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Ben Macintyre dice que preferiría que le rescatara un SAS antes que un Navy Seal: “Por favor, ¡soy británico!”

El popular autor dedica su nuevo libro, ‘El asedio’, a explicar de manera apasionante la operación para liberar la embajada iraní de Londres en 1980

Imagen del asalto a la embajada iraní de Londres en 1980 para liberara a los rehenes.
Jacinto Antón

Ante El asedio, la nueva obra de Ben Macintyre (Oxford, 61 años), la primera reacción de algunos puede ser qué me importa un libro sobre la ocupación con rehenes de la embajada iraní de Londres en 1980 y la subsiguiente operación de rescate, con la que está cayendo. Parecería que es solo un ensayo para muy fans de la política internacional, lectores empedernidos de Jean-Baptiste Duroselle y sufridos ex alumnos del Jesús M. Rodés que daba clases en la Autónoma de Barcelona. Craso error: El asedio (Crítica, 2025) es un relato sensacional y electrizante de aquellos acontecimientos que se lee como un thriller y que incluso en estos agitados días de mundo revuelto te captura como si no existiera otra cosa. Cuatrocientas páginas magistrales —no en balde Macintyre es el autor de libros como El agente Zigzag, Los hombres del SAS o Los prisioneros de Colditz—, que se leen sin poder parar y te mantienen con el corazón en un puño. Afortunadamente para el suspense que crea Macintyre muchos no recordarán cómo se desarrolló y acabó aquello: es curioso y significativo que al hablar del libro uno se encuentre intentando no hacer espóiler, ¡como si no se tratara de un hecho histórico!

Recapitulemos: el 30 de abril de 1980, seis terroristas armados con metralletas, pistolas y granadas irrumpen en la embajada iraní de Londres, en la que acababa de hacerse prácticamente el traspaso del régimen del Sha al de los ayatolás de Jomeini, ocupan el edificio y toman a 26 personas como rehenes. La policía y las fuerzas especiales aíslan inmediatamente la embajada y le ponen sitio mientras los asaltantes, miembros de la minoría árabe en Irán que reivindican el reconocimiento de la identidad y los derechos de esta plantean sus reivindicaciones, que resultan algo extemporáneas y extrañas para la opinión pública en general en un momento en que se está produciendo otra ocupación — curiosamente especular porque ahí son los iraníes los ocupantes— de una embajada: la de EE UU en Teherán (del 4 de noviembre de 1979 al 20 de enero de 1981). Empiezan así seis días de negociaciones que acaban en un violentísimo episodio de asalto por las fuerzas especiales británicas del Special Air Service (el famoso SAS), un pandemonio de explosiones, disparos y terror. Macintyre, que ha documentado minuciosamente los hechos y los sirve al detalle, los va desgranando con la pericia narrativa de un novelista, sin abandonar ni un instante el más absoluto rigor histórico.

 Ben Macintyre.

El autor admite que, por sus características, el episodio que cuenta en El asedio, es un regalo para un autor. ¡Incluso hay un McGuffin de primera!, el elemento clásico de suspense según el término acuñado por Hitchcock: la pistola que conserva escondida hasta el final del asalto el policía que custodiaba la puerta de la embajada y que es reducido y apresado por los terroristas, que no le encuentran el arma. Macintyre, entrevistado por videoconferencia por este diario, asiente con una sonrisa satisfecha. “Sí, es un regalo, comparable a la pistola que aparece en algunas obras de Chéjov y que sabes que será utilizada en la última escena. La pistola del policía de la embajada, la posibilidad de una violencia repentina, es un leit motiv de toda la historia; tuve mucha suerte de que existiera. Entrevisté a ese hombre, Trevor Lock, que ha fallecido hace unas semanas, y 45 años después aún mostraba las huellas de la tensión que había vivido manteniendo seis días escondida el arma. No podía ir al lavabo para que no la vieran, porque los asaltantes les obligaban a hacerlo con la puerta abierta”. Lock, saludado en su momento como “el héroe del asedio”, fue, dice Macintyre, “el policía que descubrió el valor sin buscarlo, quererlo o saber qué era”, que ya es epitafio.

