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EL FARO DEL FIN DEL MUNDO
Columna
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Héroes de los buenos, héroes de los malos

La coincidencia de dos libros sobre valientes republicanos españoles en el ejército británico y sobre soldados corajudos en las tropas de Hitler invita a reflexionar acerca de lo mucho que importa la causa a la que sirves en los actos de valor

Españoles del 1 Regimento de Servicios Especiales en 1942.
Jacinto Antón

Ya es cosa curiosa que el otro día fuera a dar con un puñado de héroes de Hitler en la presentación de un libro sobre sobre republicanos españoles que combatieron, muchos de ellos con extremo valor, en las filas del Ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial. Acudí a la librería barcelonesa Alibri (ex Herder) para felicitar a Séan F. Scullion por la publicación en castellano de su magnífico libro Españoles contra el nazismo, que ha editado Espasa tras aparecer en inglés (Churchill Spaniards, Helion & Company) el año pasado y despertar el lógico interés en nuestras latitudes. Llegué tarde, como suelo a causa de mi agitada vida de periodista (incluso conseguí llegar el último el miércoles a Altaïr para una presentación que hacía yo mismo) pero tuve el inmenso placer de que Séan, con el que hemos hecho amistad, me dedicara su libro y me diera un fuerte y marcial abrazo (Scullion es teniente coronel del Ejército británico y abraza como si te condecorara).

Me explicó que la presentación —en la subterránea sección de psicología y psicoanálisis de la librería, que ya es sitio para hablar del valor— había ido muy bien. El periodista y escritor Raúl Montilla, que ofició el acto, dijo que el libro de Séan “no solo recupera la historia de esos soldados, sino que devuelve la voz y dignidad a quienes lucharon por una España democrática”. Recordó que la del libro es la historia de los más de mil republicanos que se unieron al ejército británico para seguir combatiendo al fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. Apuntó que Séan “no se limita a contar batallas sino que explica vidas”, y recalcó que en un mundo en el que la extrema derecha vuelve a campar a sus anchas, memorias como estas no son un lujo sino una necesidad.

El escritor y militar Séan Scullion.

Entre la gente que acudió a la presentación me sorprendió encontrarme con un individuo que llevaba una guerrera británica de la segunda contienda con insignias de comando. Pensé que era alguien que se había perdido buscando un reenactment, una reconstrucción histórica de batallas, algo poco habitual en la sección de psicología de Alibri, pero Séan me sacó de mi error. “Es Víctor Asensio, el nieto de Manuel Espallargas, y lleva la chaqueta de él, en su honor”. ¡Madre mía, Manuel Espallargas!, qué tipo. Luchó en el frente de Aragón, escapó de un campo franquista, se alistó en la Legión Extranjera, combatió a los nazis en Narvik, pasó a formar parte del ejército británico como miembro de la Spanish Company 1 y se convirtió en un sconce, por el nombre de la operación del servicio de operaciones especiales, el SOE, destinada a invadir la España de Franco. De hecho, en la presentación del libro, a la que también acudieron la hija y la sobrina de Agustín Roa Ventura y un pariente de Alfonso Canovas, había más familiares de valientes que en un acto de homenaje en Navarone.

Estaban también el historiador militar Pere Cardona (el autor de la estupenda Osos, átomos y espías, historias sorprendentes de la Guerra Fría, Principal de los libros, 2021) y un tipo al que al que al principio no reconocí pero que resultó ser Jesús Hernández. A Jesús, que se ha convertido en un divulgador de referencia sobre la Segunda Guerra Mundial y lleva publicados casi una treintena de libros, le conocí en 2005 al poco de sacar el primero, Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial (Inédita, 2004). No nos habíamos vuelto a ver en veinte años. Nos encontramos más cambiados que si volviéramos del Frente del Este. Me explicó que era amigo de varios de los presentes y me acabó relatando con su habitual sentido del humor cómo arribó el pasado junio a las playas de Normandía, apuntándose a unos actos de conmemoración del Día D, desde una lancha de desembarco que se balanceaba causando un mareo mortal. “Al menos no nos disparaban las ametralladoras alemanas”, suspiró.

Jesús ha tenido el detalle de enviarme uno de sus libros —“Seguro que te va a gustar”— con el peliagudo título de Los héroes de Hitler (Almuzara, 2020). Se trata de lo más distinto que pueda haber al libro de Séan: un compendio de historias de personajes audaces del III Reich. Me sorprendió ver que no estaban los rostros habituales en estos casos, Rudel, Galland, Wittmann. Pero es que Hernández ha optado por buscar personajes menos conocidos y significados, un perfil más bajo para entendernos.

Pilotos alemanes condecorados, entre ellos el príncipe zu Sayn-Wittgenstein.

La selección es desigual, el paracaidista Von der Heydte está muy visto, el general Theodor Scherer no tiene más gracia que ser de los pocos altos mandos alemanes que llevaba barba y Eduard Dietl, jefe de las tropas en Narvik, precisamente, no es lo que consideraríamos de forma estricta un héroe. El capitán del corsario Kormoran, Detmers, también está un poco con calzador (básicamente para explicar el misterio de la desaparición del crucero Sidney). Por otro lado, meter a Hanna Reitsch, mujer valiente sin duda, pero cuya acción de guerra más destacada fue ir a decirle adiós con muchas lágrimas, arrumacos y siegheils a Hitler en el Búnker de la Cancillería sitiado por los soviéticos, no es como para tirar cohetes (y valga la referencia a las V-1 y V-2); para mí que responde más bien a buscar cuota femenina.

