Los ricos se casan con los ricos: cómo el amor perpetúa la desigualdad
Los hombres y mujeres más acaudalados de España tienen tres veces más probabilidades de casarse entre sí que si las parejas se formasen al azar

La clase social atraviesa todos los aspectos de la vida y el amoroso no iba a ser menos. En España las parejas no se forman al azar, sino que suelen estar determinadas por cuestiones socioeconómicas, lo que se traduce en que una persona se junta con quien más se parece a sí misma en términos de ingresos y riqueza. En la parte alta de la tabla, la tendencia se dispara. Quienes más ganan y más tienen se encuentran con una intensidad que triplica lo que ocurriría en una sociedad en la que los enlaces se produjeran de manera completamente aleatoria.
El hallazgo va más allá de la simple intuición o de una conversación de sobremesa. Es estadística pura y dura. La investigadora Silvia de Poli, adscrita a la Universidad Complutense de Madrid, ha explotado microdatos del Ministerio de Hacienda y del Instituto Nacional de Estadística (INE) para responder a una pregunta tan sencilla como potente: ¿Qué pasaría con la desigualdad si los enlaces se formasen al azar, como si las personas salieran del bombo de un bingo? El resultado es claro. Si así fuera, se reduciría la brecha económica tanto en los ingresos como en el patrimonio.
La simulación se ha llevado a cabo con tres supuestos de parejas heterosexuales. El modelo requiere comparar muestras sistemáticamente y, por disponibilidad de datos, no puede hacerse con las parejas del mismo sexo. El primer escenario podría definirse como aleatorio, con personas que se emparejan sin mirar nóminas ni herencias. Otro sería de perfecta homogamia, donde los más ricos se casan con los más ricos y los más pobres con los más pobres. El tercero sería de total heterogamia, en el que el de arriba se junta con el de abajo y así sucesivamente. España se acerca más al segundo escenario, una forma de unión selectiva.
La investigadora ha elaborado un diagrama que muestra el fenómeno. Para ello, ha ordenado a todas las personas según su situación económica y las ha dividido en 10 grupos del mismo tamaño para ver cómo interactúan entre sí. El primer grupo o decil representa al 10% más pobre y el último, al 10% más rico. Cuando el valor se acerca al equilibrio (representado con un 1) significa que los emparejamientos se producen como si fueran fruto del azar; cuando cae por debajo, quienes pertenecen a grupos distintos apenas se cruzan entre sí; y cuando se supera, las personas tienden a casarse con sus semejantes.
En España, los valores se disparan en la parte más acaudalada de la distribución, según constata el estudio que De Poli y otros autores han publicado en los archivos de la Comisión Europea. Los hombres y las mujeres del 10% que más ganan tienen una probabilidad 3,1 veces superior de casarse entre sí que si todo se moviera por el azar. Los tramos bajos y medios suelen moverse en el equilibrio, lo que refleja que la realidad es muy similar al azar. Por su parte, un hombre muy rico tiene una probabilidad cinco veces menor (0,2) de casarse con una mujer de ingresos medios-bajos que en un escenario de pura aleatoriedad.
La tendencia se observa con más claridad en el patrimonio, un indicador más estable. Mientras que los ingresos son más volátiles y solo capturan una parte de la situación de la persona ―que además puede variar con la jubilación o una reducción de jornada―, la riqueza suele mantenerse firme a lo largo del tiempo. Y aquí, los hombres y mujeres de cada grupo se juntan de manera casi armónica a lo largo de toda la distribución. Los más ricos con los más ricos y los más pobres con los más pobres.
Hay más formas de aproximarse al fenómeno. Nuria Badenes, investigadora en el Instituto de Estudios Fiscales, ha explotado la Encuesta de Condiciones de Vida del INE y corrobora esa suerte de endogamia económica. De media, los miembros de una pareja pertenecen al mismo grupo de ingresos en el 16% de los casos, pero en el último decil la tasa se duplica, hasta alcanzar el 33%. “La elección de una pareja constituye una decisión que no puede juzgarse como justa o injusta, pero el hecho de que las personas con más ingresos elijan juntarse contribuye a perpetuar las diferencias en la distribución de la renta”, opina.
