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Frank Dikötter, experto en la Revolución Cultural china: “Un dictador tiene que pasar mucha parte de su tiempo controlando a quienes le rodean”

El gran estudioso de la época de Mao, autor de ‘La Revolución Cultural’, que se publica ahora en español, sostiene que se creó un clima de sospecha generalizada en el que cualquiera podía ser un enemigo

Estudiantes y profesores marchan en Pekín a favor de Mao Zedong.
Macarena Vidal Liy

Hace 59 años, China entró en una de sus etapas más oscuras. En la entonces Unión Soviética, la muerte de Stalin había permitido la llegada al poder de Nikita Jruschov y la puesta en marcha de una serie de reformas que, en opinión de Mao Zedong, llevaban a la superpotencia al camino capitalista. Mao no quería permitirlo de ninguna manera. Y desencadenó, desde arriba, una revolución de las masas contra sus líderes que causó al menos entre medio millón y dos millones de muertes, destruyó la economía y dinamitó las instituciones, mientras alentaba un culto a la personalidad del Gran Timonel.

Fue una década funesta, pero acabó provocando precisamente lo que Mao temía: una serie de reformas que transformaron por completo el país. “La Revolución Cultural acabó llevando a China precisamente al lugar que quería evitar”, sentencia por videoconferencia desde su despacho en la Universidad de Stanford (California) el profesor Frank Dikötter, uno de los grandes estudiosos de la historia contemporánea del coloso asiático y autor de La Revolución Cultural. Una historia popular (1962-1976) —Acantilado, con traducción de Joan Josep Mussarra—, obra de referencia sobre aquella etapa. Acaba de publicarse en castellano.

El erudito, que durante décadas enseñó en la Universidad de Hong Kong, acaba de trasladarse a California, donde es ahora fellow del Instituto Hoover, una de las entidades punteras en el mundo sobre política china. Desde allí argumenta, en obras como La Revolución Cultural o China after Mao: the Rise of a Superpower (2022) que, aunque Pekín trata de proyectar una imagen de potencia moderna y dominante, solo se trata de una fachada.

Pregunta. La Revolución Cultural definió el siglo XX. Su impacto todavía se siente a diario en China. ¿Cómo fue posible?

Respuesta. Mao se veía como el Stalin de China, y al comprobar que Jruschov se convertía en líder, entró en shock. ¿Cómo podía alguien como él desmantelar el sistema estalinista? La explicación que encontró fue que, aunque los soviéticos se hicieron con los medios de producción en 1917, permitieron continuar a la cultura capitalista, que corrompió a la Unión Soviética. Y eso es lo que él quiso impedir en China, de ahí que la llamara revolución cultural: debía destruir y reemplazar la cultura de las clases capitalistas. Por supuesto, también era para protegerse a sí mismo. En el fondo, toda la Revolución Cultural es una cuestión de lealtad, de ver quién le es fiel. A partir de 1971, Mao teme que el ejército pueda volverse contra él, así que el jefe militar, Lin Biao, muere misteriosamente y hay una purga en las fuerzas armadas. Entre los mandos en las aldeas ocurre igual. El resultado es que ya no queda nadie para decir a los campesinos qué deben hacer. Así que pasa lo que se había querido evitar: la gente de a pie toma la vía capitalista. Empiezan a desmantelar las comunas. Se llevan las herramientas a sus casas. Cultivan los campos por su cuenta… Ocurre de manera muy gradual y discreta. Pero llega un momento, después de que Deng Xiaoping vuelva al poder, en el que todos estos cambios están tan institucionalizados que al Partido no le queda otra que dar su sello de aprobación. Así que la idea de que Deng implantó una serie de reformas por iniciativa propia es errónea: Deng fue por detrás de los acontecimientos.

Frank Dikotter, en el festival internacional del libro de Edimburgo, en 2016.

P. ¿Y no es eso lo que quería Mao? ¿Que el Partido se mantuviera en el poder y China siguiera siendo comunista?

R. Creo que a él le preocupaba sobre todo él mismo. Ya había habido otros precedentes de campañas de lealtad: el Gran Salto Adelante (el intento de industrializar china a marchas forzadas, que mató de hambre a cerca de cincuenta millones de personas en el campo); la campaña educativa de las cuatro limpiezas, una campaña de educación socialista en la que ya se purga a un montón de cargos, incluidos los liderazgos de provincias enteras por supuestos capitalistas. Liu Shaoqi, el presidente, se encarga de ello, pero Mao empieza a sospechar que Liu pueda acabar por el camino de Jruschov. Pero no es solo Liu; cualquiera puede ser un enemigo. Y al final consigue ser el único líder, sin rivales. Eso es lo que quería; pero no quería el colapso de la economía rural. Así que para él los resultados fueron mixtos.

