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La fe de Perrone, el brazo de Munarriz y la cabeza de Aguirre llevan a España a la final

Un gol en el último segundo (7-7) salva a la selección, que acaba por imponerse a Grecia en los penaltis del Mundial de waterpolo y se enfrentará el jueves a Hungría

Felipe Perrone, izquierda, felicita a Alberto Munarriz por su gol, el 7-7 contra Grecia, este martes en las semifinales de los Mundiales de Singapur.
Diego Torres

La selección española de waterpolo jugará por el oro del Mundial de Natación el jueves (15.35) contra Hungría, vencedora ante Serbia por 19-18. La plata, de momento, está asegurada con el pase a la final. La obtuvo contra Grecia en el último segundo de una batalla salpicada de accidentes y situaciones inesperadas. España dominó durante medio partido, en todos los terrenos, hasta que los contratiempos, la angustia y la parálisis convirtieron lo que había parecido un trámite en una pesadilla al tiempo que los griegos se fortalecían desde el espíritu de resistencia. Arrastrada por Konstantinos Kakaris y Panagiotis Tzortzatos, el boya y el portero, Grecia dio la vuelta a un 2-6, lo transformó en 7-6, y en el torbellino de un desenlace cardíaco Felipe Perrone y Alberto Munarriz se inventaron un gol: 7-7. Producto típico de ese deporte, que a fuerza de elevar la adrenalina a niveles insólitos produce revueltas inolvidables.

La pelota entró en el último segundo. El resto se decidió en la tanda de penaltis, en donde Unai Aguirre paró dos tiros. El decisivo lo ejecutó Kakaris,un gigante de más de 100 kilos capaz de mover agua como un elefante marino. Kakris tiró a la cabeza de Aguirre. Buscó la reacción instintiva de autoconservación. El meta afrontó el desafío con el testuz y el proyectil salió despedido, lejos de la red.

“¿Qué decir?”, ponderó el guardameta, al cabo de la refriega. “Ha sido el mejor partido de mi vida. Una pasada. Viendo cómo había ido, con la poca precisión que tuvimos de cara al gol, la forma en que hemos lanzado los penaltis dice mucho del carácter que tiene este equipo”.

El waterpolo es un deporte cronometrado. Como el atletismo, pero con una pelota y una piscina de tres metros de profundidad que obliga a nadar sin descanso, para competir y también para sobrevivir. Cada segundo cuenta y cada segundo se comunica en directo para todo el pabellón. El cronómetro, una pieza negra de cuatro metros cuadrados iluminada por números de luces rojas, ocupa un lugar destacado en la instalación. Pegado a los rebosaderos, entre los banquillos, lo ven el público, los jueces y los jugadores. Lo veían todos cuando esta tarde en Singapur el equipo español se aferraba a los maderos del naufragio. España perdía 7-6 ante Grecia y faltaban solo 5 segundos para el final cuando Stylianos Arguiropoulos arrojó el balón para perder tiempo, lejos de su portería. Lo recogió Perrone haciendo un esfuerzo que parecía inútil y se lo dio a Munarriz, que lo recibió y se contagió del mensaje de su capitán. Con la convicción de los enajenados. Faltaban tres segundos. El navarro, que había lanzado cuatro veces sin meter ni una, clavó el 7-7. Donde antes rebotaba, pegaba en un palo o se topaba con el portero, la pelota atravesó el bosque de brazos griegos y fue adentro. Tzortzatos apenas pudo atisbar la sombra del misil.

Expulsión por “brutalidad”

“¡Hellas, Hellas, Hellas…!”, el grito mítico, el peán de los hoplitas, el cántico infatigable que bajaba de las gradas pobladas de griegos, se interrumpió con un silencio sepulcral. Solo se oían los rugidos ahogados de los españoles medio hundidos, y el gimoteo de sus compañeros en el banquillo. El viaje había sido alucinante.

Ya en el segundo cuarto comenzaron a ocurrir sucesos extraños. El cronómetro regresivo marcaba un 5:59 cuando el VAR, tras examinar una toma subacuática, decretó que Aristeidis Chalyvopoulos había actuado con “brutalidad” al propinar un puñetazo en la cabeza a Álvaro Granados. La decisión judicial dejó a Grecia con un hombre menos durante cuatro minutos. España se imponía por 2-3 y, con viento a favor, amplió la brecha. En el 3:13 se fue a 2-6 gracias a un cañonazo de Bernat Sanahuja. El jugador del Barceloneta, vértebras de goma, hiperelongaciones de espalda, brazos de pulpo, hizo estragos. Grecia parecía rendida. La sacaron del remolino la tenacidad de Kakaris, armario inaccesible en defensa y ataque, y los reflejos de Tzortzatos, que paró 12 tiros de 19.

David Martín: “El destino lo ha querido”

España desaprovechó hasta nueve superioridades consecutivas por expulsión de defensas griegos. El balón no circulaba, no entraba, no obedecía. Los nervios y el pesimismo pesaban como una losa en los hombros y en la mente de todos. Álvaro Granados fue expulsado por darle un manotazo a un rival. La selección sumaba más de 15 minutos sin marcar cuando Nikolaos Gkillas consumó la remontada: 7-6. El cronómetro regresivo señalaba 1:48.

A los españoles solo les quedaba tiempo para hacer un ataque, en condiciones normales. Felipe Perrone lo culminó estrellando el balón contra la escuadra. Finita la commedia. La corriente empujaba mar adentro. El desastre llamaba a dejarse llevar. El balón era griego. La convención anunciaba una derrota. El cronómetro reflejaba un 0:05 cuando Perrone fue a buscar esa pelota arrojada a la zona más desierta de la piscina, como un juguete desechado en el vertedero. Probablemente nadie más que Perrone creyó que el partido estaba vivo. No por nada, a sus 39 años, era el más viejo de todos los contendientes. Una eminencia que predicaba con el ejemplo. Le bastó con convencer a Munarriz para convertir el fracaso en una fiesta.

“El destino ha querido que juguemos la final”; dijo el seleccionador, David Martín, cuando todo hubo terminado. “Creo que tanto España como Grecia merecimos ganar”.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.
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