Pero aparecen un puñado de tipos interesantísimos. Entre ellos, los habilísimos y osados Geistersegler o “marineros fantasmas” de la Abwehr Christian Nissen y Heinrich Garbers, ambos de los servicios especiales o brandeburgueses, que se dedicaban a introducir por mar espías y saboteadores en Gran Bretaña y hasta en Canadá, Sudamérica y Sudáfrica, a menudo usando los Kriegsfischkutter (“Barcos de pesca para la guerra”) y otras veces atuneros o veleros de recreo. Garbers (condecorado con la preciada Cruz de Caballero), destaca Hernández, acabó siendo el marino de guerra alemán que más tiempo permaneció navegando y recorrió más distancia en la guerra, 545 días y 68.288 kilómetros, y con esos barcos que no eran precisamente el Admiral Scheer.

Jesús muestra una debilidad por Konrad von Leipzig: es lo que tiene haber conocido a la familia y que al oficial, también de los brandeburgueses, le faltara una pierna, amputada desde la cadera tras sufrir una herida en Lituania. Ah y su hermano era el chófer de Rommel. Von Leipzig, pese a su mutilación, encabezó una aventurera operación clandestina en el desierto que les llevó a él y su comando a aliarse brevemente con los tubus, enemigos de los tuareg en el Tibesti, y a atacar un fuerte de la Legión Extranjera. Luego estuvo destinado en Croacia y Tito llegó a poner precio a su cabeza. Finalmente se suicidó, oficialmente por los dolores de la amputación, pero posiblemente por su muy poco conveniente amistad con Von Stauffenberg, autor del atentado del 20 de julio. Jesús coloca en su selección algún paracaidista condecorado en batalla (el sargento Heinrich Schäfer, al que de manera insólita la Cruz de Caballero le llegó por correo al campo de prisioneros tras su captura), y a Von Fölkersam, lugarteniente de Skorzeny, que en una ocasión disfrazó a sus soldados de miembros del NKVD, con lo poco condescendientes que eran estos con los bailes de disfraces.

Von Stauffenberg, en el centro, fumando, en el frente ruso.

Yo también tengo algunos héroes que sirvieron en el bando alemán, entre ellos Roland Von Hösslin, que combatió bravamente en el Norte de África, ganó la Cruz de Caballero, fue malherido y luego lo ahorcaron los propios nazis por complicidad en el atentado de Stauffenberg; y también valoro mucho al propio conde de la bomba. Puesto a elegir héroes alemanes me inclino asimismo por dos aristocráticos ases de la aviación de caza nocturna, los príncipes (ambos lo eran) de la oscuridad Heinrich zu Sayn-Wittgenstein (se dice que planeaba matar a Hitler cuando lo condecorara; murió derribado antes) y Egmont zur Lippe-Weissenfeld. Ambos debían tener problemas a la hora de marcar sus trajes de vuelo y eran muy estirados, pero me parece que, alineados en el bando equivocado, al menos defendían a la población civil de su país contra los brutales bombardeos aliados.

Claro que el debate sobre soldados alemanes buenos o malos es absurdo. En realidad todos ellos servían a un régimen criminal y con su lucha prorrogaban el terror de este. Alguien dijo, y no estaba equivocado, que los verdaderos alemanes buenos fueron las primeras víctimas de Hitler y que con ellos llenaron los nazis los campos de concentración antes incluso de empezar la guerra. Cada minuto que ganabas para el III Reich peleando en sus filas durante la contienda, por muy valiente y honorable que fueras, mantenías encendidas las cámaras de gas y los crematorios y a Hitler al mando. Y eso por mucho que tu conciencia aborreciera a los nazis, que estuvieras en contra (en privado) de las leyes antisemitas y te cayera especialmente mal Himmler y gordo Goering, o fueras un caballero como el capitán Rogge del Atlantis o un simpático granuja rebelde como el joven as Hans Marseille.

Hernández añade un significativo epílogo a su libro bajo el título Los otros héroes alemanes en el que explica, entre varias más, la historia del matrimonio formado por Otto Hampel y Elise Lemme que ejercieron la resistencia en Berlín dejando postales anti régimen en lugares concurridos. Detenidos por la Gestapo, los decapitaron a los dos en 1943 (su historia, novelada, la contó Hans Fallada en el clásico Solo en Berlín, Maeva, 2011).

Creta

En puridad, los únicos héroes militares alemanes buenos —si exceptuamos a los que huyeron para combatir en las filas Aliadas, la mayor parte de ellos judíos— son los de ficción: el escéptico sargento Steiner de La Cruz de Hierro, o el antihéroe Porta de las novelas de Sven Hassel, un habitual de estas páginas. Es verdad que puestos a ser rigurosos, muchos de nuestros héroes de todos los tiempos no pasan el corte: unos sirvieron a regímenes totalitarios, otros a potencias coloniales. Pocos húsares, mosqueteros o lanceros de Bengala contribuyeron a hacer el mundo mejor, excepto el de los libros de aventuras.

Séan no tiene duda en cambio de que sus personajes fueron héroes, de los buenos, y valga la polisemia. Puestos a destacar, elige la historia épica del malagueño Francisco Gerónimo: Batalla del Ebro, Legión Extranjera, huida a Egipto, Middle East Commando, uno de los últimos defensores de Creta, evasión de los nazis durante 11 meses por las montañas de la isla ocupada bajo el nombre, digno de Paddy Leigh Fermor, de Kosta Spirachi; rescate in extremis por el SOE, paracaidista, miembro del SAS en operaciones en Francia e Italia… Desde luego, qué tranquilidad da pelear por la causa correcta.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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