza, su iglesia de San Sebastián o la ermita del Humilladero.

EN1B0W Villanueva del conde, sierra de francia, spain. inaquim (Alamy/CORDON PRESS)

Pero también es naturaleza en estado puro. Su localización en el corazón de la Sierra de Francia, sobre un llano escoltado por altas montañas, convierte el paseo por sus antiguos senderos en todo un placer. Rodeada en todo momento por huertas y bancales de vides, por bosques de robles, alcornoques y madroños, o por el olor de jaras y tomillos, Villanueva del Conde se presta a la contemplación y el sosiego.

Cuatro pistas para comer

  • El Encuentro (La Alberca). Cocina tradicional con opciones como patatas meneás y alubias albercanas. Menú por 23 euros.
  • Mirasierra (Mogarraz). Delicias como asadurillas de cabrito o pimientos rellenos de jabalí. Menú para parejas por 79 euros.
  • El Mesón (San Martín del Castañar). Pisto casero, cordero lechal y otros platos reconfortantes. Menú por 22 euros.
  • El Molino (Miranda del Castañar). Ideal para comer junto al río Francia. Entre sus platos destacan la ensalada de queso de cabra, chuletas de cordero o chuletón de ternera. El precio medio por persona es de unos 30 euros.

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