Brasil vuelve a seducir a los turistas: más de nueve millones y un nuevo récord
El gigante sudamericano mejora incluso las previsiones más optimistas del Gobierno

Este 2025 será para Brasil el año que marcará un antes y un después. Al menos en el sector turístico. Nunca antes tantos turistas habían puesto sus pies en el país tropical. Se despide del año con más de nueve millones de visitantes extranjeros, un 40% más que en 2024, según datos oficiales. Abundan, sobre todo, los argentinos, más de tres millones, un 80% más que hace un año. En el ranking les siguen los chilenos, los estadounidenses y los europeos como Cecilia, una alemana que está visitando Brasil por séptima vez: “Claro que entiendo todo este aumento, lo raro es que no haya pasado antes”, dice desde Río de Janeiro, pertrechada con los clásicos del turista playero: protector solar, gafas de sol y agua de coco en mano, lista para ver la célebre puesta de sol en la roca de Arpoador. Al intentar explicar a qué se debe este aumento repentino de visitas, se lo piensa un poco y responde: “Yo sé que Brasil tiene muchos problemas, pero los brasileños siempre parecen felices”.
El crecimiento repentino se nota en todo el país, pero especialmente en su postal al mundo, Río de Janeiro. La ‘Ciudad Maravillosa’ es la principal puerta de entrada y en la playa de Copacabana, en pleno arranque del verano en el Hemisferio Sur, ya no cabe un alfiler. Los turistas como Cecilia deambulan estos días en el paseo marítimo de Copacabana frente a un gran panel que cuenta en tiempo real el número de visitantes que aterrizan en Brasil. La pantalla cambia de número cada pocos segundos y ya roza los nueve millones. Es la metáfora de un país que saca pecho después de años de letargo.
A pesar de su tamaño continental y su enorme potencial, Brasil está muy lejos del campeón regional (México, con 45 millones de turistas el año pasado), pero cada vez más cerca de la medalla de plata, República Dominicana, que con sus resorts caribeños recibió a más de 11 millones de visitantes. Se espera que este año Brasil desbanque a Colombia y entre, por fin, en el podio latinoamericano. Los turoperadores suelen (o solían) argumentar que contra Brasil pesa sobre todo la distancia, tanto la exterior (está lejos de los principales mercados emisores, Europa y EE UU) como la interior, porque en un país de tamaño continental viajar internamente demora días, requiere una logística complicada y encarece cualquier plan. Aun así, el atractivo pesa más. Este año ha sido el país que más ha crecido en América y el segundo en el mundo, solo superado por las minúsculas islas de Vanuatu. Ni durante la era dorada del Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos de Río (2014-2016) Brasil recibió tantos turistas.
Para las autoridades, el bum es resultado de una mezcla de factores. El ministro saliente de Turismo, Celso Sabino, explica a EL PAÍS que una de las claves ha sido facilitar las llegadas: “Brasil ha trabajado con mucho vigor para ampliar su conectividad aérea”, dice. Tan solo en el primer semestre del año aumentó un 15% la capacidad de asientos en vuelos internacionales a Brasil respecto al mismo periodo de 2024. La tendencia continuará el próximo año. La compañía española Iberia, por ejemplo, ya ha anunciado la apertura de nuevas rutas directas desde Madrid a Fortaleza y Recife, dos destinos de sol y playa en el noreste, y un aumento de las frecuencias de los vuelos a Río.
El Gobierno brasileño ha redoblado la inversión en ferias de turismo y campañas de publicidad en medio mundo y ha puesto el foco en segmentos que despiertan cada vez más interés, como el afroturismo o el turismo comunitario en territorios indígenas. Este año también se ha explotado especialmente la Amazonía y la ciudad de Belém do Pará como su puerta de entrada. En esta capital amazónica, famosa por su extraordinaria gastronomía, se celebró hace poco la COP30 del clima, que el Gobierno usó de forma estratégica, como escaparate para promocionar toda la región. Como parte del legado de la cumbre, la ciudad abrió nuevos museos, recuperó parte del centro histórico y dragó el puerto para poder recibir grandes cruceros. Convencido del potencial de este rincón aún desconocido para la mayoría de visitantes extranjeros, el Gobierno también inauguró allí la primera Escuela Nacional de Turismo del país.

Para el ministro, las cifras demuestran que la imagen de inseguridad que muchos turistas, sobre todo europeos, tienen en la cabeza cuando piensan en Brasil, no es un impedimento. “El sector ha atraído inversiones extranjeras directas y ningún inversor internacional pondría millones de dólares en un país percibido como inseguro. El éxito habla más alto que las narrativas negativas, generalizando casos aislados que pueden ocurrir en cualquier lugar del planeta”, destacó.
En Río de Janeiro, donde en noviembre una operación policial contra el narcotráfico acabó con 122 muertos en la periferia norte de la ciudad, los turistas viven ajenos a la rutina de balaceras que se sufre a muchos kilómetros de las turísticas playas de la zona sur. El ayuntamiento de la ciudad ha colocado el turismo como una prioridad absoluta y en los últimos años se ha esforzado por desestacionalizar el calendario más allá de los meses de verano y el Carnaval en febrero. En el mes de mayo ya se ha consolidado el macroconcierto gratuito de una estrella internacional en Copacabana. En 2024 fue Madonna y este año Lady Gaga, que batió un récord histórico al congregar a dos millones de almas en la playa más famosa del país. Los hoteles, a rebosar, los empresarios felices y los vecinos también, contentos de poder presumir de una ciudad que, a pesar de sus desafíos cotidianos, es capaz de organizar grandes eventos con nota. Entre enero y noviembre visitaron Río 11,4 millones de turistas (la mayoría brasileños; dos millones, extranjeros), generando un impacto económico de 24.500 millones de reales (casi 4.500 millones de dólares), según datos de la alcaldía.
Los números ya se notan a pie de calle, y no solo bajo los cocoteros de la playa. Hasta hace poco más de una década en Río solo se veían aglomeraciones de turistas en sus dos reclamos más conocidos: el Pan de Azúcar y el Cristo Redentor. Hoy, la ciudad ya empieza a contar con algunas ‘zonas de sacrificio’. Los lunes de samba en la Pedra do Sal, la colorista escalinata de Selarón o el coqueto palacete del Parque Lage son algunas de las primeras víctimas de esta nueva ola turística, rincones donde los cariocas ya empiezan a ser especie en peligro de extinción.
El centro histórico, en un lento pero constante proceso de revitalización, es la próxima frontera. La calle del Senado, en el barrio de Lapa, acaba de ser nombrada por la revista ‘Time Out’ como “la más cool del mundo en 2025”. Mientras tanto, el mercado inmobiliario y los grandes inversores no pierden el tiempo: las constructoras aprovechan los incentivos públicos para crear vivienda en el centro para reformar viejos edificios y convertirlos en apartamentos turísticos. Bloques enteros y algunas construcciones icónicas, como el rascacielos ‘A Noite’, se están convirtiendo a toda prisa en colmenas de airbnbs. Pero a diferencia de lo que ocurre en muchas ciudades europeas, con vecinos exhaustos de tanto turista y gentrificación, en Río el turismo no enfrenta resistencia, ni siquiera hay una mínima regulación para los alojamientos turísticos. Todavía es el maná que cae del cielo. De momento.
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