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ELECCIONES EN CHILE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El sucedáneo y el original

Si algo se puede sacar en limpio de debates de candidatos y economistas de los comandos de estas semanas es que los problemas económicos y sociales del país son amplios y profundos

Jeannette Jara, en Santiago, el 25 de julio.

Sin entrar en el debate de si el desorden es un tipo especial de orden, en política, y en particular en la performance de la campaña de la candidata del oficialismo, Jeannette Jara, el desorden no se puede entender, sino que como desorden. Los síntomas son diversos, aunque hay que admitir que están produciendo una especial crujidera en el plano de las definiciones económicas.

De una estrategia de crecimiento basada en la demanda, un salario mínimo de 750.000 pesos y la nacionalización del cobre y el litio (reivindicadas hace tan solo un par de meses), se ha pasado a afirmaciones del jefe del equipo económico de la candidata que desechan por completo un reajuste salarial de esa magnitud, que califican de desastre la situación del empleo en Chile, descartan tajantemente el fin de las AFP y que estiman que la burocracia ministerial es de tal calado que incluso puede llegar a hacer ingobernable la conducción ejecutiva del país.

El problema que expone todo esto no es algo accesorio y tampoco una cuestión que se pueda resolver de un plumazo, por ejemplo, cambiando al incómodo jefe del equipo económico. Con ello se podría ganar unas semanas, pero no despejar el hecho de que la candidatura adolece de definiciones programáticas-económicas mínimas y que ha sido relativamente incapaz de convocar a profesionales de trayectoria y prestigio que puedan reparar lo que a tres meses de la primera vuelta presidencial hoy se ve cuesta arriba.

Esta ambigüedad programática, que para algunos analistas está forzando a la candidata a jugar al “travestismo” político, difícilmente será sostenible a mediano plazo porque ni el voto duro de la izquierda ni los agentes económicos y los empresarios, quedarán conformes hasta las elecciones de noviembre y diciembre con frases como que “(a los empresarios) seguramente les irá bien como siempre”, si ella resulta electa.

Hay quienes sostienen que convertir 100 dólares en 110 es fruto del trabajo y que convertir 100 millones de dólares en 110 millones es inevitable. Una frase provocativa, pero que en el fondo habla de que en economía trabajo y capital aspiran a multiplicar su riqueza inicial, para lo cual, demás está decirlo, se necesitan condiciones y certezas y no una lista de cosas que “no” se harán, que es donde parece estar quedando empantanada la candidatura de Jeannette Jara en materia económica.

Si algo se puede sacar en limpio de la seguidilla abrumadora de debates de candidatos y economistas de los comandos de estas semanas es que los problemas económicos y sociales del país son amplios y profundos. Una década de crecimiento económico promedio de solo 1,8%; una productividad estancada o negativa por cerca de 16 años; una tasa de pobreza que podría ser recalificada tras las elecciones en más de 20%; un desempleo en torno al 9% promedio y de 10% para las mujeres; una informalidad laboral en magnitudes del 26%; un desarrollo de infraestructura que está quedando rezagado y que está presionando al sistema; inversiones que tardan años en iniciarse y cuya demora hace que sus diseños iniciales queden obsoletos antes de que se les concedan los permisos; una crisis inédita en el acceso a la vivienda y una expansión de los campamentos irregulares, y un largo etcétera, sin entrar en cuestiones como la seguridad pública, la inmigración irregular, la deserción escolar, las listas de espera en salud y el crimen organizado.

Esta descomunal lista de desafíos no es algo que parezca abordable con un simple llamado a la tranquilidad que pretenda convencer a los empresarios de que les seguirá yendo tan bien como siempre o afirmando que no hay nada que temer porque en el mundo de hoy el comunismo se ha vuelto capitalista, para lo cual solo bastaría con mirar a China. Lo uno no es suficiente porque al país como un todo no le ha ido bien y lo otro no se sostiene, porque si de capitalismo se trata, no parecería razonable conformarse con el sucedáneo comunista y sus externalidades políticas y sociales cuando está a mano el original.

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