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Denise Y. Ho, historiadora: “El Partido Comunista chino siempre ha recurrido a la cultura como fuente de poder”

Invitada a Chile por la Cátedra Puerto de Ideas-UC, la académica estadounidense aborda las paradojas de la historia y la política chinas de ayer y de hoy

“Buenas tardes a todos […] Me llamo Denise Ho, soy historiadora de la China moderna y hago clases en el Programa de Estudios Asiáticos de la Universidad de Georgetown. Mi conferencia de hoy se titula ‘La Antigüedad en la Revolución: El Museo de Shanghái y el legado del período de Mao en China’”.

Animosa, distendida y erudita, sin los desbordes performáticos de ciertas charlas TED, Denise Y. Ho (Long Beach, California, 47 años) se presentó a mediodía del domingo 9 de noviembre en el auditorio del Centro de Extensión Duoc-UC de Valparaíso, en el contexto del Festival Puerto de Ideas. En su primera visita a Chile, invitada por la Cátedra Puerto de Ideas-UC, se encontró con un público numeroso e inquieto con el que se animó a interactuar y frente al cual expuso las paradojas de la historia y de la política del gigante asiático durante el régimen de Mao Zedong (1949-1976). Y en particular, durante la Revolución cultural (1966-1976), cuando el líder comunista “dirigió un ataque contra los dirigentes de su propio partido”.

Hay algo paradójico, observa, en pretender acabar con el pasado —y en el caso del régimen maoísta, con los “cuatro viejos”: las viejas ideas, la vieja cultura, las viejas costumbres y los viejos hábitos— pero al mismo tiempo rescatar ese pasado en museos como el que ella estudió para su libro Curating Revolution: Politics on Display in Mao’s China (2017). No es la única paradoja con la que se ha encontrado la autora, cuestión por lo demás esperable en quien se dedica al oficio de la historia. Es lo que transmitió al público en la charla, y también a EL PAÍS, un par de horas antes, en el hotel que la alojó en Valparaíso.

“Pensamos en la Revolución cultural como en una destrucción de la cultura tradicional china, pero vemos que hay partes de esa cultura que sobreviven”, apunta la historiadora. “Y hay muchas, muchas paradojas. Por ejemplo, conozco a una investigadora que estudia a los católicos chinos y que hace ver una ironía: los católicos se vieron forzados a la clandestinidad durante la Revolución cultural, obligados a esconderse o a tener su iglesia en casa, pero terminaron siendo más fuertes después de pasar por ese proceso. Así que, si tocas cualquier ámbito -religión, cultura, política-, encontrarás una paradoja”.

“Siempre me han interesado las historias que pueden contar los objetos”, agrega Ho, hija de padres hongkoneses. “Desde niña me gustaba ir a los museos, y creo que hay algo muy humano en los objetos: puedes mirar objetos de la antigua Grecia, como los juguetes, e imaginar esos juguetes con los que tú mismo jugabas de niño”. Ahí entra a tallar la cultura material, que puede definirse como el conjunto de objetos, artefactos y productos humanos que expresan la identidad, valores y tradiciones de una sociedad.

“Para mí, la cultura material es una forma de entender cómo vivía la gente normal”, prosigue la académica. “Cuando creces, lees biografías de grandes personajes, o libros sobre acontecimientos importantes, pero no tanto sobre la vida de la gente común y corriente, ni las cosas que esa gente hace en la historia social. Y la cultura material puede contar esas historias”.

De ahí que el muy documentado culto a Mao y a su liderazgo le atraigan menos que el hacer y el sentir de esos chinos sin historia que han visitado museos como el de Shanghái: “¿Cómo entienden los grandes acontecimientos históricos? ¿Por qué participan en campañas políticas?”.

De Mao a Xi

Como ocurre en su profesión, Ho se pasea entre el pasado y el presente por necesidad y por defecto. Así, no se queda sin respuesta cuando se le pregunta por esa visión que hasta hace no mucho había de China en Occidente: un país demasiado complejo, demasiado vasto y demasiado capitalista como para no ceder a alguna forma de pluralismo político. Pero ahí están. ¿Cómo se puede explicar esto, históricamente hablando?

