La capital afro de América Latina quiere reescribir su pasado
El afroturismo se ha convertido en un pilar de la economía de Salvador de Bahía, uno de los principales puertos de trata de esclavos en el siglo XV. Hoy, esa historia reconfigura su identidad, pero los afrodescendientes siguen siendo los más vulnerables

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Valdemira Telma es un ébano que echa raíces en una esquina de Pelourinho, quizá el barrio más concurrido de la ciudad más negra fuera de África. Desde el corazón de Salvador de Bahía, su voz ronca grita, mientras ella se asoma por una pequeña ventana: “Seja bem vinda, meu amor!”. Es una peluquería, pero no es un salón cualquiera. Valdemira aparece forrada en un vestido amarillo claro con estampados africanos café que le cubre del pecho a los tobillos; african print lo nombran en Internet. Del cuello le cuelgan un par de collares largos de bolitas de colores, simbolizando los orixas, las deidades yorubas que la protegen. Un anillo enorme en cada mano adorna sus dedos corazón, los que usa para trenzar el cabello de las mujeres que la visitan. Valdemira Telma, más conocida como la negra Jhô, es la reina de uno de los lugares más tradicionales de Brasil. Pero no siempre fue así: ni ella, ni el barrio.
Desde que era niña, Valdemira, que hoy tiene más de 60 años, sabía que sufriría. Lo confirmó cuando tenía 5 años y su madre murió. Por entonces, en el quilombo donde vivía, la llamaban Jhon. Las tías que quedaron a su cargo le decían “narizona”, “bocona”, que parecía un niño, un macho, un mono, porque su cabello apretadito parecía no crecer. Pero a la pequeña Valdemira no le importaba. Cuando le pregunto por qué hoy, más de medio siglo después, es uno de los íconos de la estética afro en la ciudad, responde que porque es lo que le hizo daño toda la vida. Valdemira se convirtió en una especie de camaleón que camufla sus heridas. “Dicen que el cabello afro es duro, lo que no saben es que en realidad es cabello fuerte”, repite ella. Y de esas heridas nació la negra Jhô.

Mucha de la historia negra del continente americano nació en San Salvador de Bahía de Todos los Santos, la primera capital de Brasil. Por las cuestas adoquinadas de Pelourinho, donde hoy miles de turistas admiran la belleza de su Patrimonio de la Humanidad, alguna vez corrió sangre. Su mismo nombre, que traducido al español significa “picota”, es legado de ese dolor. Pelourinho era un lugar de castigo, donde se sometía a las personas esclavizadas que empezaron a llegar secuestradas desde África a mediados del siglo XV para trabajar en las plantaciones de caña. Hoy, los herederos de ese pasado reescriben esa historia en lo que se conoce como afroturismo.
Salvador de Bahía es uno de los principales imanes turísticos del país. Millones de visitantes llegan anualmente atraídos por sus playas paradisiacas, su arquitectura colonial y su gastronomía. Pero lo que diferencia este destino de otro es la posibilidad de conectar con la cultura afrobrasileña que echó raíces en esta zona del nordeste del país. Aquí, el 80% de la población se autodefine como negra, una cifra que impulsó a la ciudad a perseguir el título de “capital afro”.
Isabel Aquino, exfuncionaria de la Secretaría de Cultura y Turismo de Salvador y una de las desarrolladoras del proyecto, explica que económica e históricamente, la población negra no ha sido la protagonista de la principal actividad de la ciudad. “Ellos no son los dueños de los restaurantes, de los hoteles, de las agencias ni operadores turísticos. Sus productos y servicios casi siempre son intermediados por un trader turístico que es mayoritariamente blanco y conservador”, reconoce a América Futura. Y lo que hasta hace un tiempo sucedía es que quienes hacen florecer la cultura afrobrasileña eran usados como instrumento y desplazados de la primera línea de esa gestión.
De acuerdo a las cifras oficiales, en 2022, los afrodescendientes representaban más del 80% de la fuerza de trabajo del Estado; paradójicamente, también eran más del 85% de los desempleados. La falta de trabajo formal, además, afecta a casi 20 de cada 100 mujeres negras. Por eso, con el proyecto Salvador Capital Afro, impulsado desde la Prefectura, se promueve el concepto de afroturismo donde son precisamente las personas negras quienes narran la historia a través de las venas de su territorio.




