Seis claves de la cumbre del clima de Brasil: de la desinformación a cómo alejarse de los combustibles fósiles en el peor momento
La COP30 afronta en Belém la última semana con la llegada de los ministros para las negociaciones más duras


La ciudad amazónica de Belém encara desde este lunes la recta final de la cumbre del clima anual, la COP30, que se celebra bajo el paraguas de la ONU. A partir de este momento los ministros de algunos de los cerca de 200 países que suelen participar en estas negociaciones empezarán a tomar el mando de las discusiones en esta ciudad brasileña. Entre el lunes y el martes está previsto que intervengan en el plenario de la conferencia los representantes de alrededor de 150 países, la mayoría ministros.
La cumbre comenzó el 10 de noviembre y, en principio, debería acabar el 21, aunque el cierre de estas citas siempre se retrasa durante horas o días por lo complicado de las negociaciones. La de este año debe servir como termómetro de la lucha internacional contra el cambio climático en un contexto de cuestionamiento extremo del multilateralismo. Estas son algunas de las claves de la conferencia.
El momento más complicado
La cumbre de Belém es la trigésima COP que se celebra desde que en 1992 se adoptó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. De ese marco general surgió primero, en 1997, el Protocolo de Kioto, y luego el Acuerdo de París, que este año cumple precisamente su décimo aniversario desde que se firmó en la COP que se celebró en la capital francesa en 2015.
Pero a la cumbre de este año se llega en el peor momento de la lucha climática internacional en al menos una década. El avance de los gobiernos ultraconservadores, que en muchos casos se alinean con el negacionismo, está afectando a las políticas climáticas y medioambientales. A la cabeza de todos está el Gobierno de Donald Trump, que no participa en la cumbre de Belém y que ha sacado a su país del Acuerdo de París, algo que se materializará en enero. Pero, además, en varios foros internacionales está manteniendo actitudes amenazantes hacia los países que quieren avanzar en las medidas contra el cambio climático. Prueba de este complicado momento es la baja participación de mandatarios en la minicumbre previa, al comienzo hace una semana de la COP30, que organizó el Gobierno brasileño.
Planes climáticos nacionales
El Acuerdo de París tiene como objetivo que las emisiones de efecto invernadero que expulsa el ser humano se reduzcan de tal forma que el cambio climático que han causado se quede dentro de unos márgenes de seguridad. En concreto, lo que se estableció como objetivo era que no se superen los 2 grados Celsius de calentamiento respecto a los niveles preindustriales, y en la medida de lo posible los 1,5 grados.
Para lograrlo, el acuerdo establece que todos los países que lo han ratificado, casi 200, deben presentar planes de recorte de sus emisiones, conocidos por las siglas NDC.
La primera ronda de esos planes, que contienen las promesas hasta 2030, no encaminaba a los países a cumplir con que el calentamiento se quede por debajo de los 1,5, ni de los 2. La segunda ronda se centra en los objetivos de recorte de emisiones hasta 2035. Y tampoco endereza el camino.
Lejos del objetivo de 1,5 grados
Esta segunda tanta de NDC se tendría que haber presentado en febrero de este 2025. Pero prácticamente ningún país lo hizo. Finalmente, 114 —solo el 60% de los que han ratificado el Acuerdo de París— lo han enviado a la ONU, muchos de ellos una vez comenzada la COP30. Según los cálculos de la ONU, la suma de las NDC (si realmente se cumplen) llevaría a que las emisiones caigan un 12% en 2035 respecto a los niveles de 2019. Para conseguir el objetivo del 1,5 esa reducción debería ser de un 55%, cuatro veces y media más de lo que prevén esos planes nacionales. Para el objetivo de los 2 grados, la reducción en 2035 tendría que ser del 35%, tres veces más que lo que establecen las NDC que han presentado los Gobiernos.
Los cálculos de la ONU apuntan a que, si se cumplen las últimas NDC, el calentamiento se podría quedar en unos 2,5 grados, pero es una estimación llena de incertidumbres.
Todo esto es lo que podría pasar con las promesas nacionales, lo que ha ocurrido realmente en las últimas décadas es que las emisiones no han parado de crecer casi ningún año. Las del principal gas de efecto invernadero, el dióxido de carbono, volverán a hacerlo este 2025, según los expertos que elaboran el Global Carbon Budget. De hecho, los científicos consideran que la barrera de los 1,5 grados se superará de forma estable en la próxima década. La única posibilidad que quedaría sería conseguir que ese rebasamiento fuera temporal y lograr bajar luego a través de la eliminación de otros gases de efecto invernadero, como el metano, y las inciertas técnicas de captura y almacenaje del dióxido de carbono de la atmósfera. En cualquier caso, cada décima de grado de calentamiento que se logre evitar supondrá reducir los impactos de esta crisis.
