La 99ª victoria de Tadej Pogacar es su primera Dauphiné
Lenny Martínez gana la última etapa de una carrera en la que el esloveno ha mostrado que es el único favorito para ganar el Tour


No son necesarias pancartas de No Kings en los Alpes. Tadej Pogacar no es Eddy Merckx, tirano iracundo, sino un príncipe sonriente que quiere que su corte se divierta, y les deja a los demás alargar el recreo, y hasta ganar. Alegría de último día de colegio antes de las vacaciones en la Dauphiné junto al luminoso lago de Mont Cenis, un altiplano limpio a 2.100 metros de altura en la frontera con Italia, todo alrededor son cumbres y un glaciar sucio que ensucian más aún esquiadores veraniegos para acoger la primera victoria absoluta en la Dauphiné (en su segunda participación) de Tadej Pogacar. La 99ª a los 26 años, en seis y medio de carrera. Ningún ciclista en activo, ni siquiera los sprinters que ganan etapas por docenas, ha ganado más carreras que él. Nadie duda que la centésima llegará en el Tour que ha ganado ya tres veces, y seguramente ganará más.
Ambiente de critérium de pueblo en fiestas en el asfalto caliente. Unos hablan con otros, como colegas que se cuentan sus planes de verano. Iván Romeo, recién llegado al colegio del gran ciclismo, con Mathieu van der Poel, que le acoge en el pupitre de al lado. Jonas Vingegaard, amarillo abeja, le dice a Pogacar, amarillo casi limón, que no va a pelear por la matrícula de honor, que bien se la ha ganado, pero que no estaría mal que los dos se divirtieran un poco juntos de colegueo. “El paso está cerrado”, bromeó el danés, dos veces delante de Pogacar en el Tour, dos veces detrás. “Qué lástima que no podamos subir…”. Se escapan, colaboran, se ríen. Vingegaard quiere ser segundo en la etapa y Pogacar le deja. No puede evitar, sin embargo, que los puntos que consigue por ser tercero priven del maillot verde de la regularidad a Van der Poel, que lo ha buscado con ahínco y hasta se ha escapado para ganar la meta volante.
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— Eurosport.es (@Eurosport_ES) June 15, 2025
Vingegaard y Pogacar después se abrazan, se desean unas buenas experiencias en sus campamentos de montaña hasta que vuelvan a verse en el Tour, en Lille el 5 de julio. “Yo me iré a Isola 2000, como el año pasado, tengo que trabajar un poco la contrarreloj, que no me ha ido muy bien aquí”. Vingegaard tampoco fantasea. Repetirá Tignes. Y hasta acogen en la cuadrilla a Remco Evenepoel, que reconoce que no puede con ellos en la montaña. “No tengo cambio de ritmo. Tengo que trabajarlo”, admite el belga, el mejor motor para las contrarrelojes. “Además, cuando Jonas y Tadej imponen su ritmo, para mí es ir a fondo y ellos parece que se están entrenando. Soplaba el viento de cara en la subida. Se iba super a gusto a rueda, pero no, ellos tienen que irse… Y encima en el Tour no voy a tener a Mikel Landa, mi mejor équipier… Cómo le voy a echar de menos”.
Primero no puede ser el danés porque el honor se lo ha reservado el diminuto Lenny Martínez, el escalador francés que es un Fuente sin rabia ni carácter, sino un chaval sonriente que un día se hunde en la sima del autobús y al siguiente llega a la luna pedaleando. Ataca y clava al acalorado Enric Mas, que busca salvar una Dauphiné en segundo plano, y se queda con el bidón de agua a medias sobre su cabeza ardiente.
Ambiente de fin de carrera para Romain Bardet, representante del ciclismo de la pasada década, que dice adiós. Pasillo de honor en la salida por parte de sus compañeros de un pelotón que abandona después de 14 años, y vítores del público en la etapa, que recorre varios minutos después de los mejores en la sola compañía de su compañero Hamilton. Todos le reconocen. Todos le aplauden. Algunos lloran por un ciclismo que se va, pero en la carretera el ciclismo es el de siempre. Juego de dominós en las montañas. Sacrificio de gregarios que dan el 200 por ciento, como Romeo, que conduce la fuga en la que se ha incrustado Mas, subidas y bajadas, perseguido por los del Uno-X de Tobias Johannessen, aquel noruego que le ganó el Porvenir a Carlos Rodríguez hace cuatro años, que teme que Mas le desbanque del cuarto puesto en la general. En la subida final, muy tendida, cuando sus chicos mueren, ataca el noruego, lo que genera el movimiento de Evenepoel, que no quiere perder su cuarta plaza. Sufre el pulcrísimo Lipowitz, el ciclista de níquel, para defender su tercer lugar en el podio. El movimiento no para, la rueda del ciclismo que como una ruleta trucada siempre se detiene en la misma casilla. Pogacar.
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