El movimiento black money
“Es la primera vez que la ciudad asume la herencia africana como lo más importante. No es la playa, ni el carnaval; sino la cultura lo que hace de Salvador una ciudad única en Brasil”, explica Sueli Conceição, mientras caminamos por Pelourinho. Ella es una de las gestoras que desde hace años se dedica a relatar la historia negra a los visitantes. También fue quien diseñó Rolê Afro, rutas turísticas o experiencias afrocentradas en la ciudad. “La industria turística, forjada por personas blancas y grandes empresarios, nunca nos ha mirado con cuidado. Nunca nos ha incluido en la condición de gestores ni negociadores. Hoy estamos hablando de black money, de empoderamiento, de protagonismo de personas negras, de capacitación, de equidad y de género”, enumera Sueli. De hecho, una de las rutas que diseñó, Heroinas negras, revive el legado de las mujeres que marcaron y marcan el curso de la historia.
El paseo arranca frente a la escultura de tres metros de María Felipa de Oliveira, clave en la resistencia contra la ocupación portuguesa en Brasil durante el proceso de independencia a inicios del siglo XIX. El homenaje, que se exhibe desde 2023, se levanta a orillas del mar —en lo que se conoce como la ciudad baja— orientada hacia la isla de Itaparica. Luego, Sueli conduce a los visitantes hacia la historia de las bahianas, que representan un sello en la identidad de Salvador, ataviadas con sus ropas blancas: falda ancha, blusa y turbante, y preparan en las calles el tradicional acarajé: masa de fréjol, camarón y aceite de palma. En la época de la esclavitud, la venta de comida permitía a aquellas personas traídas a la fuerza de África pagar por su liberación: la llamada alforría.
La ruta de las heroínas también incluye una visita obligada al salón de la negra Jhô. Hoy las calles de Pelourinho están llenas de mujeres que trenzan cabello, pero quien inició esta práctica de valoración de la estética afro hacia los ochenta fue Valdemira. Lo hizo en una época en que llevar cabello trenzado o afro al natural no era bien visto. Ella, acostumbrada a desafiar las convenciones, abrió el camino hacia una estética tradicionalmente rechazada.
Por eso se dice que la iniciativa Salvador Capital Afro es más que un eslogan de marketing. Es un intento de diseñar y aplicar política pública de reparación. Maylla Pita, directora de Cultura de Salvador y gestora del proyecto, explica que la meta es reconocer el sufrimiento histórico de las comunidades negras en Brasil, el último país en abolir la esclavitud en el continente; y cuyo legado implica la negación de derechos básicos a quienes hoy representan el 55% de su población.
Entre 2017 y 2018, la Prefectura junto con representantes de la sociedad civil llevaron a cabo una escucha pública, conversaciones directas con las comunidades. “Reunimos más de 200 líderes negros entre emprendedores, agencias de turismo, artistas y gestores culturales para generar un documento que hoy es el Plan de desarrollo de afroturismo de la ciudad de Salvador”, señala Pita. Una de las primeras alertas era la poca sostenibilidad de los emprendimientos afro que, según la funcionaria, para ese momento no superaban los tres años. “Existe una dificultad enorme en gestión financiera, logística, capacidad de producción, acceso a plataformas de negocios”.
Sin embargo, Salvador ha sido considerado el mejor destino creativo del mundo, un lugar donde la economía creativa tiene un rol preponderante. Por eso, surge la pregunta de qué pasa con la población negra que se queda por fuera de esos circuitos culturales y que vive de espaldas al turismo. Pita reconoce que, frente a la desigualdad que marca la historia de la ciudad, las políticas de reparación pretenden garantizar el acceso a los derechos sociales básicos.
El desequilibrio social entre blancos y negros se muestra en la vida cotidiana. Si se miran los datos de niveles de educación, deserción escolar y analfabetismo, se evidencia una mayor vulnerabilidad de la población afro.









