El oráculo de la Bolsa dice adiós: por qué Warren Buffett es considerado el mejor inversor de la historia
Cede a los 95 años la dirección de Berkshire Hathaway a Greg Abel. Deja una legión de seguidores, un patrimonio multimillonario y una personalísima visión del mercado financiero


Warren Buffett, el mayor inversor de todos los tiempos, se retira a los 95 años, después de haber dedicado los 90 últimos al mundo de los negocios. Cuando tenía seis, en unas vacaciones familiares en Iowa, compró un pack de seis coca-colas por 25 céntimos, se fue a venderlas entre los turistas por cinco cada una y se hizo con 30. Antes, a los cinco, vendía de puerta en puerta chicles que comprobaba en la tienda de su abuelo, pero descubrió que los refrescos serían más rentables. Criado durante la Gran Depresión, devoraba la información bursátil como tebeos y a los 11 compró su primera acción. Hoy amasa una fortuna de 150.000 millones de dólares y Berkshire Hathaway, su conglomerado, vale más de un billón. Entre esos activos figura, como no, un buen pedazo de acciones de Coca-Cola.
El imperio inversor de Warren Edward Buffett (Omaha, Nebraska, 1930) ha crecido y convivido bajo gobiernos de todo tipo y época, de Eisenhower a Trump, pasando de Kennedy a Obama. Durante bonanzas y en declives. Obsesivo del análisis, filántropo, carismático y socarrón, con una capacidad innata para la divulgación, Buffett ha entrado en el panteón de los grandes popes de la economía estadounidense. Las juntas anuales de accionistas en su natal Omaha, sede de la compañía, son algo parecido a un Woodstock del capitalismo, que se celebra el primer fin de semana de mayo y a la que solían asistir celebridades como Bill Gates, Bill Murray, Arnold Schwarzenegger o Hillary Clinton, que también se dejó caer por allí este último año. Hasta 2023, Buffett comparecía junto a su mano derecha, Charlie Munger, que falleció ese noviembre, a los 99 años. En aquellas sesiones maratonianas los dos viejos rockeros de la Bolsa filosofaban sobre la economía y también sobre la vida.
Cuando en la última asamblea, el pasado mayo, anunció la retirada para ceder el testigo al vicepresidente, Greg Abel, a finales de este año, Buffett recibió una ovación. Durante seis décadas, se había ganado su confianza, había creado un titán, les había dado consejos y dicho las verdades del barquero. Pero, sobre todo, les había hecho ganar mucho dinero. Para hacerse una idea, alguien que puso 100 dólares en Berkshire en 1965, tiene casi tres millones de dólares.
En su origen, Berkshire Hathaway era una empresa textil que entró en grave crisis por la globalización. Buffett la compró en el 62 y cimentó un conglomerado hiperdiversificado, con tentáculos en el sector del ferrocarril (Burlington Northern), la aviación privada, los servicios inmobiliarios, la energía, el calzado, ropa, juguetes o golosinas. Entre sus marcas más conocidas figuran Duracell, Fruit of the Loom o la aseguradora Geico, entre otros. Y a esto hay que añadir las inversiones en grupos como Coca Cola, Apple, American Express, Meta o Chevron.
Contradicciones
De Buffett se puede comprar todo tipo de productos de merchandising. Sus cartas anuales a los inversores son una referencia y es citado hasta la saciedad en universidades y libros.
¿Cómo un tipo que no ha inventado el Fordismo, el coche eléctrico o una gran tienda virtual como Amazon, sino que, básicamente, se ha dedicado a fabricar dinero a partir de dinero, se convierte en mito? La dimensión de su figura, el impacto en la cultura popular y en la forma de ver el mundo de los negocios se entiende a partir de esa esfera pública y su disciplinada manera de moverse en el mercado.
Tres contradicciones rodean el fenómeno Buffett: se le considera un gran símbolo del poderío económico americano, pero ha sido un verso suelto dentro de este; es un crítico feroz de las taras del capitalismo, pero lo ha muñido como nadie; su gran apodo es el de oráculo de Omaha, pero reniega de los profetas.
