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AMAZONÍA
Columna
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La Amazonia bajo asedio: sequías, lluvias ausentes y la mano de la deforestación

La defensa de la Amazonia debe ser un punto medular de la agenda bilateral entre Perú y Brasil

Boca Colorado, una localidad peruana del departamento Madre de Dios, provincia de Manu.
Diego García-Sayan

Un reciente reportaje de The New York Times (2 de setiembre de 2025) vuelve a colocar en primer plano una verdad incómoda: la Amazonia, ese gigantesco corazón verde de Sudamérica, está perdiendo su capacidad de producir lluvia. El fenómeno no es resultado exclusivo del azar climático ni de las variaciones naturales. Está íntimamente ligado a la deforestación masiva que avanza sobre Brasil y, por extensión, sobre toda la cuenca amazónica. Durante décadas se ha repetido, autocomplacientemente, que la selva amazónica “hace su propia lluvia”. Los árboles liberan humedad a la atmósfera, generando nubes que descargan agua sobre ríos, lagos y bosques. Cierto, pero ciclo virtuoso, ahora interrumpido, y se transforma en un círculo vicioso: menos bosque significa menos transpiración, menos lluvia, más sequía… y más incendios. Lo que antes era equilibrio, hoy es retroalimentación negativa.

Lluvias afectadas

El Times destaca en su nota que extensas áreas del Brasil amazónico han experimentado déficits alarmantes de precipitaciones. Agricultores, comunidades indígenas y poblaciones ribereñas lo sienten de inmediato: los ríos se hacen menos navegables, la pesca se reduce, los cultivos fracasan. La ciencia ya no duda: la tala indiscriminada, sumada al cambio climático global, está alterando de manera posiblemente irreversible la dinámica de lluvias en el mayor bosque tropical del planeta. Para Perú, esta constatación no es ajena ni lejana. Ya que la Amazonia peruana forma parte del mismo sistema ecológico y climático. Las sequías recurrentes que ya experimentan regiones como Ucayali, Madre de Dios y Loreto son parte de ese mismo cuadro. Si la deforestación en Brasil continúa a la escala actual, las consecuencias se sentirán en todo el corredor amazónico: menos agua, menos biodiversidad, menos resiliencia frente a eventos extremos. Pero el impacto no se limita a lo ambiental. Hay un efecto directo sobre la economía y la vida cotidiana. La reducción de lluvias afecta la generación hidroeléctrica, clave para Perú; debilita la agricultura local; y abre la puerta a conflictos sociales en torno al acceso al agua. Un escenario de sequías más intensas y frecuentes amenaza con multiplicar tensiones en un país que ya sufre fracturas sociales y políticas.

Futuro climático en discusión: la ONU

La paradoja es cruel: la Amazonia, que durante siglos actuó como amortiguador del calentamiento global, se acerca a un “punto de no retorno” donde podría convertirse en emisor neto de carbono.

Las promesas de frenar la deforestación, aunque frecuentes en foros internacionales, suelen quedar en palabras. El avance de la agroindustria, la ganadería y la minería ilegal en Brasil, por ejemplo, no se detiene. Y mientras tanto, el clima de la región cambia a un ritmo vertiginoso.

En este contexto, la próxima COP30 de la ONU, que se celebrará en noviembre en Belém, Brasil, cobra un simbolismo único: el mundo discutirá el futuro climático en la misma puerta de la Amazonia. Allí no bastarán discursos ni compromisos vagos; se necesitará adoptar acciones concretas para frenar la deforestación y garantizar que el pulmón del planeta siga cumpliendo su función vital. Para Perú, vecino amazónico, esa cumbre debería ser ocasión de liderazgo y de compromiso real: proteger nuestros bosques es también proteger nuestra seguridad hídrica, alimentaria y climática. La defensa de la Amazonia debe ser un punto medular de la agenda bilateral entre Perú y Brasil, sumándose al otro gran eje que ya marca la relación: la integración física y económica a través del corredor bioceánico que, desde Brasil, pretende conectar con el puerto peruano de Chancay para proyectarse hacia China y Asia. Dos temas estratégicos, aparentemente distintos, se cruzan en una misma urgencia: cómo articular desarrollo económico con sostenibilidad, soberanía ambiental y responsabilidad global. El legado que se deje a las próximas generaciones dependerá de si se asume, hoy mismo, la defensa de la Amazonía como tarea de supervivencia nacional y regional.

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