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María Cecilia Londoño, la bióloga que se volcó sobre los datos para salvar la biodiversidad de Colombia y el mundo

La copresidenta de GEO BON, la red de monitoreo de biodiversidad más grande del mundo, es también la mente detrás de Biomodelos, una plataforma que combina modelamiento de datos con el conocimiento de biogeógrafos

María Cecilia Londoño recuerda con claridad el día en que, de niña, su profesora de biología le habló sobre la fotosíntesis, el proceso con el que las plantas transforman los rayos del sol en alimento y energía para crecer. Fue en ese momento cuando se despertó su pasión por la naturaleza, la biodiversidad y su conservación. “Nunca llegué a estudiar plantas”, cuenta riendo, “pero me di cuenta de mi curiosidad por cómo funciona la vida”.

Pionera en Colombia en el uso de grandes bases de datos para la protección de la diversidad de especies, hoy, a los 45 años, es investigadora principal del programa de Evaluación y Monitoreo del Instituto Humboldt y, desde el 2020, copresidenta de la Red de Observación de la Biodiversidad del Grupo de Observaciones de la Tierra (GEO BON), la red de monitoreo de biodiversidad más grande del mundo. “Siempre me ha gustado conservar la naturaleza”, afirma.

De niña fue scout y, si no andaba en campamentos con su grupo, estaba en la finca de sus abuelos, rodeada de monte. Solía ver informes y documentales en televisión sobre cuevas y bosques, y quería ser como los reporteros que los presentaban. Entre su familia y amigos la llaman “batichica” por su fascinación por los murciélagos, especie que estudió a fondo en su pregrado y maestría en Biología. Ni siquiera los peores años de secuestros en Colombia, a inicios del 2000, frenaron su hambre por examinar de cerca a “los pájaros de la noche” por su enorme diversidad y las funciones ecológicas que cumplen. “En la universidad hicimos un grupo de estudiantes con el que íbamos a campo a estudiarlos con un profesor que nos alcahueteaba”, dice, agregando que, además de los animales y sus entornos, le sorprendía y fascinaba ver cómo los habitantes de esos lugares, muchas veces recónditos e inaccesibles, reconocían la importancia de cada uno para su propia supervivencia.

Después de terminar su maestría, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en 2006, en la que continuó investigando murciélagos, Londoño incursionó en el mundo de las grandes bases de datos y su análisis como investigadora doctoral en esa misma universidad. Durante su doctorado descubrió el potencial casi inutilizado de los datos y la estadística para crear estrategias de conservación más abarcantes, precisas y efectivas

No tiene muy claro qué la llevó a sumergirse en un mundo que, hasta ese momento, le resultaba desconocido, pero asegura que tuvo que ver con el tamaño del impacto que puede tener al pasar de estudiar en una escala de “uno a uno” los murciélagos, a utilizar bases de datos con millones de entradas.

Así, investigó la planeación sistemática de la conservación y creó una base de datos de todas las especies de fauna endémicas en Mesoamérica y Los Andes tropicales para optimizar su protección. Cruzaba datos de avistamientos (coordenadas donde se ha registrado a cierta especie) con información climática, para generar modelos que permiten inferir dónde más podría estar esa especie según las condiciones ambientales. Esos modelos, explica, ayudan a tomar mejores decisiones: “Permiten un uso más eficiente de los recursos de un país para conservar su biodiversidad. Son clave para el ordenamiento de las áreas de conservación y las estrategias de manejo de la biodiversidad”. Es como tener mapeados los ríos, señala, para saber dónde hay agua, o tener mapas geológicos para saber dónde hay minas.

En 2010 se graduó de su doctorado y regresó a Bogotá para integrarse al Instituto Humboldt, desde donde fue la mente detrás de Biomodelos, una plataforma que combina modelamiento de datos con el conocimiento experto de biogeógrafos (científicos especializados en la localización geográfica de especies) para construir un mapa consolidado de la biodiversidad en Colombia. Es el segundo mapa de ecosistemas nacionales, pero el primero en incorporar especies, pues antes solo mostraban el suelo y el agua. “Busca tener el mejor conocimiento de la distribución de cada especie”, explica. Biomodelos suma 2.060 especies de aves registradas, 518 mamíferos, 419 anfibios, 222 reptiles, 572 peces, 580 invertebrados y 5.388 plantas.

“Fue una pelea dura meter las especies en el mapa. Yo era nueva y venía a cambiar una metodología definida. Estaba embarazada y me daba unas peleas con estos señores de 60 años que decían que era imposible lo que yo proponía si no mapeábamos todo el país a pie. Pero yo insistía en que había alternativas”, manifiesta. Además, junto a su equipo, creó BioTablero, una herramienta para consultar indicadores de biodiversidad que van desde la riqueza en especies clave de fauna (amenazadas, endémicas y migratorias) hasta la tasa de mortalidad de fauna silvestre por atropellamiento. También permite recabar información precisa sobre biodiversidad discriminada por región.

Su lucha, agrega, no ha sido solo por la biodiversidad, sino por posicionar a Colombia como referente mundial en su estudio y protección, y por reconocer y visibilizar el trabajo de las científicas. “Podemos hacer grandes cosas, tenemos buenas ideas y el capital humano para hacerlo, aunque no sea reconocido”. Es enfática al decir que “las voces de las mujeres son muy importantes en estos temas” y que “hay que asumir una posición más fuerte, exigir más”.

Londoño ha llegado a lo más alto y ha trabajado incluso con proyectos financiados por la Nasa y otras agencias espaciales, pero no deja de ser crítica con el papel secundario que esas instituciones le dan a países del Sur Global o a las mujeres. “Te comienzan a usar como una ficha, un comodín. Dicen: ‘Vengan y hacen parte de este proyecto como mujeres colombianas’, pero nos pasan tres pesos”. Reprocha, además, que la Nasa solo puede financiar proyectos de organizaciones con personería jurídica en Estados Unidos, por lo que los recursos que Londoño consiguió para BioModelos o los que sus colegas obtuvieron para otros proyectos del Instituto Humboldt, pasaron primero por el Museo de Historia Natural de Nueva York “que se quedó con una parte, y a nosotros nos mandaban para un taller y un consultor”, asegura. “Al menos sirvió para llamar la atención de los medios”, bromea.

Pragmática y tenaz, Londoño asegura que aunque pasa la mayor parte de su tiempo analizando interminables bases de datos, el campo y el monte le recuerdan por qué lo hace. Prefiere caminar por humedales antes que ir a un centro comercial e intenta participar en cuanta expedición pueda. Además, en las salidas de campo que organiza para su equipo siempre insiste en que nadie lleve computador, para poder reconectar con los ecosistemas que buscan proteger. “Si dejas de salir, te desconectas”, asegura.

A sus hijas, de 11 y 15 años, les dijo que antes de ir a Disney, debían conocer algo “verdaderamente importante”, la Amazonía. Así fue. Dice que es complicado saber qué camino van a tomar, pero está segura de haber despertado cierta sensibilidad en ellas: “Es muy importante que vivan y entiendan cómo funciona la vida fuera de la ciudad, qué es lo que mantiene vivo a este planeta”.

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Sobre la firma

Andrés Ortiz
Periodista y colaborador de EL PAÍS en Colombia. Antes escribió para la sección de Última Hora. Trabajó en Colombia Visible, proyecto enfocado en periodismo de soluciones, y en La Silla Vacía. Estudió Ciencia Política y Lenguas y Cultura en la Universidad de Los Andes en Bogotá. Cursó el máster en Periodismo UAM–EL PAÍS.
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