Es obligado preguntarle al autor por el reciente fallecimiento de Frederick Forsyth, no solo por que El asedio podría leerse como una novela del escritor sino porque uno de los rehenes se pasa parte del tiempo leyendo Chacal. “Así es, es una coincidencia que el rehén Ron Morris encontrara un ejemplar en la biblioteca de la embajada. En realidad es el último libro que uno querría leer en una situación así, una novela sobre un complot terrorista internacional. Conocí bastante bien a Forsyth, y soy un gran admirador, era un gran escritor sobre espionaje y como es sabido él mismo fue también espía”.

En El asedio sorprende encontrar, en semejante situación, momentos de humor, como lo de los retretes atascados, que un SAS no se separara de su ejemplar de El hobbit o la hazaña de estreñimiento autoimpuesto del policía Lock. “Suele surgir paradójicamente en situaciones de mucho miedo y tensión. En la guerra, por ejemplo, te encuentras que el humor y la risa afloran como forma de paliar una absurdidad aterradora”.

Uno de los rehenes de la embajada iraní de Londres sale con las manos en alto el día final del asedio.

El asedio junta dos temas que ha abordado en sus libros Macintyre: el SAS y la reclusión (que trató al escribir del castillo prisión de Colditz). “En cierto modo es la unión de las dos historias. La ocupación de la embajada reúne a un abanico de personajes en un espacio casi teatral del que no podían salir, como en Colditz; me encanta esa situación. Es una historia de seis días con una atmósfera muy intensa y claustrofóbica. Y tenemos al SAS por supuesto, con lo que volvemos a entrar en el mundo de esa unidad de operaciones especiales en una situación crucial de su existencia”. Precisamente en este momento llaman a la puerta en casa de Macintyre y el autor se excusa y se levanta para abrir: son unos hombres enfundados en monos que van a subir a su tejado. ¡Cuidado que no sea el SAS! El escritor ríe de la ocurrencia y explica que se trata de unos técnicos que acuden para poner coto a una plaga de palomas. “O eso me han dicho, si los veo bajar en rapel por la fachada igual resulta que son otra cosa”, añade con un guiño.

El SAS de El asedio es muy distinto del de su libro anterior sobre los orígenes de la unidad en el desierto líbico en la Segunda Guerra Mundial (y que dio pie a la fenomenal serie televisiva Los hombres del SAS). “Sí, es un SAS mucho menos romántico, embrutecido por el conflicto de Irlanda de Norte y la lucha contra el IRA, y por otro lado mucho mejor entrenado y equipado. En el desierto, el SAS vivía entre mucho caos y desorganización, eran más amateurs y destacaban más las individualidades. Aquí son mucho más profesionales. Estamos más en el mundo de los servicios de operaciones especiales de hoy”. David Stirling, el legendario fundador del SAS, vivió el asedio. “Sí, lo vio por televisión, en su club de Pall Mall, al principio se enfadó, como mucha gente, porque estaba siguiendo el campeonato del mundo de snooker y cortaron para dar en directo el asalto a la embajada, pero quedó muy impresionado por la profesionalidad de su antigua unidad. Se dio cuenta de la gran diferencia entre ese SAS y el de sus tipos duros del desierto, pero no dejó de estar orgulloso”. También aplaudió la operación otro connoisseur: John le Carré.