P. El dicho en China es que, según el Partido, Mao acertó el 70% de las veces y se equivocó un 30%.

R. Es verdad que se dice, pero nunca he conseguido encontrar el origen de esa cita. Mao sí dijo algo parecido sobre Stalin; quizá venga de ahí. Pero la razón por la que la Revolución Cultural es tan poco del agrado del Partido es que fue una purga descomunal. Es algo que consterna a los funcionarios incluso hoy día. Para ellos, la lección es que la democracia equivale al caos. Que si dejas a la gente expresarse, se te echarán encima.

P. Usted describe entre las características de la Revolución Cultural la exigencia de una lealtad absoluta, unas duras purgas internas en el sistema, el desmantelamiento de instituciones… Hay quien ha comparado aquella era en China con lo que se está viviendo en Estados Unidos con Donald Trump. Algún académico ha hablado de una Revolución Cultural estadounidense. ¿Le parece una comparación adecuada?

R. No. Lo que se está viviendo en EE UU no es una Revolución Cultural. Tampoco es fascismo. En una democracia, tu oponente te dice a la cara lo que piensa. En un sistema de partido único, nunca sabes cuál es tu oponente, porque no te lo va a decir. ¿Cómo lo descubres? Un dictador tiene que pasar mucha parte de su tiempo controlando a quienes le rodean. Ese afán de lealtad es lo que consumió China durante la Revolución Cultural. Y el coste de que Mao necesitara eso fue la destrucción de millones de vidas, físicamente o de otros modos.

P. Pekín y Washington se acercaron el uno al otro por su preocupación compartida por el enemigo común, la URSS. Desde entonces, Occidente ha estado convencido de que China acabaría siendo una democracia, pero eso no ha pasado. ¿Desempeñó en ello la Revolución Cultural un papel?

R. Creó una aversión todavía mayor hacia la idea de que la gente corriente pudiera tener algo que decir, que es la base de la democracia. Pero desde 1949 y la fundación de la República Popular de China, tendemos a olvidarnos en Occidente, tanto estadounidenses como europeos, de que el comunismo chino es comunismo. ¿Por qué desde Kissinger y Nixon hasta Bill Clinton o los Bush están tan convencidos de que el comunismo chino no es comunismo? Creo que es por racismo. Desde 1949 el Partido Comunista de China ha dejado clarísimo que es un Partido Comunista. Y Xi Jinping [presidente de China] lo ha repetido una y otra vez. Lo han dejado clarísimo. Dicen que son una democracia, pero todo dictador dice eso.

Un grupo de amas de cas chinas leen los escritos de Mao.

P. Pero aunque sean comunistas, el sistema económico en China parece capitalista.

R. No lo es. Ellos no se lanzaron a buscar un sistema capitalista, sino a mejorar una economía socialista, a hacer que funcionara. Tendemos a pensar que la economía socialista son las comunas, los koljós soviéticos, pero esos sistemas han cambiado. En China, no hay ni una sola persona que sea dueña de la tierra. ¿Necesitas capital? Ese capital pertenece a los cuatro bancos estatales. ¿Necesitas fertilizante? Te lo facilita el Estado. La fuerza laboral está controlada directa o indirectamente por el Estado. ¿Hay empresas privadas? Sí, pero también las había en la Polonia comunista. Y en cada empresa tiene que haber una célula del Partido.

P. Volvamos a cuando China y EE UU vinieron a aliarse contra la Unión Soviética. Ahora tenemos a un Trump que intenta aproximarse a Rusia. La gente habla de una maniobra a lo Henry Kissinger, pero al revés. El secretario de Estado de Nixon restableció las relaciones diplomáticas con China para hacer frente a Moscú; ahora, según esta teoría, se trataría de acercarse a Rusia para hacer tenaza contra Pekín…

R. La situación ahora es completamente diferente. Ni Rusia ni China tienen nada que ganar si se acercan a EE UU y se distancian el uno del otro. La idea de que Putin de algún modo va a dar la espalda a su mayor valedor y vecino es absolutamente descabellada. Cuando se produce el acercamiento con EE UU en los setenta, los chinos odiaban a los soviéticos. Eso no existe ahora.

P. Tratar de responder a China como hace Trump, con amenazas de más aranceles, ¿es la manera de hacer frente a China?

R. No soy político. Pero hay que preguntarse una cosa, y la verdad es que no tengo necesariamente la respuesta. Cuando hay un matón en el patio del colegio, ¿le das todos tus caramelos un día sí y otro también? ¿Tratas de tranquilizarlo, o le pegas un puñetazo?

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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