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LÍDERES POLÍTICOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Papito’ como modelo de político

Abundan líderes improvisados e impredecibles que han eliminado cualquier forma de control de su comportamiento haciendo de la irresponsabilidad la nota dominante

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Uno de los factores que trae consigo la representación política tiene que ver con el efecto ejemplarizante que conlleva. Las personas públicas que ejercen tareas de intermediación sean en el Gobierno o como articuladoras y agregadoras de intereses inevitablemente son vistas no solo como espejos del sector de la población que les confirió su apoyo sino como un prototipo que reúne ciertos valores.

El ejercicio de una actividad política está vinculado con una tarea que integra dos tipos de responsabilidad diferentes basadas, según Max Weber, en la ética de la responsabilidad y en la ética de la convicción. Por otra parte, entre ambas se impone un ejercicio de pedagogía. Como a los progenitores en una familia se les demanda el ejercicio del ejemplo así acontece en la política con respecto a quienes desempeñan el poder sea en una u otra dimensión.

En la actualidad, esta situación está lejos de ser una realidad. Desde la perspectiva de la oferta hoy abundan líderes improvisados e impredecibles que han ido eliminando cualquier forma de control de su comportamiento arbitrario haciendo de la irresponsabilidad la nota dominante de su ejercicio cotidiano. La banalización en el desempeño de su oficio campea de manera irrestricta y el capricho se hace ley. En el universo todavía democrático, aunque cada vez más fatigado, el presidencialismo como forma de gobierno acrecienta el personalismo, pero también ayuda a ello la paulatina desaparición de los partidos políticos institucionalizados. Su pérdida de identidad y su fragmentación son alarmantes.

Desde el lado de la demanda se encuentra una sociedad que ha cambiado profunda y exponencialmente en lo que llevamos de siglo como consecuencia de la revolución digital. Se potencia el individualismo, con el consiguiente incremento de expresiones egoístas que quiebran cualquier principio de solidaridad. También se alienta el aislamiento en cámaras de resonancia de los distintos grupos sociales articulados en identidades espurias que se confrontan constantemente en batallas culturales. Manipulada por mecanismos de información y de comunicación que han penetrado rápida y extensamente, la gente sigue pautas que nada tienen que ver con los viejos patrones de socialización. La desinformación ocupa un espacio como jamás tuvo y el culto a lo efímero se ha adueñado del espacio público.

El panorama mundial está lleno de ejemplos extendidos paulatinamente a lo largo de la última década y es, quizá, el continente americano donde se encuentra el más relevante y mayor número de casos. El poder, poco a poco, en su máximo nivel que supone el Ejecutivo, aunque no solo, está en manos de individuos que ejemplifican perfectamente las notas señaladas más arriba. Se trata de personas arbitrarias, sobre las que nadie ejerce control alguno, dotadas de soportes comunicacionales muy poderosos y eficientes que se insertan a la perfección en el día a día de la gente. Políticos a quienes une una absoluta displicencia en el ejercicio de una función pública mínimamente pedagógica y afín a valores basados en la tradición de la dominación legal racional que con dolor y tesón se impuso en Occidente poco a poco a lo largo de los últimos dos siglos y medio.

Cuatro son las facetas de su actuar más relevantes. La primera tiene que ver con su militancia irrestricta en las redes sociales. Aupados en la falsa democratización y supuesta frescura que supone su actividad se suman a la plaza mediática para anunciar, polemizar, satanizar, insultar y tergiversar. El resultado al abordarse normalmente asuntos de naturaleza compleja es el reduccionismo y la trivialización, cuando no desinformación, y la incitación al discurso del odio al exacerbar el antagonismo con sus opositores. Gustavo Petro, Nayib Bukele, Álvaro Noboa, Javier Milei, Rodolfo Chaves y Donald Trump son adalides en ello.

La segunda se relaciona con el mundo de la publicidad que contribuye al desprecio del multilateralismo y de valores asentados en el derecho internacional. Sin duda, el caso de Bukele es bien paradigmático. Solo muy recientemente se ha destapado la labor del ingente aparato publicitario orquestado en torno al palacio presidencial. Su vicepresidente, Félix Ulloa, subrayaba en una entrevista reciente que su país lo que hace es dar un servicio a la comunidad internacional como “alojamiento penitenciario”… “No vemos que sea un tema de derecho internacional ni de conflicto internacional en la medida en que está respaldado por la prestación de un servicio”. Esta cínica posición repetida una y otra vez por el dispositivo propagandístico salvadoreño ha servido de indudable afianzamiento del gobierno autoritario del país y es pauta en el devenir de otros países.

La tercera se vincula a recompensar a amigos y familiares traduciendo la visión de la llegada al poder como el manejo discrecional de un botín. Entre los 52 embajadores nombrados por Trump hasta finales de mayo ninguno es diplomático de carrera. Más aún, ha nombrado a entusiastas de las criptomonedas en agencias reguladoras con el aplauso del sector. En otro marco, ha cancelado miles de becas de investigación y ha retenido miles de millones de dólares a científicos. La mayoría de las cancelaciones han afectado a investigaciones que disgustan al presidente y a su equipo, incluido el trabajo que parece asociado con la DEI y la investigación sobre el cambio climático, la desinformación, la covid-19 y las vacunas. Otras cancelaciones se han centrado en trabajos realizados en universidades de élite.

La cuarta faceta estriba en la construcción de un nuevo (des)orden imperial desmantelando el existente. Ello requiere considerar la mística que impone en Estados Unidos MAGA como reivindicación de un relato de un pasado ilusorio de grandeza integrado por principios añejos de la doctrina Monroe y del corolario Roosevelt. Regreso a un tiempo de vasallaje sin estados, pero con siervos, en el que el territorio vecino sea enajenable en función de los intereses del único país poseedor de un destino manifiesto y donde hoy se produce el insólito reconocimiento expreso y coloquial del secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte, a Donald Trump como papito (daddy) en reconocimiento como modelo de político.

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