De destrucciones creativas y políticas económicas
No es un pie forzado tratar de relacionar la destrucción creativa con la política y los avances sociales que la institucionalidad y los gobiernos deben garantizar

Los premios Nobel tiene la particularidad de llegar con algo de retraso, pero siempre con una vigencia sin discusión. Hace poco más de 10 días la Academia Sueca de las Ciencias galardonó a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt con el premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel, “por haber explicado el crecimiento económico impulsado por la innovación”, destacando el decidor aporte de estos tres autores en sistematizar y explicar cómo el desarrollo creativo se transforma en desarrollo económico, desarrollo social y desarrollo humano.
De los tres premiados, Philippe Aghion (con profundas relaciones académicas con Chile) y su colega Peter Howitt, lograron explicar matemáticamente en 1992 la llamada “destrucción creativa”, aquella teoría de origen marxista de Joseph Schumpeter que explicó en la década del ‘50 cómo el capitalismo o la industrialización destruyen y reconfiguran órdenes económicos en “un proceso de mutación industrial que incesantemente revoluciona la estructura económica desde adentro, destruyendo incesantemente la antigua, creando incesantemente una nueva estructura”.
Esta reconfiguración planteada por Schumpeter redunda, además, en nuevos órdenes políticos sociales -de ahí su inspiración marxista- por el natural desplazamiento de las clases trabajadoras a nuevas funciones y demandas de derechos hacia el Estado. En simple: da cuenta cómo la política, cómo las instituciones deben acompañar esta destrucción creativa como un proceso natural más que sólo como respuesta a este.
Es así como una teoría política-económica fue adoptada -probablemente sin saberlo- en el mundo de los negocios, de la innovación, del emprendimiento, de las mentorías, coaching, desarrollo de empresas. Ha sido utilizada para ejemplificar las grandes disrupciones como las cámaras fotográficas, el VHS, las plataformas digitales hasta incluso el mundo del teletrabajo.
Busca explicar cómo la innovación, las nuevas invenciones y los desarrollos reemplazan las innovaciones anteriores, que a su vez presionan por un nuevo desarrollo. Piensen sólo en los teléfonos inteligentes y cómo cada nuevo modelo deja off side al anterior en cuanto a capacidades, funcionalidades y servicios. Como discutíamos hace algunos días con unos alumnos universitarios: cada vez que Apple saca un nuevo modelo de iPhone, no es que los anteriores sean per se más baratos, pues su valor inherente es el mismo, lo que realmente pasa es que pierden valor absoluto, pierden atractivo; la innovación, incluso la inter-empresas, desplaza a los desarrollos anteriores, donde lo viejo pierde valor respecto del “nuevo orden”.
Pero no olvidemos que la destrucción creativa es una teoría política que buscaba, en parte, explicar cambios políticos, los cambios en el entorno que producía el capitalismo o industrialización. Tratemos de buscar algunos ejemplos: en 20 años, la matrícula universitaria (pregrado) en Chile prácticamente se ha duplicado llegando hoy a cerca de 1,5 millones de estudiantes. Mismo comportamiento que han tenido los estudiantes de postgrado, llegando a una matrícula de entorno 50 mil en 2025, frente a los (en torno a) 15 mil de hace 20 años atrás.
Si hacemos el ejercicio en cuanto a conectividad tecnológica, el acceso a redes 3G, 4G y 5G en 2010 era 8,4 por cada 100 habitantes, llegando hoy a 114 cada 100 habitantes, según datos oficiales. Esto quiere decir que, mientras hace 15 años menos del 10% de la población tenía acceso a internet móvil de alta velocidad, hoy su penetración supera el 100%, es decir, hay personas que incluso cuentan con más de un servicio.
Esta evolución, esta destrucción creativa en cuanto a acceso a educación, a servicios a mejoras en habilitantes, ¿se ha traducido en mejoras sustanciales en calidad de vida? En el caso del acceso a la educación superior, según datos de la Universidad Diego Portales, el desempleo en la fuerza laboral con título universitario es de 8,1%, solo un punto por abajo del desempleo total del país. Es decir, lo que prometía ser la gran promesa de acceso y mejora sustancial en la calidad de vida, hoy está, a lo menos, cuestionada.
En el caso de las telecomunicaciones y la fuerza democratizadora de conocimiento que prometía el acceso a internet, los resultados de Chile siguen estando muy por debajo de los países OCDE (con quienes nos encanta compararnos) en lectura matemáticas y ciencias y, pese a seguir liderando en la región, la diferencia se ha ido estrechando.
No es un pie forzado tratar de relacionar la destrucción creativa con la política y los avances sociales que la institucionalidad y los gobiernos deben garantizar. La destrucción creativa, demostrado está, genera prosperidad, avances y apuntala el desarrollo, pero para eso se requiere de la institucionalidad necesaria, que genere más puestos de trabajo, más crecimiento, educación de calidad por sobre una eterna discusión respecto de la propiedad (municipal o estatal) de la educación pública.
Mientras la disrupción y los avances se toman el mundo, en Chile seguimos durmiendo en discusiones añejas, en rigidizar el mercado laboral, en poner más y más trabas a la inversión, a quedarnos rezagados en un mercado de capitales cada vez más globalizado, avanzado y complejo, en ser incapaces de impulsar una ley de Sala Cuna Universal que elimine las barreras de entradas a las mujeres al mundo del trabajo.
“Lo que alimenta a la extrema derecha o a la extrema izquierda, al populismo, es la sensación de ser abandonado, de ser marginado, y eso es lo que debemos evitar”, dijo el recién galardonado con el Nobel Philippe Aghion en una entrevista a La Tercera. Un diagnóstico claro de cara a lo que Chile vive por estos días: destrucción argumentativa con nula capacidad creativa.
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