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DANIEL ORTEGA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ortega borra de la foto a sus compañeros de la revolución sandinista

El autócrata mantiene una encarnizada persecución contra aquellos que lucharon a su lado para derrocar al somocismo

Daniel Ortega con Tomás Borge, Humberto Ortega, Jaime Wheelock y Bayardo Arce
Carlos S. Maldonado

La escritora portuguesa Lídia Jorge narra en Los memorables la historia de una fotografía. La periodista Ana María regresa a Portugal para realizar un documental sobre la Revolución de los claveles y en casa de sus padres encuentra una vieja imagen en sepia: la de un grupo de revolucionarios que participaron en aquella gesta. La reportera se empeña en reconstruir la historia de aquellas personas que cambiaron el rumbo del pequeño país europeo, en un acto de memoria, pero también de amor por lo que la revolución representó. Al contrario del personaje de Jorge, el exrevolucionario Daniel Ortega quiere borrar la historia. O, mejor dicho, adaptar la fotografía de la historia nicaragüense para tachar a quienes junto a él lucharon por otra revolución: la sandinista, que triunfó en Nicaragua en julio de 1979, hace exactamente 46 años.

La perversión de eso que fue el sandinismo se ramifica en una serie de macabras barbaridades que van desde el asesinato, el destierro, la desnacionalización y el encarcelamiento de disidentes, pero tiene un encono particular contra aquellos que protagonizaron la gesta heróica de la revolución. Bayardo Arce Castaño, exmiembro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista y a quien se consideraba un fiel aliado de Ortega, ha sido el último personaje revolucionario sometido a la humillación.

A Arce Castaño, de 76 años, su viejo compañero lo despojó de su escolta policial y desalojó de sus oficinas ubicadas en El Carmen, en Managua, muy cerca del búnker donde Ortega vive y lidera junto a su esposa Rosario Murillo la sádica dictadura que juntos han montado en Nicaragua. La revista Confidencial ha informado también de que la policía leal a Ortega ha interrogado a trabajadores de confianza del excomandante. Es, agrega la publicación, el tercer integrante de la Dirección Nacional de FSLN bajo “arresto domiciliario”, junto al comandante revolucionario Henry Ruiz Hernández y Humberto Ortega, quien fue jefe del Ejército y hermano de Daniel Ortega, fallecido el 30 de septiembre de 2024 tras permanecer encarcelado en su propia casa.

Estos personajes son ahora los protagonistas de una razia que la pareja presidencial ha desatado contra quienes jugaron un papel tan importante en la lucha contra la dictadura. Aunque Arce era un “asesor económico” de Ortega, y por lo tanto cómplice de su deriva autoritaria, ahora ha caído en desgracia. Se trata de una estrategia que ha tejido durante varios años Rosario Murillo, a quien Ortega ha dado un papel protagónico en su mandato de odio y sangre.

Murillo se ha encargado de hacer a un lado a figuras tan cercanas e importantes para Ortega, pero también para la historia del sandinismo. Ella, que no pintó nada en la lucha revolucionaria más que escribir unos cuantos poemas de protesta, quiere poner a su marido como el único gran héroe vivo de la gesta. Murillo, con la venia de Ortega, ha aumentado su influencia en la Policía, la justicia y controla la administración cotidiana del Gobierno, pero también toda la comunicación oficial desde medios que no son más que cajas de resonancia de su propaganda parlanchina. El murillato, además, tiene el borrador que saca de la foto a quien haga sombra a su delirio de grandeza.

De esa foto histórica ha sido borrada Dora María Téllez, la heroica comandanta revolucionaria que participó junto a un grupo guerrillero en la captura del Congreso de Somoza en 1978, un duro golpe para la dictadura. A la llamada Comandante Dos, Ortega la encarceló; sufrió tortura en prisión, más tarde la desterró en vuelo hacia Washington y luego le quitó la nacionalidad.

Con la misma suerte corrió Víctor Hugo Tinoco, voz crítica del sandinismo y vicecanciller en la época revolucionaria, ahora en el exilio. El guerrillero histórico del sandinismo, el general en retiro Hugo Torres, falleció enfermo en la mazmorra donde Ortega lo había encerrado. Roberto Samcam, antiguo mayor del Ejército, fue tiroteado por un sicario en su casa de San José, en Costa Rica, donde vivía exiliado. Las autoridades del país centroamericano no descartan que se trate de un asesinato político. La también guerrillera Mónica Baltodano vive desnacionalizada en el exilio, mientras que el escritor Sergio Ramírez, Premio Cervantes y vicepresidente en tiempos revolucionarios, escribe ahora muy lejos de su casa, en un destierro obligado en Madrid.

Una de las historias más reveladoras de esta redada antirrevolucionaria la ha protagonizado Lenín Cerna, temida figura del FSLN, líder de camorristas a sueldo del orteguismo y leal operador de Daniel Ortega. Fuentes que lo conocieron denuncian que este personaje siniestro, que fue integrante de la infame Dirección General de Seguridad del Estado (DGSE), ha organizado actos de violencia y corrupción para someter a disidentes o lograr favores para su jefe, garrote o pistola de por medio. El Departamento del Tesoro estadounidense, que lo sancionó en 2023, ha dicho que Cerna “se hizo famoso y temido como torturador”.

La confianza de Ortega hacia este matón de manual de inteligencia soviética era tal que tenía sus oficinas dentro del complejo donde vive el líder supremo con su familia. Las mismas que Rosario Murillo, a quien su esposo llama “la eternamente leal”, mandó desalojar con lujo de violencia hace algunos años, porque es conocida la encarnizada bronca entre estos dos personajes. Murillo lo quería apartar de la cercanía de Ortega, como parece que ha ocurrido ahora con Bayardo Arce.

Son solo algunos protagonistas del viejo sandinismo que han caído en desgracia o que han sido perseguidos por un régimen que reivindica como suya una gesta que liberó a Nicaragua de una tiranía de más de 40 años. Es una muestra de que Ortega no entiende de lealtades y mucho menos de compañerismo. La que manda ahora es la familia, como una mafia siciliana. Es la nueva foto de Nicaragua, de la que Ortega ha borrado a sus camaradas. Es, en definitiva, el fin del sandinismo y el ascenso del murillato. Otra dictadura familiar en un país que siempre ha soñado con ser una República.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de EL PAÍS México. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica, temas de educación, cultura y medio ambiente.
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