Felipe Perrone, el último acto del patriarca del waterpolo español
El capitán de la selección anuncia que saldrá de la piscina tras el Mundial de Singapur


“Si pensamos que el oro es el éxito entramos en la lógica de la sociedad de consumo. El producto se vende así: ‘¡Tienes que tener el oro olímpico para ser feliz!’. Pero es un discurso perdedor. Yo he disfrutado mucho con el waterpolo y con la selección. Ha sido muy especial”.
Gigante del waterpolo, Felipe Perrone es, sobre todas las cosas, una voz irrepetible en el vestuario del Club Natació Atlètic Barceloneta, además de líder moral de una selección española que de su mano se transformó en comunidad de amigos antes que en campeón mundial y de Europa. Este martes, a sus 39 años, después de 12 Mundiales y a punto de participar en el 14º, hizo el anuncio que todos en el concierto del deporte acuático sabían que se produciría más temprano que tarde. Lo deja. Se retira. Sale de la piscina con todos los títulos imaginables. Con todos los oros, menos uno, el oro olímpico, perdido en la espuma de las batallas de Tokio y París, para su desdicha, pues no fue capaz de sacudir la presión que soportaban sus compañeros, favoritos por aclamación abrumadora, obligados por la sociedad de consumo a vivir con el angustioso deber de vencer o fracasar.
Siempre sonriente, siempre optimista, siempre curioso, Perrone nació en Río de Janeiro en 1986. Se desarrolló como nadador y como pescador submarino en la bahía de Guanabara. Jugó en el Botafogo mientras sembraba el terror en la colonia de pulpos que habita bajo las rompientes del Pan de Azúcar. Biznieto de una catalana que emigró a Brasil durante la Guerra Civil, hizo el camino inverso y se instaló en la Barceloneta en 2003, con 15 años. “La Barceloneta es la primera parte de mi vida como inmigrante”, recordó. “El club de natación es el punto de encuentro de mis primeros años en Barcelona. Cuando los domingos no tenía nada que hacer, para no sentirme solo me iba al club y ahí me encontraba con otras personas. Ahora mi hija nada en el club y mi hijo los fines de semana me pide ir a este espacio donde encuentras personas y amigos. Aquí se crea una comunidad. Aquí no existe la soledad. ¡Y solo cuesta 50 euros al mes!”.
Perrone eligió la piscina del Barceloneta para despedirse y, como siempre, habló con esa voz dulce y rota al mismo tiempo, como de marinero desengañado y sentimental. “Lo he dado todo en el agua”, dijo, en un acto multitudinario y familiar celebrado este martes. “El Mundial que comienza este mes en Singapur [del 11 de julio al 3 de agosto] será mi último Mundial”.
Nadie definió mejor a Perrone que su lugarteniente, Marc Larumbe. “Hay tres tipos de grandes jugadores de waterpolo”, dijo el gran defensor. “Los goleadores, los arquitectos, y el goleador-arquitecto, que es el que multiplica las posibilidades de sus compañeros y además hace goles. Estos son los más raros. Son capaces de hacer todo y se adaptan a la situación de cada partido para hacer más una cosa o la otra. En los últimos años han surgido solo dos: Andrija Prlainovic y Felipe Perrone”.
No tardó en correr la voz de que había aparecido un extraño talento. Perrone aprovechó el interés para hacer fortuna haciéndose a la mar. Hizo del Mediterráneo su hogar. Atracó primero en Génova, en el todopoderoso Pro Recco. En 2012 ganó su primera Champions. Regresó a la Barceloneta y conquistó su segunda Champions, en 2014, la primera del club del puerto. Emigró a los Balcanes y en 2016 alzó su tercera Champions con el gorro del Jug de Dubrovnik. Convertido en mito, condujo a España al oro en el Mundial de 2022 y al oro en el Europeo de 2024. Su liderazgo se expandió con el magnetismo de su personalidad. Pudiendo conducirse como un divo, fascinó a sus compañeros con un sentido contagioso de la generosidad y la camaradería.
Sin ‘body language’
“Nosotros realmente vivimos media vida con el agua al cuello”, dice él. “El agua al cuello es que tú en realidad solo ves los ojos de las otras personas. Y eso es muy potente porque aquí no hay body language. Es la mirada. Entonces la mirada se vuelve algo más intenso, más significativo, más informativo. Aprendes a entender al otro por la mirada. La segunda cosa es saber que debajo del agua en este deporte estás dándolo todo: para flotar, para luchar, para moverte. No hacemos pie. Los apoyos se trabajan y es ahí donde también hay más contacto, más lucha. No podemos hacer como esos jugadores de fútbol que van caminando en el partido. Están todos por debajo del agua matándose, y por encima buscando con la mirada para poder transmitir algo”.
La profundidad de las piscinas, la amenaza sorda del medio inhóspito, la necesidad de combatir la soledad del inmigrante, hicieron de Felipe Perrone un monstruo social, táctico y técnico de las corrientes acuáticas. Sus compañeros le echarán de menos.
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