Vamos con la primera. Buffett es uno de esos pocos superricos americanos que ha reclamado una fiscalidad más justa y más elevada para los de su especie e intentó movilizar a otros junto con los Gates. Durante el Gobierno de Barack Obama planteó lo que se conocería formalmente en la Casa Blanca como la “norma Buffett”: que ningún hogar que ingresase más de un millón de dólares debería pagar en impuestos un porcentaje inferior al que suelen pagar las familias de clase media. Mantiene un estilo de vida relativamente frugal en su ciudad natal: sigue viviendo en la misma casa que compró en los años 50 y, según se dice, hasta hace poco conducía su propio Cadillac al trabajo o a recoger un pedido al McDonald ‘s. El gran lujo de millonario tradicional que se le conoce es un avión privado que bautizó como “El Indefendible”, aunque luego lo renombró como “El indispensable”. En 2006 decidió donar progresivamente el grueso de su fortuna a sus fundaciones y siempre ha sido crítico con los excesos de Wall Street, que ha llegado a calificar de “casino”, advirtiendo contra los hedge funds o los banqueros de inversión. “Es como cuando un peluquero te dice que necesitas un corte de pelo. No ganan dinero a menos que la gente haga cosas y ellos se llevan una porción. Sin embargo, “ganan mucho más dinero cuando la gente apuesta que cuando la gente invierte”.
Pero nada de este capitalismo con conciencia que a menudo se le atribuye parece reñido con la pasión por el dinero que ha movido a Buffett desde su infancia, como refleja aquella venta de refrescos con plusvalía. El episodio aparece relatado en Buffett. The making of an American capitalist (1995). Hijo de un corredor de Bolsa y congresista republicano, sus primeros años de vida transcurren en medio de la Gran Depresión. En 1931, el banco en el que su padre trabajaba, Union Street Bank, cerró y se quedó sin ahorros y sin trabajo, pero se rehizo abriendo su propia correduría con un socio. En la Universidad de Columbia tuvo como profesor al legendario Benjamin Graham, el inversor más influyente de su tiempo, considerado padre del value investing (inversión de valor), para el que luego trabajó.
La inversión de valor es una estrategia de inversión de largo plazo que busca negocios sólidos, que el mercado infravalora y que disponen de una ventaja diferencial frente a sus rivales. Si una vez tuvo la tentación de cazar empresas mediocres a precios de derribo, Munger le convenció de que debían ir a por buenas compañías a precios razonables y hacerlas crecer. “La clave de la inversión no consiste en evaluar cuánto va a afectar a la sociedad una industria, o cuánto va a crecer esta, sino determinar la ventaja competitiva de cualquier compañía y, sobre todo, la duración de esa ventaja”, dijo una vez. Esta ventaja puede ser una marca muy fuerte (como Apple o Coca- Cola). La reinversión de los beneficios es una de las claves de su éxito, con el dinero viajando de un activo a otro haciendo crecer la ganancia.
Por su excepcional hoja de servicios y el carisma personal, los relatos sobre Buffett en Estados Unidos destilan un inevitable aroma a hagiografía. El oráculo de Omaha, sin embargo, no está libre de mácula. Durante la Gran Recesión, a la que llegó a referirse como “un Pearl Harbor económico”, invirtió en Goldman Sachs, que encarnaba justamente muchas de las fallas que criticó, aunque ayudó con ello a salvar el sistema (con ganancias). Y, si bien ha sido un entusiasta de una fiscalidad justa, su conglomerado está diseñado para poder pagar los menos impuestos posibles. También ha pagado multas al supervisor bursátil (SEC) y ha cometido errores, desde la propia compra de la textil Berkshire a un precio demasiado elevado, la pifia de Salomon Brothers o un enfoque muy timorato con las tecnológicas.

Sello de calidad
Inversor de largo plazo, compró títulos de Coca Cola en 1988 y sigue en el capital. Entró en American Express en 1991 y se mantiene. El conocido rigor de los requisitos de Buffett para invertir convirtió la presencia de Berkshire en el accionariado de alguna firma en un sello de calidad. Sin embargo, en los últimos tiempos ha rendido por debajo de S&P. Esa estrategia de no poner el dinero en nada que no comprendiese bien le llevó a no invertir pronto en gigantes como Amazon o Microsoft. La primera incursión en la tecnología fue Apple, del que hoy Berkshire es primer accionista, pero no entró hasta 2016, con los productos ya consolidados en el mercado. La progresión del valor ha resultado extraordinaria. Compró las acciones a 100 dólares y ahora rondan los 273, pero teniendo en cuenta el split de 4 acciones a una que hizo en 2020, la revalorización es mucho mayor. “Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero Tim Cook ha hecho ganar a Berkshire mucho más dinero del que le he hecho ganar yo”, dijo en la última junta.
