La pesadilla logística de celebrar la cumbre del clima a la Amazonia
A 90 días de la COP30 en Belém, los precios desbocados de los hoteles y la escasez de camas monopolizan los contactos preparatorios. Los hoteleros animan a compartir cuarto


¿Deben los delegados que viajarán desde todo el mundo hasta Belém (Brasil) a negociar cara a cara los próximos pasos en algo tan trascendental como la lucha contra el cambio climático compartir cuarto o cada uno debe disponer de una habitación individual? A las puertas de la primera cumbre del clima de la historia que la ONU celebrará en un escenario simbólico como la Amazonia, el tema que monopoliza el debate entre los participantes de la COP30 es ese: los precios absolutamente desbocados de los hoteles para un evento de 11 días. La tarifa media ronda los 700 dólares por noche, un precio por el que se puede disfrutar de una habitación con vistas al mar en el Copacabana Palace, el hotel con más clase de Río de Janeiro, aunque solo los lunes y en temporada baja. La ministra brasileña de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, no ha dudado en calificar los precios de Belém como pura extorsión.
Traer al mundo a Amazonia para discutir sobre cambio climático es un empeño del presidente Luiz Inácio Lula da Silva. El veterano político quiere que los que tanto citan la mayor selva tropical del mundo, y su impagable función para regular la temperatura planetaria, la conozcan de cerca o al menos saboreen algunos de los desafíos que entraña protegerla. Belém queda en la desembocadura del Río Amazonas. Es la puerta a la selva amazónica, que Brasil comparte con ocho países; pero también la capital de Pará, el estado brasileño que más deforesta.
El descontento por la infraestructura hotelera es tal que los negociadores climáticos africanos de la COP30 forzaron a finales de julio una reunión de emergencia en la ONU en la que 25 países exigieron el traslado de la cumbre a una ciudad realmente preparada para recibir 50.000 invitados. La alternativa, argumentan, es reducir las delegaciones (o sea, perder la posibilidad estar simultáneamente en varias negociaciones) o no participar.
Brasil insiste en que no hay plan B. “No habrá una ubicación alternativa, ya que la COP30 no se trasladará de Belém”, acaba de confirmar por carta el Gobierno anfitrión a los países que reclamaron el cambio de sede. El presidente de Austria, Alexander Van der Bellen, ya ha cancelado su presencia en Belém diciendo que su departamento no se lo puede permitir.
Mientras los participantes en la cumbre climática —diplomáticos, negociadores, activistas, lobistas o periodistas— navegan por una web publicada días atrás, con meses de retraso, en busca de hoteles o cuartos en viviendas particulares, Europa alcanza calores récord y arde con graves incendios…
Pero en las reuniones de la ONU para preparar la COP30 y en el debate público en Brasil sobre el megaevento, la pesadilla logística eclipsa cualquier discusión sobre los temas verdaderamente cruciales: qué consecuencias tendrá que EEUU —el primer responsable histórico del calentamiento global— abandone (de nuevo) el Acuerdo de París; qué meta de incremento de temperatura adopta cada país y cómo lograr que se cumplan, cómo financiar la transición para dejar atrás los combustibles fósiles, cómo planificar la adaptación global a esos incendios, inundaciones o huracanes que llegarán con más frecuencia e intensidad… En vez de centrarse en negociar soluciones conjuntas a esos asuntos tan complejos, están atrapados en gestiones sobre camas y precios en un rincón de Brasil.
Brasilia ha anunciado que garantizará a cada uno de los países más pobres (un tercio de la ONU) 15 habitaciones individuales por menos de 200 dólares la noche. Al resto de Gobiernos, les reservan 10 cuartos de entre 200 y 600 dólares.
Desde que Belém fue designada sede, hace dos años y medio, estuvo claro que la falta de servicios podría ser un grave problema. La capital de Pará es una ciudad de 1,3 millones de habitantes, un 40% de ellos sin saneamiento, y con dos tercios de las calles sin urbanizar. En febrero pasado, cuando era evidente que faltaba alojamiento y los precios seguían disparados, el presidente Lula animó a los participantes a dejar de quejarse y buscar hoteles con menos estrellas o dormir bajo las estrellas. Mayúsculo fue el escándalo internacional cuando se publicó que Belém construye una autovía a través de una área protegida para recibir a los invitados.
Los relatos de las vicisitudes se suceden en las conversaciones de los participantes y en la prensa. Que si este motel con una clientela de parejas furtivas con prisa ha cambiado el nombre a COP30 y multiplicado su tarifa por 80 para recibir huéspedes foráneos. Que si aquel medio periodístico se compró hace meses una casa completa en Belém que está reformando porque le sale más a cuenta que pagar alojamiento para todo su equipo durante dos semanas. Que si los alojamientos anuncian cuartos para cuatro personas, pero en la foto solo se ven dos camas…
Para desahogar, el Ayuntamiento decretará fiesta, incentivando el éxodo de todo el que pueda. Y la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno se adelantó unos días para que las delegaciones de los líderes, con todo su aparato de seguridad, dejen espacio a los que luego negociarán, palabra a palabra y coma a coma, la letra pequeña de los grandes compromisos.
Las ONG esperaban con gran expectación esta cumbre brasileña porque por fin se celebra en una democracia, tras tres ediciones en regímenes autocráticos (Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Azerbaiyán). Brasil formalmente da la bienvenida a los movimientos sociales, quiere que asistan, pero no piensa intervenir los precios. Los intentos de persuadir a los empresarios hoteleros para que entren en razón han sido infructuosos.
Ante ese panorama, el Observatorio del Clima, una red de más de 130 ONGs y centros de investigación, ha advertido de que la que se anticipaba como “la cumbre del pueblo” puede acabar convertida “en la más excluyente de la historia de las COP”.
Cuando el Gobierno confirmó hace unos días a la ONU que no hay plan B, añadió que Belém “ya cuenta con suficientes camas acoger a todos los participantes previstos”. Estas son las cuentas del país anfitrión: 53.000 camas en la ciudad y alrededores. Más de 14.500 en hoteles, 6.000 en dos cruceros, 10.00 en pisos alquilados a través de inmobiliarias, otros 22.500 ofrecidos a través de la plataforma Airbnb.
El problema quizá es de contabilidad. Unos ofrecen camas y los otros demandan habitaciones individuales. Para el presidente de la patronal hotelera del Estado de Pará, Antonio Santiago, a estas alturas solo hay una salida: “Como los participantes no comparten habitación, necesitaríamos al menos 6.000 habitaciones más. La situación se resolvería si la gente no estuviera sola en los apartamentos, pero con este requisito, no podemos hacer nada”.
El presidente Lula apostó muy fuerte por Belém. Mientras intenta defender a su país del brutal ataque arancelario de Trump, mantiene contactos para abrir mercados y persuadir a sus aliados de que se sumen a su entusiasmo para que la primera cumbre de la Amazonia no fracase.
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