El español Iván Romeo es el nuevo líder de la Dauphiné tras ganar la tercera etapa
Con un ataque a seis kilómetros de la meta, el vallisoletano planta a una fuga por el Macizo Central en la que dominaba el gran Mathieu van der Poel


Hay ganadores inesperados que cuando dan comienzo a una era en el gran escenario nadie parce preparado para su llegada. Son fenómenos. Ocurren muy raramente.
Es muy grande Iván Romeo, tan grande que Thierry Gouvenou, el director de la carrera, se tiene que poner de puntillas para intentarle abrocharle en el cuello la cremallera reventada de su maillot amarillo. No lo consigue. La Dauphiné no tiene maillots de su talla que le cubran sus 1,93 y 75 kilos de campeón inverosímil después de haber ganado la etapa más dura de su vida, y de la de muchos más.

De Mathieu van der Poel, también. “Ha sido uno de los días más duros que he pasado sobre la bici en toda mi vida”, dice el ciclista al que el mundo admira por su belleza sobre la bicicleta dominando territorios salvajes, lluvia, barro, frío, nieve, por Roubaix, por San Remo, por Flandes. De Tadej Pogacar mismamente, que llega, más de un minuto después, con el maillot estampado de círculos de sal sedimentada de su sudor, de su calor: “Calor Tour, verdadera etapa Tour, fuerte todo el día”, dice el esloveno. Y recorrido Tour también, una etapa de las de antes, de las que forjaron a Romain Bardet, emocionado en Brioude, su pueblo, al salir para 207 kilómetros de travesía del Macizo Central hacia las fuentes del Loira por carreteras estrechas, ni un metro llano, media montaña, asfalto tan pegajoso que hace creer a los ciclistas que no avanzan y a los espectadores que lo hacen a cámara lenta, tan penosamente, pero comprueban los datos al final y piensan que no puede ser: cuatro horas y media en la carretera para una media de 45 por hora para un trazado con 3.000m de desnivel. “Días difíciles como este son imposibles de recrear en los entrenamientos, por eso me gustan en mi preparación de cara al Tour”, dice Van der Poel, el mejor corredor del momento junto a Pogacar, que hace de la necesidad virtud, pues estuvo en la fuga de 10 que llegó hasta el final, y no ganó. “La fuga fue una partida de póker. Por supuesto que había muchos corredores mirándome, pero al final también tienes que mirar a los demás corredores si quieres ganar la etapa”, lamenta. “No depende de mí reaccionar a todos y cada uno de los ataques. Respondí a varios, pero no a todos”.
🏁 Coup double pour 🇪🇸@ivanromeo_03 qui gagne la 3ème étape et prend le @MaillotJauneLCL ! 🏆
— Critérium du Dauphiné (@dauphine) June 10, 2025
🏁 Stage win + yellow jersey for 🇪🇸@ivanromeo_03! 🏆#Dauphiné pic.twitter.com/8EgfNNhd7h
Todos miraron a Iván Romeo pero ya solo para verlo lejano, imposible. Unos cuantos atacaron —Lipowitz, Dunbar, dos jóvenes con buen caché y buenas clasificaciones ya, Tejada, Julian Bernard, el hijo de Jeff—, a unos cuantos les cerró Van der Poel. A Romeo, no. Lo intentó, pero no pudo. También lo intentó Lipowitz, el más fuerte. Tampoco pudo. Nadie pudo perseguir al gigante vallisoletano cuando atacó a solo falta de seis kilómetros. “Le dije al coche que tenía que arriesgar y no ser muy activo. Así que esperé hasta el último momento”, explica Romeo para describir el ataque triunfador, el segundo que hacía, en un final muy similar al de la Vuelta a Valencia en la que resistió por segundos la persecución loca de Almeida, Pello, Buitrago y otros grandes del pelotón. “Sé que en este tipo de finales, llanos, en un grupo pequeño, tengo buen instinto y, si me dan unos segundos, puedo conseguirlo, así que, en el momento en que dejaron de perseguirme durante un minuto, pensé: ‘Vale, tengo que ir a toda velocidad hasta la línea’. Fue una contrarreloj. Conocía el final, llevaba pensando en esta etapa desde hacía, no sé, un mes...”
Codos a escuadra, manos en la parte superior del manillar, estampa de rodador clásico, un Roger de Vlaeminck de rostro juvenil, sin patillas amenazadoras, y movimiento rítmico de hombros para impulsarse. La imagen del verdadero contrarrelojista que es Romeo, el ciclista vallisoletano que cumplirá 22 años el 16 de agosto, San Roque en Peñafiel y hace unos meses se proclamó campeón del mundo sub-23 de la especialidad. Va tan rápido que descorazona a todos, tan consistente que ni el pelotón, conducido a tutta por el UAE de Pogacar, se le acerca ni un pelo. Llega a 1m8s. Jonathan Milan, el anterior líder, pierde 5m 46s.
Al final, chapuceramente, con unos imperdibles, le medio cierran fuleramente la cremallera del maillot, amarillo Tour, claro, el mismo tono, la misma publicidad, el mismo peluche: la Dauphiné es un Tour en pequeñito que antes de ganar el grande la ganó tres veces Luis Ocaña, quien el lunes habría cumplido 80 años, como Merckx. Romeo sube al podio con una mano sujetándolo por detrás para que no se abra. El gesto no quedaría bien en la imagen para la posteridad del primer ciclista español que viste ese amarillo desde que Alberto Contador lo hiciera durante cinco días en 2016. El gigante del Movistar tendrá ya un amarillo a su medida para la contrarreloj del miércoles, 17,4 kilómetros en Saint Péray. Allí, Evenepoel, Pogacar, Vingegaard, los que ya son más grandes que él, como ciclistas, se probarán y desafiarán e intentarán asombrar y preocupar a los rivales. Entre ellos, Romeo no será uno del montón, sino otro favorito. Seguramente mantendrá el maillot amarillo pero este año no ganará la Dauphiné, que se decidirá en los Alpes el fin de semana, demasiada montaña aún para su dieta. Sufrirá en ella el chaval de Las Mercedes, pero no le robarán la felicidad, el placer que sintió cuando, un león de peluche en la mano derecha, un ramo de flores en la izquierda, y el pecho amarillo, resumiendo su jornada dijo: “Esto significa todo. Una vida entera, se podría decir. 21 años para esto”.
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