Del máster al altar
¿De dónde viene todo esto? Diederik Boertien, sociólogo en el Centro de Estudios Demográficos de Barcelona, explica que la unión selectiva responde tanto a preferencias individuales como a estructuras sociales. La gente tiende a buscar parejas con recursos o características asociadas al estatus, como la educación, el estilo de vida y, por supuesto, los ingresos. Así, “surge una competición donde las personas más atractivas, es decir, con más recursos, acaban juntas, mientras que las demás se emparejan entre sí o se quedan solteras”.
La propia organización de la sociedad, con sus ritmos y fronteras internas, favorece los vínculos dentro de la misma clase. “Las personas con las que interactuamos en la vida diaria suelen ser de un estrato socioeconómico similar. Familiares, amigos, compañeros de estudios y trabajo, vecinos... todos tienden a tener recursos económicos más o menos parecidos”, prosigue Boertien. Y estos, añade, sirven como barrera de entrada en los grupos en los que abundan los apellidos compuestos. “Es mucho más difícil conocer a una persona adinerada que a una pobre” porque “la riqueza permite crear espacios exclusivos donde solo acceden y se conocen los privilegiados”.
Es una tendencia que se “aprecia con nitidez” en los clientes de alto patrimonio, explica una asesora que trabaja en una firma de banca privada. “Lo habitual es que los miembros de una pareja presenten niveles de renta, patrimonio e inversiones muy parecidos”. Suelen compartir no solo la estrategia financiera, sino también una base económica de partida semejante, “lo que facilita que estructuren sus activos de forma conjunta”, sostiene.
La homogamia contribuye a perpetuar las brechas económicas en España. Según los datos de De Poli, las parejas del 10% más acaudalado tienen, en promedio, casi el doble de ingresos y riqueza que las del grupo anterior. Y acumulan 12 veces los ingresos y 42 veces la riqueza neta de las del primer decil.
En la configuración de la pareja, recuerda De Poli, hay factores no observables como la personalidad, los valores o las afinidades culturales. De los que sí se pueden medir, uno de los mejores para explorar el origen de la segregación socioeconómica es el nivel educativo, ya que, como apunta Badenes, los ingresos crecen conforme lo hace el nivel de formación. Los datos del INE reflejan que las parejas de los niveles de renta superiores son los que, de lejos, presentan menos diferencias educativas entre sus miembros.
Para llegar a esta conclusión, Badenes ha observado cuánta distancia educativa hay dentro de cada unión, desde una brecha muy grande ―un universitario con alguien que no terminó la secundaria― hasta parejas cuyos miembros tienen estudios prácticamente idénticos. Cuanto más alto es el nivel económico, más parecidas son las trayectorias educativas de las parejas. En la base social se mezclan personas con estudios muy distintos, pero en la parte alta casi siempre hay personas con un recorrido formativo similar, generalmente superior.
Un ascensor sentimental
A partir de aquí, De Poli profundiza en los efectos del emparejamiento selectivo e intenta averiguar qué sucedería con el reparto de la riqueza bajo un marco hipotético de enlaces aleatorios. En ese escenario, las parejas del 80% de menos ingresos, sobre todo las de la parte más baja de la tabla, estarían mejor posicionadas que en la realidad, mientras que las del 20% restante perderían poder económico. La diferencia se explica principalmente por los ingresos, aunque la riqueza, sobre todo la vivienda principal, también juega un papel importante en esa redistribución.
Cuando las personas más ricas concentran recursos y se emparejan entre sí, combinan fortunas y ventajas que no solo multiplican su poder adquisitivo, sino que también aseguran que sus hijos nazcan con un patrimonio más sólido que el promedio. En la cúspide, las parejas forman verdaderas fortalezas económicas, mientras que quienes tienen menos recursos enfrentan mayores obstáculos para acceder a oportunidades equivalentes.
El estudio sugiere que la fiscalidad y resto de políticas públicas de los países moderan parcialmente el efecto de la homogamia sobre la desigualdad, pero no son capaces de frenar el paulatino proceso de acumulación de riqueza derivado de las uniones selectivas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.






























































