España y los días ‘señalaítos’
No es un partido para salir deprimidos, dijo Scariolo al terminar el encuentro. Estoy de acuerdo. Fue un partido para salir con un cabreo monumental


Cuando llegan los días señalaítos, esos a los que canta el gran Raimundo Amador, no queda otra que estar a la altura. El de Italia era uno de ellos, más aún si cabe cuando se nos atragantó el postre viendo cómo Grecia decidía dar de nuevo descanso a Antetokounmpo para terminar con una derrota ante Bosnia que no estaba en el guion. Son estos días, los señalaítos, donde realmente se ponen a prueba jugadores, entrenadores y entramados colectivos. Los que marcan valías, arrojos, talentos y templanzas. Son estos días, cuando la exigencia es máxima, los que ponen a cada uno en su lugar. Y el de España, guste o no, está ahora mismo al borde del abismo del que solo nos puede salvar el doblegar a Anteto o invocar a los dioses georgianos para que ganen a Bosnia.
No es un partido para salir deprimidos, dijo Scariolo al terminar el encuentro. Estoy de acuerdo. Fue un partido para salir con un cabreo monumental. Porque hay partidos que no se ganan y otros que se pierden. Y sin quitar méritos a la selección italiana, que los tuvo yendo de menos a más durante el partido, fueron los nuestros los que cavaron su propia tumba al repetir errores anteriores. Inferioridad manifiesta en la lucha debajo de los aros (Niang y Diouf, de 21 y 23 añitos, nos hicieron un roto), suplicio en la línea de tiros libres, que lleva camino de convertirse en una maldición bíblica, y empecinamiento en ir de tres en tres. Aun así, España llegó vivita y coleando hasta el terreno de definición gracias a un comienzo esperanzador liderado por un De Larrea más activo y resolutivo, la clase de Aldama (¿por qué jugó tan solo 24 minutos en un partido crucial?) o los chispazos del siempre hiperactivo Brizuela. Y entonces, en el cierre de un buen trabajo, se nos apagaron las luces.
Creo que fue Djokovic, o puede que Nadal, o quizás Federer, el que dijo que la diferencia entre estos tres y el resto se limitaba a unos pocos puntos por partido. Los importantes, lo que deciden juegos, sets, partidos y títulos. Mientras al resto les entraba el tembleque, cometían errores impropios o se les aceleraba en exceso el pulso, ellos se los llevaban al zurrón. El baloncesto de hoy en día está muy igualado, sobre todo en grandes alturas competitivas, y se suele decidir en unas pocas jugadas, donde los mejores encuentran soluciones. Un buen manejo de estas situaciones extremas resulta fundamental, y para ello se debe mostrar claridad de ideas, una firme jerarquía de jugadores determinantes a los que encomendarse, buena puntería, evitar errores tontos y por qué no, un puntito de suerte. Nada de esto ni tuvo ni cumplió el equipo español. La defensa italiana le llevó casi a la asfixia, hubo saltos en el orden jerárquico, Parra se equivocó gravemente con su falta antideportiva y Brizuela no pudo estar en la pista para la jugada más importante del partido.
Siendo las consecuencias tan posiblemente dramáticas, los análisis comienzan en lo colectivo y terminan buscando nombres y apellidos a los que responsabilizar de la decepción. La lista es numerosa, pues resultó excesivo el número de jugadores desenfocados. Algunos hasta la desesperación, como Willy, al que le está cayendo un chaparrón. En un día en que la situación demandaba muchas cosas que aportar, Willy, el capitán, no pudo ofrecer prácticamente nada. Ni estadística ni influencia, ni mucho menos liderazgo, terminando su deficiente actuación con dos errores críticos en el último minuto. Pero no fue el único que no tuvo su día. Parra, Pradilla, Juancho, López-Arostegui o Santi Yusta eligieron el peor día para estar ofuscados y superados por los acontecimientos. Demasiados jugadores en su peor versión como para esperar un final feliz, lo que lleva a un mayor enfado, pues a poco que alguno de ellos hubiese estado más fino, igual estaríamos hablando de otra cosa. Pero aquí estamos, en otro día señalaíto a punto de salir a pelear por evitar la que sería la peor clasificación de la historia en un Eurobasket. Que la fuerza nos acompañe, porque el batacazo puede ser de órdago.
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