Cómo robarle un radar a Hitler con un centenar de paracaidistas y mucha suerte
Max Hastings narra en ‘Operación Biting’, una osada acción de fuerzas especiales británicas que parece salida de la pluma de Alistar MacLean, el autor de ‘El desafío de las águilas’


Las cosas no marchaban bien. Los alemanes avanzaban en todos los frentes y Gran Bretaña, tenazmente agazapada en su isla y su flota, no podía hacer más que esperar el cambio de marea de la guerra, que habría de llegar. Entretanto, se abrió una ventana de oportunidad para dar a la nación la sensación de que se hacía algo, algo valeroso. Vuelos de reconocimiento sobre la costa francesa del canal descubrieron una instalación de radar nazi en la Francia ocupada, en un acantilado junto al pequeño pueblo pesquero de Bruneval. Fue identificado como un avanzado aparato Würzburg (de la compañía Telefunken, que siempre es una garantía), parte de la vital red de detección alemana de cazas y bombarderos británicos. Y surgió la idea de un osado golpe de mano de fuerzas especiales para capturar ese radar de Hitler y desvelar su moderna tecnología, humillando de paso al enemigo.
La operación Biting (Mordisco), que consistió en enviar en la noche del 27 al 28 de febrero de 1942 a un puñado de ingenieros para desmantelar y llevarse el radar y un centenar de paracaidistas, la Compañía C de la 1ª Brigada, para darles cobertura y enfrentar las defensas alemanas, más apoyo marítimo para recogerlos a todos, es letra pequeña de la Segunda Guerra Mundial pero no por ello deja de resultar una aventura sensacional. Si además quien te la cuenta es el historiador Max Hastings, el resultado es apasionante. Las trescientas páginas de Operación Biting (Crítica, 2025) se leen, y valga el socorrido símil, como una novela. Pero además no como una novela cualquiera sino una de aquellas tan electrizantes de Alistair MacLean, El desafío de las águilas o Los cañones de Navarone (que dieron pie a grandes películas, algo que merece sin duda Biting). “Sí, es cierto, es una historia maravillosa, ¡definitivamente muy del estilo Alistair MacLean!”, acuerda Hastings en una entrevista por videoconferencia. “No es una operación grande, más bien minúscula, pero salió extraordinariamente bien, con final feliz, para los británicos”.

Hastings (Londres, 79 años) explica detalladamente los preparativos de la operación y la descripción de la acción que culmina el libro es magistral, llena de emoción, sobresalto y disparos. Pero con lo que parece disfrutar a lo grande es describiendo a los personajes, como el genial científico Reginald V. Jones, Reg; el comodoro lord Louis Mounbatten, Dickie, a la sazón jefe de Operaciones Combinadas —“los piratas de Churchill”, los comandos— ; Frederick Browning, Boy, el comandante de la incipiente fuerza paracaidista que aun no llevaban la icónica boina roja (casado con la escritora Daphne du Maurier, relación a la que Hastings presta notable interés); o Gilbert Renault, el coronel Rémy, líder de la Resistencia y a tenor de lo que explica el autor completamente incapacitado para ello.
“Siempre que proyecto escribir un libro pienso ‘¿qué les puedo contar a mis lectores que no sepan ya? Aunque muy pequeña, la operación Biting está llena de grandes personajes, y me encanta escribir sobre ellos. Y además están las fuerzas especiales. Y la necesidad de Churchill de demostrar que los británicos seguían librando la guerra de manera vigorosa, aunque no pasara mucho y a falta de una campaña en el continente. Hay que recordar que entre 1940 y 1944, pese al Norte de África y Birmania, la mitad del Ejército británico permaneció sentado en suelo inglés, esperando volver a Francia”. Si de momento no se podía contar con grandes victorias, se dijo Churchill, habría que conformarse con pequeños triunfos.
El historiador ríe cuando se le dice que cada vez parece más una mezcla de Tucídides y Jane Austen. “Eres muy amable, demasiado; soy un contador de historias, antes las escribía grandes, Vietman, Corea, la Primera Guerra Mundial, grandes campañas de la Segunda, pero cada vez son las personas lo que más me interesan primordialmente, menos estrategia y más comportamiento humano. Aunque sean historias cuyo escenario es la Segunda Guerra Mundial, escribo de cosas que les pasan a las personas”. Con Mountbatten se pone las botas (“narcisista extremo”, “había en él cierta inteligencia, aunque perjudicada por una vanidad infantil”). Ahí estamos en terreno de Noël Coward más que de Alistair MacLean. “Una de las cosas que me fascinan de Mountbatten es esa curiosa combinación de ser un jefe militar y estar siempre al borde del ridículo: tenía una vanidad colosal y una obsesión con los uniformes y medallas. Como líder dejaba mucho que desear —fue después el responsable del desastre de Dieppe—; pero era entusiasta, tenía buena planta, era primo del rey, Jorge VI, y amigo de Churchill. Los militares profesionales no entendían que este le promocionara, pero en esa época tan gris el indiscutible glamour de Mountbatten era un punto: inspiraba ilusión y confianza en la gente”. Hastings hasta husmea en la sexualidad de Mountbatten y la relación con su mujer, Edwina, con divertido entusiasmo más propio, se diría, de Lady Whistledon que de Basil Liddell-Hart. Que luego lo matara a Mountbatten el IRA impresionó mucho, casi sientes que no estuviera Jack Ryan para salvarlo. “Era una figura relevante, y una presa fácil. Tenía un castillo en la costa occidental de Irlanda y pudieron acercarse a él. Lo conocí, y como periodista informé sobre su funeral, un evento extraordinario, le hubiera encantado. Su único disgusto habría sido probablemente no poder asistir”.