El ataque, de 11 minutos, “el tiempo que se tarda en cocinar un huevo duro”, se saldó con las muertes de la mayoría de los terroristas (cinco de los seis) y varios rehenes. ¿Éxito o fracaso? “Ninguna operación militar va según el plan establecido, hubo pifias y mucha de la información de inteligencia en que se basó el plan era errónea: se atacaron habitaciones equivocadas, se lanzó gas donde estaban los rehenes, y dos murieron en el asalto, pero no deja de ser muy destacable que no hubiera muertos entre los atacantes. Se le había dicho a Margaret Thatcher, que autorizó el asalto, que habría un 40 % de víctimas entre los ocupantes del edificio. En aquel barullo de humo y disparos que la cosa fuera tan bien dice mucho de lo entrenados que estaban los SAS. Cuando se encontraron con que la situación no era la que esperaban supieron cambiar de táctica sobre la marcha y adaptarse a los nuevos parámetros con extraordinaria eficacia. También hay que decir que hubo mucha suerte. Thatcher y el SAS fueron muy afortunados: de salir mal la operación ella hubiera tenido que dimitir y el SAS probablemente hubiera sido desmantelado”.

¿Hasta qué punto fue determinante que Thatcher estuviera al frente del Gobierno en Gran Bretaña? “Su resolución, que se negara a pactar y que asumiera toda la responsabilidad —cosa que hoy no haría ningún político— fue muy útil para la policía, los negociadores y el SAS, supieron desde el principio donde estaban. Pero, claro, fue extremadamente rígida. Se podrían haber hecho las cosas de otra manera”. La coincidencia con la ocupación de la embajada de EE UU en Teherán marcó el episodio. “No fue totalmente una coincidencia. Los pistoleros árabes habían visto la otra ocupación y en cierto modo fue una reacción. Irán ocupa una embajada de occidente y aquí ocupan una suya. Pero no es una respuesta directa. En todo caso, confundió al mundo entero, los iraníes estaban convencidos de que lo había preparado la CIA, en un momento en que Carter acababa de fracasar en su operación de rescate, para sobreponerse a la humillación. En realidad todo lo urdieron Sadam Husein y sus servicios secretos, a través del terrorista Abu Nidal: manipularon al grupo de activistas árabes iraníes que luchaban por un Arabistán dentro de las fronteras de Irán”.

¿Quién preferiría Macintyre que lo rescatara, un Navy Seal o un SAS? “¡Por favor, soy británico, obviamente un SAS! Sea como sea, hay que recordar que los Seal y la Delta Force se basaron en el SAS, que es el origen de todos los cuerpos de operaciones especiales modernos. Ambas fuerzas se han vuelto increíblemente eficaces. Pero insisto en que el SAS, que había sido disuelto después de la Segunda Guerra Mundial y vuelto a formar, empezaba solo a ser conocido y si la operación de la embajada hubiera fracasado… El mundo quedó muy impresionado por el SAS pero si la cosa no llega a ir bien habría sido su fin”.

Muestro héroes inestables, no los glorifico precisamente"

¿Sus libros sobre el SAS justifican a las fuerzas especiales? “Diablos, espero que no. Muestro héroes inestables, no los glorifico precisamente. Mis libros no van de tipos duros y machotes sino de individuos con muchos problemas, sometidos a una dinámica brutalizadora que acaba dañándolos. La del SAS no es una historia de heroísmo y gloria sino una que habla de la crueldad extrema y grotesca que ejercen unos hombres sobre otros en situaciones de guerra y violencia. La mayoría de miembros del SAS sufren estrés postraumático, no se sale ileso de experiencias así. Yo trato de analizar lo que hace falta para llevar a cabo operaciones como las del SAS. Espero muy sinceramente que mis libros no contribuyan al reclutamiento del SAS”.