¿Qué puede salir de Belém?
Durante estas tres décadas de negociaciones y cumbres el foco se ha puesto sobre las emisiones de efecto invernadero, pero no sobre los principales causantes: el petróleo, el gas y el carbón. Muchos de los países que negocian son grandes exportadores de estos combustibles y son, precisamente, los que defienden que las medidas se centren en los gases y no en poner coto al consumo de combustibles que causan las emisiones.
En la cumbre del clima de Dubái, que se celebró en 2023, se logró por primera vez una mención directa a los combustibles en el cierre de aquella cita, en la que se pidió dejar atrás el petróleo, el gas y el carbón. Pero al año siguiente, en la cumbre de Bakú, no se recuperó ninguna referencia a esos combustibles.
En la minicumbre de líderes previa a la COP, el presidente brasileño y anfitrión de esta conferencia, Luiz Inácio Lula da Silva, manifestó la necesidad de lograr una hoja de ruta, entre otras cosas, para “superar la dependencia de los combustibles fósiles”. Esa invitación ha sido recogida por varios países, como el Reino Unido, Alemania, Francia y Colombia, que están presionando para que este asunto entre en las discusiones de Belém, algo que no estaba previsto en la agenda oficial.
Esa hoja de ruta ha centrado algunos de los debates en la primera semana de cumbre. En una COP sin un foco claro —la anterior, por ejemplo, estaba plenamente volcada en la financiación climática de los países ricos hacia los que tienen menos recursos— puede convertirse en la principal batalla. Hay que recordar que las decisiones en estas conferencias se adoptan por consenso de todos los negociadores, lo que hace que los debates se eternicen.
Vuelven las protestas y la democracia
Las palabras de Lula abogando por esa ruta para dejar atrás los combustibles contrastan con las del presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, hace justo un año en la apertura de la COP29 de Bakú. El anfitrión calificó como “un regalo de Dios” los combustibles fósiles, de los que su país vive en gran medida. La presidencia de cada cumbre tiene un papel muy importante en la forma en la que se guían las negociaciones y en los temas que cobran fuerza en la cita. Y de Bakú no salió ninguna mención a la necesidad de alejarse de los principales causantes del problema.
La sede de cada conferencia rota cada año por las distintas regiones del planeta. Y son los países de cada una de esas regiones los que se deben poner de acuerdo para elegir dónde se celebrarán. Esto ha hecho que las tres anteriores a Belém se hayan llevado a cabo en países no democráticos como Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Azerbaiyán. Ahora ha regresado a una democracia, Brasil, y eso ha tenido una primera consecuencia: los activistas han podido volver a manifestarse libremente por las calles de la ciudad anfitriona para pedir medidas contra el cambio climático tres años después. La gran marcha, que reunió a miles de personas, fue este sábado y estuvo liderada por representantes de pueblos indígenas.
En la cumbre de Belém también debe resolverse otro dilema que tiene de fondo de nuevo el debate entre autoritarismo y democracia: ¿dónde será la COP31? Turquía y Australia pugnan por acogerla, pero no hay acuerdo de momento.
Desinformación y negacionismo
El avance de la ultraderecha, que está marcando la lucha internacional contra el cambio climático además de impulsando el autoritarismo, está estrechamente relacionado en muchos casos con el negacionismo climático. Ese negacionismo, que gana poder pese a estar en el momento en el que las evidencias científicas del cambio climático son las más robustas y los efectos del calentamiento se notan más que nunca, está a su vez vinculado a la desinformación.
Las advertencias contra el negacionismo y la desinformación también han estado muy presentes en los discursos de Lula en esta conferencia. Y la semana pasada Brasil, Canadá, Chile, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, España, Suecia y Uruguay se sumaron a una declaración, auspiciada también por la ONU y la Unesco, en la que advertían del “creciente impacto de la desinformación, la información errónea, el negacionismo, los ataques deliberados contra periodistas, defensores, científicos, investigadores y otras voces públicas ambientales y otras tácticas utilizadas para socavar la integridad de la información sobre el cambio climático”. Los firmantes se comprometían a financiar proyectos que contrarresten esas prácticas y a pedir a las empresas tecnológicas que “evalúen” si su diseño de algoritmos contribuye “a socavar la integridad del ecosistema de información climática”.
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