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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Trump no es el amo del mundo

Netanyahu vio en el ataque de Hamás lo que pocos vieron: la oportunidad de reordenar enteramente el Medio Oriente, y con ello, el mapa de poder mundial

Donald Trump y Benjamin Netanyahu en Washington en marzo de 2025.

El amo –asumámoslo de una vez- es Netanyahu. Trump es un actor secundario. Las coordenadas las pone Bibi. Es quien reúne los tres factores que hacen al poder: una noción de grandeza, una visión estratégica, y determinación sin vacilaciones.

Basta con ver los hechos. Luego del sanguinario ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre de 2023, Israel tuvo que elegir entre tres caminos: crear un clima mundial de solidaridad y simpatía –como la que construyó, guardando las proporciones, respecto al Holocausto- que le permitiera obtener, con el tiempo, una paz duradera e internacionalmente protegida para Israel; desplegar un ataque acotado a Hamás y a sus apoyos, del modo como lo hizo en Siria, Líbano e Irán, y tras ello pasar a la vía diplomática; y el tercer camino, desplegar una guerra de destrucción sobre Gaza. La comunidad internacional –incluyendo Estados Unidos- presionó a Israel por el primer camino, aunque indicando que toleraría el segundo como paso intermedio. Pero no: Netanyahu optó por el tercero, lo que ha significado niveles de sufrimiento para la población gazatí de una magnitud que no se veía en esa región desde hace generaciones.

Se ha dicho hasta la saciedad que la respuesta del líder israelí fue dictada por su sobrevivencia política, amenazada por múltiples escándalos y acusaciones. Esta lectura utilitarista no corresponde al personaje. Netanyahu vio en el ataque de Hamás lo que pocos vieron: la oportunidad de reordenar enteramente el Medio Oriente, y con ello, el mapa de poder mundial.

Lo muestran otra vez los hechos. No solo desoyó el llamado de la comunidad internacional y de Estados Unidos a poner fin a los bombardeos en Gaza -decir que se bombardea “solo a objetivos militares” es ilusorio: Gaza carece de distinción real entre civiles y combatientes: no hay propiamente militares en ese territorio. Aprovechó el momento, de pasada, para acentuar la segregación y represión contra los palestinos en la Cisjordania, y hacer irreversible la política de asentamientos judíos. Luego atacó Siria, en el momento justo para precipitar la caída de la dictadura de los Assad. Logrado este triunfo sin par, se volcó sobre Líbano, donde en cosa de días destruyó a Hezbollah, el grupo militar aliado de Irán. Solo faltaba el golpe final: ir sobre el propio Irán, usando un argumento que circula desde hace muchos años: que está a punto de disponer de la bomba nuclear.

El ataque a Irán lindaba tuvo una precisión quirúrgica que demostró la inmensa superioridad de la fuerza militar y la inteligencia israelí. Pero no solo eso: él arrastró a Estados Unidos que, rompiendo una doctrina de décadas, acogió la petición de Netanyahu y bombardeó las instalaciones nucleares iraníes con casi nula respuesta. Para Bibi e Israel es una victoria sin precedentes.

En la arena internacional el ataque a la teocracia iraní provocó un clima si no de apoyo, al menos de resignada aceptación. Y en cuanto a Rusia –el aliado histórico de Irán- apenas emitió una tibia declaración, dejando al desnudo su total impotencia. El foco de Putin es la guerra contra Ucrania, donde puede hacer la de las suyas mientras el mundo trata de digerir lo que sucede en el Levante.

Lo que ha conseguido Netanyahu en los últimos meses no es baladí. Desde que hay registro el Medio Oriente ha sido un lugar clave de la historia humana: cuna de civilizaciones, matriz de las grandes religiones monoteístas y epicentro permanente de tensiones geopolíticas. Cualquiera que recorra esas tierras lo siente de inmediato: ahí respira el mundo.

Pero su éxito va aún más allá. En la tradición judía la noción de “pueblo elegido” nunca se tomó como signo de superioridad, o como un privilegio. Más bien se aceptó como una carga que impone deberes, no derechos: la memoria del sufrimiento, la defensa de los perseguidos, y el cultivo de la conciencia a través de la palabra. Cuando Netanyahu le enrostra a Macron que Israel está luchando, en forma solitaria, “contra los enemigos de la civilización” está rompiendo con esa tradición de un pueblo marcado hasta ahora por el recuerdo de la vulnerabilidad y la persecución.

Roberto Calasso, en su magistral obra El libro de todos los Libros, recuerda el caso de los amalecitas. Según el relato del Éxodo, estos atacaron por sorpresa a los hebreos durante su travesía por el desierto, lo que dio lugar a un mandato divino: “el Señor estará en guerra contra Amalec de generación en generación” (Éxodo 17:16). Más tarde, en el libro de Samuel, Dios ordena a Saúl su exterminio completo incluyendo mujeres, niños y animales: no debían quedar rastros. Este mandato convirtió a Amalec en un símbolo teológico del mal irreductible, del enemigo que no puede ser derrotado o sometido, sino que debe ser eliminado. Al escuchar al liderazgo del Estado israelí explicando el bombardeo de Gaza, es imposible no recordar la figura de Amalec como enemigo absoluto e irredimible.

Quizás el mayor triunfo de Netanyahu es haber impuesto una nueva narrativa en y acerca de Israel, como indica David Brooks en el New York Times. Lo que está en juego no es, como antaño, la defensa de un Estado que sus adversarios lo asumían como una “anomalía colonial” condenada a desaparecer. Lo que está hoy en juego es el papel de Israel como punta de lanza de la salvación de la civilización judeo-cristiana. Esto amplió los límites morales de su estrategia. El objetivo no es la defensa de su Estado-Nación, sino el desmantelamiento de la capacidad militar de los enemigos del mundo occidental. Israel asume así un nuevo lugar en el mapa de poder mundial, y nadie está en condiciones de discutirlo.

El filósofo rumano-francés Emile Cioran -quien en su juventud coqueteó con el nacionalismo- escribió que los judíos “desde esta vida deben hacer la experiencia del infierno”, ante una historia donde “no han conocido ninguna tregua”. Esto les otorga por siempre, agrega, “el privilegio de estar despiertos”. Esto, que parecía una debilidad, hoy se presenta como una fortaleza.

Netanyahu es un personaje que a muchos puede resultar repulsivo, pero es imposible negar que, en menos de un año, ha reposicionado a Israel en el corazón del poder en Medio Oriente y en el mundo. Al proclamar, casi como un mandamiento, que “primero viene la fuerza, luego viene la paz”, ha puesto sobre la mesa una cuestión que suele evitarse por pudor o corrección: que el liderazgo político nace de un sentido de grandeza, de una visión estratégica nítida y de la determinación para ejercer el poder cuando se considera indispensable. Por todo ello, hoy Netanyahu es el verdadero amo del mundo.

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