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El insólito policía y juez de las SS que perseguía a sus colegas criminales desde dentro del mismo sistema nazi

Una biografía recupera la extraordinaria carrera de Konrad Morgen, que llevó a juicio a 200 camaradas corruptos, incluidos comandantes de campos de concentración, y hasta se atrevió a investigar a Eichmann

Himmler (segundo por la izquierda) visita el centro de formación de la SS holandesa, Avegoor, acompañado del oficial de reclutamiento de las SS alemanas, Gottlob Berger (tercero por la izquierda), y del comisario del Tercer Reich para Holanda, Arthur Seyss-Inquart (primero por la izquierda).
Jacinto Antón

Konrad Morgen, con cara de gris oficinista o empollón de instituto y que no resultaba de entrada intimidante ni embutido en su uniforme de las SS, no se parece físicamente en nada al correoso y recio detective de ficción Bernie Gunther, creado por la pluma del añorado escritor Philip Kerr, que también investigaba crímenes desde dentro del sistema policial del III Reich. Pero ese hombre de gafas de culo de botella y aire de anodino burócrata fue alguien real. Un juez y policía de las SS que vivió una vida peligrosísima actuando contra sus propios camaradas de la orden de la calavera en el filo de la navaja del perverso sistema judicial nazi y utilizando lo que quedaba de las leyes en el corrupto y amoral universo hitleriano para investigar y llevar ante los tribunales a la friolera de 200 miembros de la organización.

La lista de Morgen incluye altos cargos y hasta comandantes de campos de concentración, la crème de las SS, de los que arrestó personalmente a cinco, dos de los cuales fueron ejecutados. Actuó contra personajes tan letales, verdaderas serpientes pardas, como Oskar Dirlewanger, líder de la brigada de combatientes más brutal y degenerada de las SS; Karl-Otto Koch, comandante de Buchenwald (arrestó también a su esposa, la famosa Ilse Koch, célebre por su crueldad y lascivia); el coronel Hermann Fegelein, futuro cuñado de Hitler, o Amon Göth, comandante del campo de Kraków-Plaszów, encarnado por Ralph Fiennes en La lista de Schindler. Se atrevió incluso a poner bajo su lupa a Adolf Eichmann, el planificador de la Solución Final, y fue a Auschwitz a investigar corrupción y asesinatos (¡en Auschwitz!), enfrentándose a su exasperado comandante Rudolph Höss, que no conseguía entender el sentido de una investigación policial en medio del mayor crimen perpetrado en la historia de la humanidad.

Morgen (Fráncfort, 1909-1982) logró hacer justicia —al menos un poco de ella— dentro de un mundo en el que la justicia no parecía posible. Cómo lo logró, un poco a la manera de los Intocables con Capone, entrando de lado, es una de las historias más extraordinarias de la época del nazismo y la Segunda Guerra Mundial.

Una reciente biografía sobre Konrad Morgen, Hitler’s Crime Fighter (Biteback Publishing, 2024), del historiador británico David Lee, analiza la figura del insólito juez y policía de las SS y, sin esquivar los aspectos controvertidos de su carrera y su personalidad (que han predominado en otros juicios sobre el personaje), se decanta por un veredicto favorable, considerando que su papel de verdadera mosca cojonera de las SS, escondía una auténtica indignación moral ante el Holocausto e incluso un intento de, en la medida de sus posibilidades, poner palos en las ruedas de esa atrocidad.

El juez y policía Konrad Morgen, con uniforme de las SS.

Alabado por estudiosos como la historiadora Helen Fry, el libro indaga en la sorprendente trayectoria de Morgen, que sobrevivió milagrosamente a su peligrosa labor y a la Segunda Guerra Mundial, y asoma al lector a ese alucinante rosario de los 800 casos abiertos por mor de la tenacidad del juez y policía desde dentro de las SS contra sus propios miembros. Cuesta explicar cómo en el seno del III Reich, en un Estado eminentemente criminal, se podía investigar y procesar (y hasta condenar a muerte: Karl Koch fue fusilado) a elementos que eran parte del propio aparato represivo y asesino del régimen. Pero es que Morgen aprovechaba las rendijas legales que quedaban en la Alemania hitleriana, en la que se solapaban dos ordenaciones: la corriente, la habitual en todos los países civilizados, y las leyes nazis. Morgen no podía investigar y procesar a miembros de las SS por el genocidio que estaban perpetrando, pero sí, paradójicamente, por corrupción o por asesinatos ilegales (esto es, fuera de las órdenes emanadas de la cúpula del Reich, especialmente de Himmler y en última instancia de Hitler). Casi hace reír (la risa negra y sardónica de un Bernie Gunther) imaginar la cara que se le ponía a un oficial de las SS al que Morgen llamaba a declarar por un asesinato injustificado mientras estaba trabajando a destajo ¡en el campo de exterminio de Majdanek!, en el que se liquidó a 360.000 personas, una ratio de 250 al día durante cuatro años. Esa estupefacción es perceptible a lo largo de todas las investigaciones y casos del juez y policía de las SS. Los acusados no dan crédito: entonces, ¿podemos matar de mil maneras horrendas a cientos de miles de personas pero a esa no? ¿Podemos robar a mansalva por toda Europa y despojar a las víctimas hasta de sus dientes de oro, aunque no nos podemos quedar nada?