En los últimos resultados presentados bajo el mando de Buffett, relativos al tercer trimestre de 2025, los beneficios operativos del conglomerado alcanzaron los 13.500 millones de dólares, un 34% más, y batió otro récord de liquidez, con 381.700 millones de dólares. Esta cifra, en realidad, tiene poco de buena noticia, ya que refleja las escasas oportunidades de inversión que Berkshire, bajo sus criterios, está encontrando. En su carta de este año, parecía justificarse: “Berkshire nunca preferirá la propiedad de activos equivalentes a efectivo a la propiedad de buenos negocios, ya sean controlados o solo participados”, decía.
Buffett, demócrata, apoyó a Hillary Clinton en las elecciones de 2016 frente a Donald Trump, pero ha asesorado a presidentes de gobiernos de uno y otro color político. En los últimos años, en contraste con otras figuras empresariales como el propio presidente Trump o Elon Musk, su manera de ser y hacer ha brillado con luz propia. No se ha mordido la lengua y ha criticado abiertamente, por ejemplo, la política comercial de Trump. “En Estados Unidos, deberíamos buscar comerciar con el resto del mundo. Nosotros deberíamos hacer lo que mejor sabemos hacer y ellos lo que mejor saben hacer”, dijo en la última junta. “El comercio no debería ser un arma”, insistió. Sin embargo, el informe anual de Berkshire de 2024 sigue la estela de otras tantas compañías y, en pleno huracán trumpista contra todo lo que tacha de woke, omite las referencias de la promoción de la diversidad y la inclusión en la incorporación de empleados.
Se casó en 1952 con su primera esposa, Susie, fallecida, con la que tuvo tres hijos. Todo un personaje, su biografía autorizada (Snowball. Warren Buffett and the business of life), cuenta cómo cuando su hija Susie en los 80, le pidió dinero prestado para reformar la cocina y el padre le dijo que fuera a pedirlo al banco, como todo el mundo. Los discursos, entrevistas y cartas anuales de Warren Buffet han generado una cantidad ingente de sentencias para la historia. Tal vez una de las que más sirve para describir su particular forma de estar en ese olimpo de los milmillonarios —la conciencia por la que es tan apreciado— es esta reflexión que escribió en 2010 en una revista:
“Mi fortuna viene de una combinación de vivir en América, algunos genes afortunados y el interés compuesto. Tanto mis hijos como yo ganamos lo que yo llamo la “lotería ovárica” (Para empezar, las probabilidades contra el hecho de que mi nacimiento en 1930 tuviese lugar en Estados Unidos fueron de al menos 30 a 1. Mi condición de varón y blanco también me libró de grandes obstáculos que una mayoría de estadounidenses afrontaban entonces)... He trabajado en una economía que premia a alguien que salva la vida de otros en el campo de batalla con una medalla, y que premia a un gran profesor con notas de agradecimiento de los padres, pero premia a aquellos que saben detectar el precio erróneo en los valores del mercados con cantidades que llegan a los miles de millones. En resumen, el destino a la hora de repartir la suerte es salvajemente caprichoso”.
Buffett tiene previsto asistir a la junta de accionistas del próximo mayo, en 2026, pero ya no tomará la palabra. Las fundaciones corren a cargo de sus hijos y Greg Abel se enfrenta al desafío de ocupar el lugar del viejo sabio de Omaha en Berkshire y encontrar buenas compañías en las que invertir, mantener un ritmo de ganancias a la altura de la historia y capear las operaciones especulativas de los índices. Abel llevaba ya años al frente del día a día de los negocios, pero la duda es si mantendrá en Berkshire esa casi magia que se le atribuye al oráculo. El método no era nuevo, y Buffett lo ha explicado muchas veces, pero aun así nadie ha logrado replicar su éxito.
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