La operación Bitting salió muy bien. “Fue un enorme éxito, pero esa noche tuvieron toda la suerte los británicos y los alemanes no. Parte de los paracaidistas, bajo el mando del sólido comandante John Johnny Frost, al que en la posterior batalla de Arnhem encarna Anthony Hopkins en Un puente lejano, fueron lanzados por la RAF de manera deficiente y no llegaron a participar en la acción o lo hicieron tarde, y al replegarse, tras agitar el avispero, los atacantes tuvieron que esperar mucho tiempo, cuarenta y cinco minutos, en la playa a que vinieran a buscarlos las lanchas. Si los alemanes hubieran estado bien posicionados o hubieran contraatacado hubiera sido un desastre para los británicos. Las tropas alemanas estuvieron lentas y torpes. Los británicos sacaron la impresión de que siempre se comportarían así, lo que después les dio más de un disgusto”. Hay paralelismos a pequeña escala con el Día D (el nuevo libro de Hastings, recién aparecido en inglés, está dedicado precisamente a las acciones en la playa Sword). “Sí, ahí también hubo suerte. Si Rommel hubiera estado en Francia los alemanes se hubieran movido más rápido”.

Curiosamente, el oficial de la Luftwaffe bajo cuyo mando estaban las instalaciones de radar de Bruneval (que incluían modelos Freya y Würtzburg, y un burdel en la vecina Étretat) era el príncipe Alexander-Ferdinand Von Preussen, tataranieto de la reina Victoria y primo de Mountbatten (originalmente Battenberg) y que gozaba de un destino bastante chollo en Francia (Hastings aprovecha para recordar que los veteranos alemanes que ha entrevistado siempre le decían que en la Francia ocupada “vivían como dios”). Von Preussen se hallaba ausente sin permiso al inicio del ataque.
Mientras los paracaidistas (en Biting no hubo planeadores, aun una fuerza en estado embrionario entonces) establecían un cordón de seguridad y tomaban las posiciones alemanas clave a tiros, los ingenieros desmontaron a toda velocidad el radar, con su parabólica (“el gran mejillón”) y su equipo, y finalmente todos salieron corriendo, llevándose de paso a un par de técnicos nazis cautivos. Fue una operación muy poco sangrienta (2 británicos y 5 alemanes muertos). “Me impresionaron las estadísticas, porque se disparó mucho, muchísimo. Sorprende la cantidad de balas que hacen falta para matar a alguien”. En Normandía, señala Hastings, la mayor cantidad de bajas fue por mortero, pero en Bruneval los alemanes no tenían. En cambio hubo en los enfrentamientos de la operación muchas ametralladoras (la peor para los británicos, curiosamente, una de marca francesa que disparaban los alemanes). “Fui corresponsal en las Malvinas y recuerdo una noche en la que se disparaba tanto que pensé que a la mañana siguiente todo el mundo iba a estar muerto, y sin embargo hubo pocas bajas”. ¿Es por mala puntería? “En las guerras, muchos soldados disparan sin ni siquiera apuntar. Si te fijas en Ucrania, por ejemplo, los soldados mueren por bombas o drones y no por disparos”.
Hastings recuerda en el libro que él mismo fue paracaidista, lo que le da una pertinencia especial para hablar de Biting. “Mi experiencia es que las operaciones de paracaidistas suelen ser una aventura incierta si no un desastre, sobre todo de noche. En 1963, con 17 años, participé en un lanzamiento en Chipre. Íbamos mucho mejor pertrechados que los paracaidistas de Biting, incluso con Mae West [chalecos salvavidas] y con luces de posición, pero todo el batallón quedamos desperdigados. Pensé ‘si esto va así en tiempo de paz, ¿cómo será en la guerra?’. Los paracaidistas pueden ser muy glamourosos pero no son demasiado eficaces”. Bueno, pero hace falta mucho valor para saltar (aunque Hastings recoge el caso del animoso soldado que al hacerlo por primera vez se exclamó: “¡Caramba! Esto es mejor que el sexo!”). “Sobre todo era arriesgado en la época de Biting, cuando los británicos no llevaban paracaídas de reserva como los paracaidistas de otros países. Ciertamente, hacía falta mucho valor para saltar de noche sobre la Francia ocupada por los nazis, y con nieve. Siento mucha admiración por aquellos hombres que además combatían cuando las cosas iban mal y parecía que nada detendría a los nazis. Como dice el popular adagio: ‘Si quieres tener una guerra feliz, entra en acción cuando tu bando vaya ganando’”.