En la lógica insana de Himmler, recuerda Lee, citando a Peter Longerich, el gran biógrafo del líder nazi, las SS debían actuar “decentemente”, incluso en el crimen. Y, por supuesto, todo el provecho que se extraía de la persecución y el asesinato de los enemigos del Reich debía ir, sin excepción, a las arcas del Estado (y a la caja de las SS). Himmler no quería que le robaran, faltaría más, qué villanía. A eso se agarraba Morgen, que actuaba a las órdenes directas del Reichführer para perseguir a miembros de las SS que se saltaban las normas y el código de honor de la organización. Uno de los problemas que tenía Morgen, espina en el costado de las SS, es que sus testigos de acusación desaparecían rápidamente.

Himmler le obligó a parar varias veces, como en el caso de la investigación de Eichmann por unos diamantes sustraídos: no se le podía detener al estar llevando, se le dijo, una tarea secreta de la máxima importancia para el Führer.

Civiles alemanes se enfrentan a las atrocidades cometidas por los nazis en el campo de concentración de Buchenwald, tras ser trasladados por la policía militar de EE UU

Es discutible (y algunos estudiosos han dudado de sus motivos) qué guiaba en el fondo a Konrad Morgen, al cabo oficial de las SS (tuvo el rango de Sturmbannführer, mayor), miembro del partido desde 1933 y absolutamente imbricado en los mecanismos policiales y judiciales nazis: se le ha visto como un cruzado de la extravagante moralidad de Himmler e incluso se le acusó de haber asistido a un experimento médico de venenos con prisioneros de guerra rusos. Lo que es indiscutible es que se jugó el cuello enfrentándose a poderosos y peligrosísimos altos cargos de la organización —su némesis principal fue Oswald Pohl, jefe del departamento económico y administrativo de las SS— y hasta buscándoles las cosquillas a personajes realmente diabólicos que escapaban a su capacidad punitiva real. Varias veces le pararon los pies —en última instancia el régimen no podía prescindir de sus mejores asesinos— y en una ocasión, en 1942, incluso lo despojaron de su rango y lo enviaron a luchar al frente del Este enrolado como soldado raso en una durísima unidad de combate de las Waffen SS con un altísimo número de bajas (el regimiento de granaderos panzer de las SS Germania, parte de la división Viking), una manera de librarse del enojoso burócrata metomentodo y tocanarices.

Sorprendentemente, Morgen (personaje que está pidiendo a gritos una película) regresó en mayo de 1943 de primera línea —Himmler lo volvió a solicitar para otro trabajito, investigar la corrupción en Buchenwald: su carrera recuerda mucho a la de Bernie, el detective de Kerr— no solo vivo sino como un soldado que cumplió como el mejor y hasta recibió la Insignia de Asalto de Infantería.

Three SS officers socialize on the grounds of the SS retreat outside of Auschwitz, at ÒSolahutteÓ, 1944

La apasionante carrera de Morgen en la sección judicial de las SS, que Lee sigue minuciosamente caso por caso —entre los más alucinantes, el del médico en Buchenwald Waldemar Hoven—, permite observar los singulares meandros de la acción policial y la justicia en el III Reich. El sosias real de Bernie Gunther, el detective de Kerr de cuyas novelas David Lee se declara rendido admirador y del que destaca que hacía frente a similares retos morales, incluso tuvo los mismos jefes que este, como Arthur Nebe, que no veía contradicción alguna en ser detective jefe de la policía criminal (Kripo) y comandante de un grupo de exterminio, el Einsatzgruppe B, con 45.000 muertos a sus espaldas. Tras la guerra, Morgen, que fue desnazificado en 1948, continuó su labor en el ámbito de la justicia y actuó como testigo en diversos juicios contra criminales nazis, incluidos los de Nurenberg. Sus pesquisas permitieron a Morgen ser testigo directo de las atrocidades nazis como el tour que le organizaron por la maquinaria de exterminio de Birkenau o los resultados de la masacre de judíos en la operación Festival de la cosecha, Aktion Erntefest, en Lublin en 1943 mientras investigaba a Christian Wirth, jefe de los campos de la muerte en Polonia.

Su vida personal estuvo marcada por su romance con una mujer, María Wachter, con la que las SS no le permitieron casarse por opositora al régimen, y con la que contrajo matrimonio al finalizar la contienda. David Lee señala que Morgen, que se describía a sí mismo como Gerechtigkeitsfanatiker, un “fanático de la justicia”, no hubiera parecido un tipo tan atractivo como Bernie Gunther: carecía de su cínico sentido del humor berlinés y su existencialismo, y de su agitada vida sentimental; tenía muy arraigados los valores tradicionales alemanes y un fuerte sentido del honor. Pero ambos —el policía real y el ficticio— pusieron sus talentos de sabuesos investigadores al servicio de los más terribles empleadores que quepa imaginar, y tuvieron la osadía y el coraje de saltarse sus reglas.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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