“En las décadas de 1980 y 1990 se pensaba que, a medida que China se enriqueciera y desarrollara, que creara una clase media, se volvería un país democrático. Y por eso Estados Unidos debía invertir en China y relacionarse con China”, explica. “Incluso después de 1989, tras la represión estatal del movimiento estudiantil de la plaza Tiananmen, el argumento era que [los países democráticos occidentales] debían seguir relacionándose con China porque, al desarrollarse y modernizarse, habría democracia”.

Pero las cosas no se dieron así, “y el enigma para quienes estudian China es por qué. En los años 90 hubo elecciones en aldeas, por ejemplo, y en algunos lugares empezaron a celebrarse elecciones condales. Luego, China se unió a la OMC [Organización Mundial de Comercio], tuvo sus Juegos Olímpicos en 2008 y la Exposición Universal [de Shanghái, en 2010]. Y luego tuvimos a Xi Jinping [Presidente desde 2013], y con él regresa el Estado autoritario”. De ahí que “uno de los grandes y mayores retos de nuestro tiempo” sea “entender por qué ocurrió eso”.

Tanto Xi como Mao, así las cosas, asoman como hombres fuertes, pero en contextos muy diferentes:

“Cuando los politólogos escriben sobre la última etapa en la carrera de Mao se preguntan, ¿no es sorprendente que alguien ataque a su propio partido? Ahora bien, ¿podemos decir lo mismo de Xi? Su Gobierno se fue en contra de personas consideradas corruptas, por ejemplo, pero creo que, en última instancia, para ambos líderes la idea es centralizar el control. La diferencia es que Mao centralizó el control atacando al partido [comunista] y creando sus propias instituciones revolucionarias, mientras Xi Jinping está centralizando el control a través de una reorganización del partido, poniendo unidades diferentes en distintos lugares. Ahí se enfrentan una centralización revolucionaria del poder con una centralización burocrática del poder”.

Para ambos líderes, adicionalmente, el arte es ante todo un instrumento político. Y ahí vienen nuevas paradojas, como la de un régimen muy interesado en que sus creadores más destacados cuenten con recursos y sean reconocidos a nivel mundial. Sin embargo, eso puede significar que, como ha pasado con Jia Zhangke, uno de los cineastas más premiados del nuevo milenio por Naturaleza muerta o Más allá de las montañas, sus películas son aprobadas por el régimen pero no se estrenan en China continental.

“Cuando uno habla con sus estudiantes de Historia, intentamos dar con explicaciones”, dice Ho. “¿Por qué la gente hace ciertas cosas? Quizá sea por razones políticas, quizá por razones económicas. Otra razón es la cultura: se sienten inspirados a hacer cosas, y esa es su esperanza o su creencia”.

Acto seguido, plantea que “una de las cosas que muestra la Revolución china es que la gente hace cosas por la cultura. El Partido Comunista siempre ha recurrido a la cultura como fuente de poder. Como observa la politóloga Elizabeth Perry, un rasgo partidario es el posicionamiento cultural: su capacidad de recurrir a fuentes tradicionales de poder cultural, ya se trate de leyendas o de organizaciones sociales, y el Partido Comunista se hizo poderoso porque pudo recurrir a estas fuentes tradicionales de legitimidad. Así que, si seguimos su argumentación, Xi Jinping forma parte de una línea temporal más larga que siempre ha entendido la importancia de la propaganda, del uso de la ópera y del arte propagandístico”.

El tema no se agota ahí, por cierto, y deja algo en el aire. O así lo percibe la académica, quien cuenta al final una anécdota. Dice que estaba hablando con amigos cientistas políticos y alguien preguntó dónde pone China el dinero cuando ofrece, por ejemplo, becas a estudiantes africanos. “Yo pensé que quizá en medicina, porque hay muchos estudiantes del Sur global que van a China para ser médicos. Pero ella me dijo que no: que están en el arte y en la cultura. Ahí se puede ver lo importante que es la diplomacia cultural para el poder blando”.

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