Ya que estamos, ¿qué hace que la gente combata? “En el siglo XX mucha gente estaba condicionada por la vida militar como ahora en el XXI no podemos imaginar. La misma generación había vivido ya otra guerra. Y había un orgullo por la tradición militar. En los álbumes de familia veías a tus padres y abuelos en uniforme. Por otro lado, en las guerras hay un número limitado de gente que quiere vivir aventuras, y a los que hay que evitar; pero la mayoría lo que quiere es volver a casa vivo”.
Visto el éxito con el radar, ¿por qué no atacaron más adelante las fuerzas aerotransportadas las instalaciones de V-1 y V-2? “Los cohetes estaban más lejos y eran más difíciles de localizar. Bruneval estaba solo a 130 kilómetros cruzando el canal”. ¿Cuál es el balance de Biting? “Analizar el radar alemán capturado dio dos o tres meses de ventaja a los británicos, así que fue útil en ese sentido, pero el éxito verdadero fue lo que supuso de propaganda. Se enfocó el ataque como una victoria sobre los alemanes en un momento en que había demasiadas humillaciones militares sobre el tablero”.
Operación Biting es una oportunidad fenomenal para encontrase con el mejor Hasting, el que hace esos estupendos retratos, que cuenta que las primeras metralletas Sten, el arma icónica de los comandos y paracaidistas, se fabricaban en la misma factoría de Liverpool que el Meccano; que describe cómo lo primero que hicieron los paracaidistas británicos al pisar la Francia ocupada por Hitler fue todos ponerse a orinar (un gesto no solo simbólico sino debido a que llevaban las vejigas llenas del viaje, el miedo y el mucho té), o que explica que no le dejó a su hijo vestir en una fiesta de disfraces su vieja chaqueta de soldado aerotransportado. “Me preguntó que por qué no si, evidentemente, yo no la iba a volver a usar, y le contesté que eso era lo de menos”.
¿Qué opina Hasting del ataque de Israel a Irán? “Terrorífico, es imposible imaginarle un final a esto. Conozco a Netanyahu [escribió la biografía de su hermano mayor, Yoni, el héroe del rescate de Entebbe]. Es un líder disparatado que me da pavor. Siempre he pensado que es un malvado. Como a Putin y a Trump le da igual el futuro de la humanidad. Sus objetivos han sido siempre mantenerse en el poder, crear un gran Israel con Cisjordania y Gaza, y arrastrar a EE UU a una guerra con Irán. Hace ya uno docena de años, el hombre más inteligente que he conocido, el historiador Michael Howard, me dijo: ‘Si hay algo que lleva a Irán a tener arman nucleares es el empeño de Occidente por que no las tenga”. Por otro lado, es muy peligroso que Israel base toda su política en la asunción de su superioridad militar, asumen que siempre será así y prefieren vivir en estado permanente de guerra antes que hacer concesiones a la paz”. Hastings continúa: “Es una tragedia, pero algunos de nosotros que admirábamos al Ejército israelí me temo que ahora vemos su terrible fealdad. Trump los empodera”.
El historiador no cree que se pueda derrotar a Irán y el motivo del ataque israelí, la destrucción de las instalaciones nucleares, le genera dudas: “Según los expertos, buena parte de esas instalaciones están a salvo bajo tierra y solo podrían ser destruidas con las bombas penetradoras MOAB, solo un nivel por debajo de las armas atómicas, y que únicamente posee EE UU”. A propósito de los ataques a Irán, Hastings recuerda el comentario del presidente francés cuando el ataque coalicionado a Trípoli: “Yo podría ayudar a destruir a Gadafi, pero no a irritarlo”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