De nuevo, en El asedio, Ben Macintyre se sumerge en ese tema que le apasiona que es el de los héroes y los cobardes. De ambos hay en esta historia. “Ese es en realidad el núcleo del libro, el interés por la naturaleza humana. Se hace una sola pregunta: ¿cómo respondemos los seres humanos en situaciones que no podemos controlar? Algunos nos movemos hacia lo heroico incluso sin pretenderlo, descubriendo en nosotros una resolución que ignorábamos. Otros nos ponemos al pairo para sobrevivir y somos capaces de hacer cualquier cosa por esa supervivencia. De todo hubo en la embajada y por eso esta historia se nos hace tan interesante. En cualquiera de los grupos y bandos, rehenes, terroristas, fuerzas de seguridad, SAS. ¿Qué harías tú? Todos queremos pensar que nos comportaríamos de una manera honrosa pero no podemos estar seguros hasta que nos arrojan a una situación parecida, de peligro letal”.

Macintyre reivindica a las que considera grandes olvidadas de la historia: las mujeres, básicamente personal de la embajada iraní, pero también periodistas y miembros de las fuerzas de seguridad. “La de las rehenes es una historia extraordinaria que no se había contado, tuvieron un papel clave, especialmente la secretaria Roya Kaghachi”. Entre los magníficos secundarios de El asedio, incluidos Jomeini, Thatcher o el jefe de las fuerzas especiales Peter de la Billière, una aparición tan excepcional como Rebeca West (1892-1983), la veterana viajera, historiadora y periodista, que siguió todo el asedio desde la ventana de su casa a poca distancia de la embajada. “Es extraordinario que estuviera ella justo ahí, parece que la hubiera puesto el destino, una mujer que había observado y descrito la marcha de la historia de todo el siglo XX y está viendo este episodio. Su reportaje fue lo último que hizo. Para la serie que se quiere hacer sobre el libro yo pienso en Judi Dench”.

Hay muchos espías y espionaje en el libro, por ejemplo el desgraciado oficial de la Guardia Revolucionaria iraní atrapado en el edificio, y que, paradójicamente, había participado en la toma de la embajada estadounidense en Teherán. “Los espías me acompañan siempre, me fascina ese mundo de doblez. De hecho mi próximo libro va a ser una historia de espías en el Irán posrevolucionario de 1982, la de un oficial de la KGB reclutado por Occidente. Es una historia de espías pero también un turbio drama psicosexual, un caso muy extraño”.

¿Por qué en un mundo tan agitado como el actual no se producen asaltos terroristas con rehenes como el de la embajada de Londres? “Bueno, fuimos testigos en 2023 de un ataque terrorista con toma de rehenes a una gran escala: el que lanzó Hamás y dio origen a la guerra de Gaza. Es cierto que los ataques terroristas con toma de rehenes caracterizaron especialmente los años 70 y 80 del siglo XX. Luego se han hecho acciones de gran espectacularidad como el 11-S. El terrorismo ha evolucionado a un horror mayor”.

Macintyre está de acuerdo en que la ficción no puede competir con la realidad. “Por eso hago no ficción, he encontrado historias tan increíbles y hasta locas: la de la Operación Carne Picada, o la de los espías dobles del Día D”. Algunos documentos sobre la toma de la embajada iraní no han sido desclasificados, ¿cómo afecta a su historia? “En un proyecto así siempre hay agujeros. Es parte de mi pacto con el lector. Si no conozco la respuesta a algo lo digo. Soy sincero siempre. No hago pasar suposiciones por verdad. En la no ficción es esencial ganarte la confianza del lector. Una novela es otra cosa”. El asedio, con su armazón de testimonios, la humanidad de las anécdotas y la sucesión de los acontecimientos descrita con la precisión de un mecanismo de relojería, recuerda a las obras de Dominique Lapierre y Larry Collins, aquellas ¿Arde París?, ¡Oh Jerusalén! o Esta noche la libertad. “Dios espero que sí, soy un gran admirador. Tenemos licencia como periodistas para recolectar la memoria de los demás. Eso es muy difícil porque la memoria no es la verdad. Lo que recuerdan cuatro personas de un suceso en la misma habitación a menudo no coincide. La memoria es lo que nos contamos a nosotros mismo para que nuestro pasado tenga sentido. Eso es un reto para conseguir extraer la verdad”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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