Cuando el sol, las bolas y el césped hacen de Wimbledon un torneo lento, un Roland Garros
Los tenistas subrayan la ralentización del juego en esta edición, fruto de tres factores: clima, tendencia y pelotas. “Esta gira es un chiste, parece tierra batida”


Expone Carlos Alcaraz y conforme va cogiendo cuerpo la frase del tenista, se reduce el ritmo del discurso, preguntándose en alto el murciano el porqué de la cuestión. De la lentitud: ¿Qué demonios está sucediendo en este Wimbledon en el que todo parece ir más despacio? Efectivamente, se mantiene la tendencia de las dos últimas décadas, en las que el tenis sobre hierba ha ido transformándose de una manera llamativa. Lo ilustra a la perfección el cambio de paisaje: allá quedaron los cuadros de saque pelados, esa zona del todo o nada en la que se decidía la historia; ahora, desde hace ya tiempo, lo que clarean son los fondos, donde las pisadas eliminan las hebras y los jugadores dirimen la mayoría de los partidos.
Esto ya no va de espadachines. Esto va de baseliners. De intercambiar bolas. ¿Hierba o tierra batida? Cambia el registro, pero no demasiado el guion, cada vez más uniformizado. Peloteos prolongados en una superficie y otra. “Todo va un poco más lento, con las bolas más lentas, con otra sensación”, concedía el español después de batir del domingo a Andrey Rublev y ganarse la cita de este martes en los cuartos de final (hacia las 16.30, Movistar+) con el británico Cameron Norrie. Venía a incidir la afirmación en el sentir generalizado de los tenistas, quienes este año advierten una ralentización que marca el transcurso de los partidos. ¿La explicación? Dinámica, clima, pelotas. ¿La consecuencia? Un juego más pastoso.
“Creo que se debe a las bolas”, señala Novak Djokovic, sin ligar “específicamente a la hierba” ese desarrollo. No obstante, desde 2001 el grande londinense apostó por la ryegrass —más resistente a la erosión y que contribuye a que la superficie sea más firme— y, a partir de ahí, fue percibiéndose un descenso progresivo de la velocidad que alimenta ese toma y daca desde las trincheras, más propio de la tierra batida que del césped. “Ahora, la gente que imprime mucho efecto puede lograr mejores resultados, algo que antes no hubiera sido posible. Sin duda, ahora es más fácil jugar desde el fondo que al comienzo de mi carrera”, corrobora el serbio, que participó por primera vez en el torneo en 2005.

El inicio de siglo marcó un claro punto de inflexión. En concreto, la Federación Internacional de Tenis (ITF) ordenó en 2002 el uso de una pelota un 6,5% más grande para los torneos sobre hierba; en consecuencia, más lenta. Y el impacto fue inmediato. Ese mismo año, la final de Wimbledon entre el australiano Lleyton Hewitt y el argentino David Nalbandian se resolvió sin una sola maniobra de saque-volea. Aunque Roger Federer se apoderó de La Catedral, el tenis estratégico de Rafael Nadal y Djokovic ganó ascendencia y entre las chicas, más de lo mismo. La pegada de las hermanas Williams se hizo con el mando y luego, al son de la nueva corriente, intercambiadoras como Angelique Kerber, Simona Halep, Ashleigh Barty o Krejcikova, por ejemplo, también triunfaron. Adiós al vértigo de Martina Navratilova.
Mayor control
Esta edición, las elevadas temperaturas y el bochorno que envolvieron los primeros días —hasta 33 grados— perjudicaron a la hierba, más seca. “Las condiciones son más lentas que otros años, la bola se pone muy pesada, la sientes bien pero no haces tanto daño”, explicaba el malagueño Alejandro Davidovich. “Estoy casi más cansado que después de un partido en Roland Garros”, precisó el veterano Gael Monfils, de 38 años. “Va todo muy despacio, las bolas son grandes; si se inicia el peloteo, sabes que va a ser muy lento… Es todo mucho más lento que en mis primeros años. Incluso el saque lo es; si haces un kick [con bote alto en la trayectoria], puedes levantar la pelota por encima del hombro del contrario”, añadió el francés.
En líneas generales, la duración de los puntos —de alrededor de 2,7 segundos a 4—, los juegos y los partidos —en 2024 hubo récord de pulsos a cinco sets (36)— ha ido dilatándose en los veinte últimos años; asimismo, de 2002 a 2018 el uso del saque-volea decreció de un 33% a un 7%, de acuerdo con un informe elaborado por la revista especializada The Catcher on the Line; aunque los puntos cortos (de 0 a 4 tiros) sigan prevaleciendo, continúan creciendo los de una longitud media (de 5 a 8); y, como así lo señalan y repiten los profesionales, la sensación que predomina este año es la de la bola viaja más despacio y que la acción, en todo su espectro, es más controlable que antes.

Lo confirmaba la rusa Anastasia Pavlyuchenkova tras su victoria contra Naomi Osaka en la tercera ronda, beneficiada la rusa al resto: “Es muy lento y eso me ha ayudado, porque ella ha sacado muy bien”. Entretanto, el jefe de jardinería del club, Neil Stubley, se refería al calor. “Ha contribuido a ralentizar las pistas. La bola se agarra más al césped y hace que esté más seco”, esgrimía en declaraciones recogidas por BBC Sport, al tiempo que defendía: “Una de las cosas que siempre intentamos hacer es asegurarnos de que el bote y la velocidad de la pelota sean muy constantes. Para un deportista de élite, una simple décima de segundo puede llegar a ser muy valiosa, así que miramos por ello”.
Muy crítico, el canadiense Denis Shapovalov, apeado en la primera estación, disparaba contra las bolas de la marca Slazenger: “Son lo peor”. Y prolongaba: “La gira de hierba se ha convertido en un chiste. Esto ya no es hierba, la pista es más lenta que una de tierra batida”. La experimentada Petra Kvitova también se pronunciaba: “No estoy segura de que sea la hierba, quizá sean las pelotas también. Pero, en general, así es. Todo es más lento”. La estadounidense Jessica Pegula hacía referencia a que el control del verde es más complicado, al tratarse de una “superficie viva”. Y a fin de cuentas, conforme se enfila ya el tramo dulce y se acercan las rampas finales, existe unanimidad: Wimbledon es, hoy por hoy, otro Wimbledon.
CUATRO INTERCAMBIOS DE RÉCORD
El promedio de raquetazos en cada punto ha ido claramente en aumento en Wimbledon. Aunque a simple vista puede parecer anecdótico, en menos de una década ha crecido de los 3,4 tiros entre los hombres a los casi 4, y de 4 a 4,5 entre las mujeres. A principios de siglo se resolvían entre 1 y 3 golpe y hoy día se extienden a los 3-4.
Open de Australia. 71 golpes. Se registraron en la edición de 2013, durante el duelo entre los franceses Gael Monfils y Gilles Simon. Se prolongó durante un minuto y 40 segundos.
Roland Garros. 86 golpes. Sucedió en la final de 1978, entre el argentino Guillermo Vilas y el sueco Björn Borg. Se cerró con un globo largo del primero, tras dos minutos y 15 segundos.
Wimbledon. 45 golpes. Los protagonistas fueron el español Roberto Bautista y el serbio Novak Djokovic, citados en las semifinales. Se lo adjudicó Nole tras un minuto y un segundo.
US Open. 55 golpes. En esta ocasión, los protagonistas fueron el noruego Casper Ruud y el ruso Karen Khachanov, en 2022. El tiro del ruso se quedó en la red tras un minuto y 17 segundos.
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