Lula acoge el debate mundial del clima en la calurosa Amazonia llamando a los países a cumplir: “No queremos un mercadillo ideológico”
A 30 grados desde primera hora, la ciudad de Belém celebra una reunión de líderes el jueves y viernes y, a partir del lunes, las negociaciones de la cumbre que debe fijar la puesta en marcha de nuevos compromisos


La agenda ambiental ganó peso en el poder blando de Brasil, en la proyección internacional del mayor país amazónico, a medida que su selección de fútbol perdía brillo. Por eso, cuando el presidente Luiz Inácio Lula da Silva ganó las elecciones, en 2022, su primer viaje fue a la cumbre del clima de la ONU en Egipto para proclamar que Brasil volvía la primera línea de la batalla por el medio ambiente. Se empeñó en acoger una cumbre climática y hacerlo por primera vez en la Amazonia, pese a la pesadilla logística que supone. El día ha llegado. Desde este jueves y durante dos semanas largas, la ciudad de Belém, en la cuenca del río Amazonas, será la sede del debate mundial para combatir el calentamiento global.
Arranca este jueves y viernes con una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno —con buena parte del Sur Global, europeos como Emmanuel Macron, Keir Starmer o Pedro Sánchez… pero sin Xi Jinping y con el boicot de Donald Trump—. Y el lunes comenzará la negociación propiamente dicha, con unos 170 países acreditados, sobre qué pasos dar, a qué ritmo y cómo pagarlos para cumplir los Acuerdos de París.
Lula quiere que los líderes políticos y los negociadores saboreen los desafíos que entraña esa Amazonia de la que tanto hablan en sus discursos e informes. “No queríamos comodidades, queríamos desafíos”, declaró Lula este martes, ya en Belém. “Vamos a hacer la mejor COP de todas”, añadió triunfal. Y lanzó una advertencia a los invitados: “No queremos que sea un mercadillo de productos ideológicos, queremos algo muy serio y que las decisiones pasen a ser implementadas”.
Pese a la adversa coyuntura internacional, la crisis del multilateralismo y a las bajas entre los invitados, Brasil aborda la COP30 de Belém como la cumbre de la implementación, la hora de que cada país haga sus deberes y aplique lo decidido en citas anteriores.
Las prioridades del país anfitrión son lograr consensuar una mejora de la financiación de las medidas necesarias para afrontar la emergencia climática, impulsar los biocombustibles (que son cotidianos en el país sudamericano) y presentar un fondo de inversión para costear la preservación de los bosques tropicales.
Más allá de los invitados y de los eventuales resultados, esta cumbre climática se distingue de cualquier otra por el escenario, porque se celebra en la Amazonia, la mayor selva tropical del mundo, que desempeña un papel central en la regulación de las lluvias regionales y la temperatura planetaria. Belém, una ciudad con 1,3 millones de vecinos, encarna bien los desafíos de un planeta que rompe récord tras récord de calor y en el que los eventos climáticos extremos se suceden. Con una sensación térmica de 31 grados y un 75% de humedad a primera hora de la mañana, el calor y, entre noviembre y marzo, también las lluvias torrenciales son parte del paisaje.
Más de 6,7 millones de kilómetros cuadrados dan a la Amazonia un tamaño que se acerca al de Australia. Abarca nueve países, incluido uno europeo (Brasil, con el 60%, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela y Francia, con el territorio de Guyana Francesa). Es el hogar de 30 millones de brasileños y uno de los rincones más pobres del país.
Aunque el presidente Lula invitó a Trump a la cumbre de Belém, cuando ambos se reunieron recientemente en Malasia, Estados Unidos no enviará ningún alto cargo, tras certificar que abandona oficialmente la lucha contra el cambio climático. Las ofensivas unilaterales de Trump y las convulsiones geopolíticas han relegado el medio ambiente entre las prioridades de los países, algo que ya se refleja en la escasa ambición, ausencia o demora de las metas de reducción de gases de efecto invernadero presentadas por los países, algo que seguramente marcará la cumbre. Entre las ausencias destaca la de EE UU, el principal responsable histórico del calentamiento global.
El Gobierno brasileño espera a 57 jefes de Estado y de Gobierno, incluida una buena representación del Sur Global además de Emmanuel Macron (Francia), Keir Starmer (Reino Unido), Pedro Sánchez (España) y Ursula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europea), entre otros. La reunión de líderes se estructura en torno a los discursos de cada uno. No se espera que alumbre una declaración final. El próximo lunes, comienza la negociación técnica, la de los representantes de los países.
El presidente Lula ha mantenido su empeño de traer la COP30 a Belém pese a los colosales retos logísticos de celebrar un evento internacional con 40.000 invitados en una ciudad con infraestructuras muy precarias y un parque de hoteles insuficiente. Él mismo lo reconoció así: “Mucha gente nos dijo que no la hiciéramos aquí porque ‘no hay hoteles, hay mosquitos y no hay saneamiento básico”. Un grupo de países africanos llegó a pedir a la ONU meses atrás el traslado de las negociaciones a otra sede porque Belém superaba su presupuesto. Brasilia ha pagado el alojamiento de las delegaciones más pobres. El presidente y su esposa se alojan en un barco acondicionado como un hotel de lujo.
En los tres años que Lula lleva en el poder, las autoridades brasileñas han logrado reducir en un 50% la tala de árboles, principal responsable de las emisiones nocivas, no en vano, su matriz eléctrica se basa en un 80% en renovables. Eso significa, como suele recalcar la ministra de Medio Ambiente y Cambios Climático, Marina Silva, que ha dejado de emitir 700 millones de toneladas de gases efecto invernadero.
Está por ver cómo abordan los negociadores la cuestión de los combustibles fósiles, que es un asunto espinoso para el país anfitrión, pues la petrolera semiestatal Petrobras es una de sus mayores empresas. El compromiso de Lula de liderar con el ejemplo ha quedado en entredicho porque hace dos semanas su Gobierno abrió una nueva frontera petrolera al autorizar prospecciones de crudo en una zona antes inexplorada por Brasil, frente a la costa de la Amazonia, en la línea del ecuador. Así que, mientras la ministra Marina Silva combate con vigor y buenos resultados la deforestación y Lula mantiene su promesa de eliminarla en 2030, el presidente también pisa el acelerador para convertir a su país en el cuarto productor de crudo del mundo.
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