Una ciudad segregada
“Salvador es una ciudad segregada, donde quien tiene mucho dinero, gana mucho dinero; pero quienes no tienen nada, no ganan nada”, describe Eldon Neves, mientras recorremos los laberintos del barrio Gamboa, una comunidad de pescadores que se levanta frente al mar y desde donde se divisan los edificios de lujo que colindan. “Cuando miras Salvador desde arriba, ves esa parte que es la ciudad alta, que va desde Pelourinho hacia atrás, la zona noble, el Corredor da Vitória, el metro cuadrado más caro. Allí tienes todos los servicios públicos funcionando. Pero del otro lado, que es la ciudad baja, ya encuentras precariedad”, afirma el hombre de 33 años.
Neves es un museólogo y gestor cultural, hijo de educadores y activistas. Hoy es uno de los protagonistas del afroturismo, que promueve el lema “la memoria es futuro” y nos adentra a la ciudad con el objetivo de reconstruir esa historia negra lejos de los catálogos de turismo oficiales. Una voz como la suya tiene un peso específico, si se considera que un informe publicado en 2024 ubica a Salvador como la capital brasileña con la mayor cantidad de muertes violentas de hombres. Ahí, el 65% de los hombres que mueren por armas de fuego son afro.
En los recorridos, Neves enfatiza el rol de la diáspora africana en la formación de Brasil y en sus procesos independentistas, las revueltas negras del siglo XIX para pedir igualdad, libertad y fraternidad. Una lucha que, tal como señala, parece no haber concluido. En la actualidad, la batalla se libra en los espacios económicos que históricamente los han dejado al margen. “Emprendimiento significa hacer posible lo que es imposible. Y las personas negras no entraron al empresariado con la motivación de ser ricas, sino como una forma de sobrevivencia”, dice mientras nos guía por la feria de San Joaquín bajo una lluvia torrencial.
“Estamos en el mayor mercado popular de Salvador, donde el 99,9% de los negocios son de personas negras”, proyecta Eldon. La feria, que ocupa unas diez cuadras, es un laberinto que concentra la esencia e historia de la ciudad. El ambiente se impregna del olor a camarón seco, aceite de palma, hierbas y frutas, y de las ollas de los cocidos que guisan las bahianas. El guía no desaprovecha la oportunidad para remarcar que, tras la abolición de la esclavitud en 1888, en Brasil los mercados se convirtieron en espacios de negocio comunes y en fuente de sustento.

Así se entiende que, a pocos metros distancia, se levante Liberdade, considerado el barrio más negro de Salvador. Es una zona que data del siglo XIX, por donde desfilaron las tropas celebrando la independencia de la Corona portuguesa. Pero esta también fue una zona de quilombo, donde las personas que alguna vez estuvieron esclavizadas se establecieron. Hoy es una de las más pobladas y tiene el reconocimiento del Ministerio de Cultura como el territorio nacional de la cultura afrobrasileña. “Es un espacio de resiliencia y de resistencia”, remata Eldon. Este barrio de cuestas, negocios populares, calles adoquinadas y casas humildes es también hogar del primer cine para personas negras y de Ilê Aiyê, el primer bloque afro del carnaval de Bahía.
El final de la esclavitud no representó la inclusión real de las poblaciones negras a la dinámica de las sociedades brasileñas ni la garantía de sus derechos civiles. El racismo estaba tan interiorizado que, en la dictadura (1964-1984), el gobierno militar eliminó la pregunta sobre el color de la población en el censo y reprimió a los movimientos negros que denunciaban el racismo en el país. Por eso, en 1974, Ilê Aiyê creó un espacio de arte, música, baile y fiesta como una apuesta política.
Cincuenta años después, son precisamente las personas negras el motor de la economía, de la identidad y la creatividad que define a Salvador. Y miles quieren desembarcar en este puerto, considerado el destino más deseado de Brasil, que desde siglos antes recibió el dolor de miles de africanos expoliados de sus tierras. Hoy los nietos y bisnietos de aquellos hombres y mujeres siguen construyendo la capital afro de América Latina y admiran la belleza negra como la que defiende la Negra Jhô.
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