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Eurobasket
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El alma y la calma

A partir del encuentro con Italia, es necesario que Aldama asuma ese liderazgo que la teoría le tiene reservado

Santi Aldama, decepcionado tras la derrota de España ante Georgia en el Eurobasket 2025.
Juanma Iturriaga

Terminadas las etapas llanas, llega el momento de la media montaña. Los Alpes italianos nos van a seguir dando pistas sobre el estado del equipo español de cara al domingo próximo, cuando comiencen los cruces que pongan a cada uno en su sitio.

Al final, el triplete de etapas aparentemente planas, ideales para soltar un poco las piernas, no fue tal, pues a las primeras de cambio apareció un inesperado falso llano llamado Georgia que al parecer no lo tenían marcado en la hoja de ruta y que terminó en una pájara de las buenas. Recuperados del susto con una buena reacción ante Bosnia y cumplido el expediente de jugar ante probablemente el peor equipo del Eurobasket, a España le llega el momento de medirse en desafíos de mayor enjundia. Para enfrentarse a estas nuevas exigencias no solo será suficiente con mantener el espíritu mostrado a partir del fiasco georgiano, sino que tendrá que estar acompañado por una mejora en el juego. Y ahí es donde empiezan a entrar más dudas, que solo podrán ser disipadas con una convincente actuación ante un rival de categoría.

El obligado chequeo en la jornada de descanso ofrece evidentes mejoras en el estado general (no cabía otra, habiendo empezado desde tan bajo) aunque sigamos titubeando en cuestiones como el dominio en el rebote, el acierto en tiros libres, o cierta falta de solidez en la dirección. Viendo a De Larrea o Saint-Supéry, me viene a la cabeza algo que me contó el gran Juan Corbalán, leyenda de este deporte. Jugador extremadamente precoz, Juan fue llamado de muy jovencito a entrenar con el equipo de los mayores, donde llegó dispuesto a cometer los menores errores posibles. Hasta que Pedro Ferrándiz le llamó a la banda y le dijo para hacer de pasabolas o guardia de circulación ya tenía a otros. Lo que necesitaba de él era lo que le hacía especial, su desparpajo. A Sergio y Mario les ha caído el gordo antes de lo esperado, y todavía se les ve cohibidos, más pendientes de no pifiarla que de desarrollar su juego. Hasta ahora lo que se refleja en su cara es el peso de la responsabilidad que llevan encima, en especial en De Larrea. Lo quieran o no, el campeonato y las necesidades del equipo les obligan a soltarse, a ser más agresivos sobre todo en ataque, a jugar de una forma menos sensata y ortodoxa y más festiva.

Otras cuestiones están mucho más claras. Como por ejemplo, qué jugadores deben asumir la responsabilidad de liderar al colectivo. Mucho se ha hablado de este asunto después de lo de Georgia, donde nadie fue capaz de echarse al equipo encima. Pero la cosa no tiene mucha vuelta de hoja. Las posibilidades de hacer algo sonado pasan necesariamente por el caudillaje de dos jugadores diametralmente opuestos, Brizuela y Aldama. Darío es el mejor activador emocional del equipo, un jugador echado para delante, que nunca se arruga, que siempre lo intenta, y que con la sabiduría que debe dar la edad se encuentra en un momento donde se siente capaz de todo. En los instantes más calientes no hay manos, piernas y cabeza mejor preparadas para tomar el mando.

Aldama es otra cosa radicalmente distinta. Si Brizuela es una bomba andante, nuestro único jugador NBA se mueve como de puntillas, sin dar excesivos indicios de su estado anímico. Tiene cuerpo y tiene clase. Su rango de juego va desde los 7 u 8 metros hasta cerca del aro, donde puede sacar ventaja de su privilegiado físico. Es, sin duda, el mayor talento puro que atesora la selección. Lo que no está tan claro es que además de ocuparse de sus tareas sea capaz de influir positivamente en las de los demás. Hasta ahora ha apuntado maneras, pero con demasiados altibajos. A partir del encuentro con Italia, es necesario que a través de actuaciones más convincentes asuma ese liderazgo que la teoría le tiene reservado.

Si juntásemos a ambos en un solo cuerpo, tendríamos un jugador mayúsculo. Como esto es imposible, confiemos en que cada uno en su terreno pueda aportar las virtudes que necesita este colectivo para poder competir. En esencia, alma y calma.

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Sobre la firma

Juanma Iturriaga
Columnista en EL PAÍS desde 1985. Exjugador profesional de baloncesto. Medalla de plata olímpica en Los Ángeles 84. Conferenciante, articulista, presentador y colaborador en diversos medios de prensa, radio y televisión.
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