No se requiere nueva Constitución, se necesita cumplir la del 91
Hace 35 años la séptima papeleta que dio origen a la Constituyente generó acuerdos mayoritarios, mientras que hoy la propuesta del presidente Gustavo Petro divide y segrega

Sorprende que un presidente de izquierda le regale como bandera de campaña a la derecha la defensa de la Constitución del 91, la más progresista que hemos tenido en la historia. Sorprende que por buscar un resultado de momento en unas elecciones se ponga en juego, así sea como cortina de humo, una Carta que, de ser modificada hoy, podría dar pasos atrás en los derechos adquiridos. Aunque todavía muchos de sus artículos no se cumplen a cabalidad, son un norte para intentar llegar a ellos. No es poco tener una Constitución en la cual se consagra como objetivo supremo construir un Estado Social de Derecho. Por eso, aunque la idea de una Constituyente sea un globo, una cortina de humo, una estrategia de campaña, no sobra defender una y otra vez lo que tanto esfuerzo costó.
El ministro de Trabajo Antonio Sanguino encabezó el grupo de personas que inscribió el comité promotor de la Asamblea Nacional Constituyente ante la Registraduría y con este acto el Gobierno puso en marcha una idea que ha servido para calentar el debate público en distintos momentos. El presidente Gustavo Petro es experto en agitar las aguas y lo hace de nuevo porque durante sus más de tres años en el poder ha tenido la iniciativa política y no la quiere perder justo cuando comienza ya de manera formal la campaña para Congreso y para las consultas de cara a las presidenciales.
No es raro entonces que se lance de nuevo la idea de una Constituyente como proyecto de campaña y que hasta se use como símbolo un jaguar que de entrada suena a un animal que le haría frente al tigre que usa el candidato de la derecha más extrema. Pobres animales convertidos en símbolos de proyectos con tanto desatino, pero ya sabemos que la política tiene la capacidad de contaminarlo todo. Lo raro, insisto, es que el presidente Gustavo Petro lleva meses haciendo esfuerzos por convertir en motivo de discordia uno de los pocos acuerdos colectivos de país de las últimas décadas. Con todos y cada uno de sus defectos, la Constitución del 91 -que surgió como respuesta a una coyuntura de violencia extrema y que fue el punto culminante del acuerdo de paz con el M 19- fue un gran avance en materia de derechos y un pacto colectivo sobre el que no había mayor debate.
Es cierto que varios líderes políticos han hablado de Constituyente porque esa idea es una tentación en especial para líderes autoritarios que siempre quieren tener normas a su medida, pero nunca ha pasado de ser una piedra tirada al agua que hace olas y desaparece. Es cierto que algunos puntos de la Constitución merecen ser revisados como el proceso de elección de los miembros de las altas cortes que terminó metido en la politiquería y es cierto que el Congreso no ha querido abordar reformas importantes de fondo. Es cierto que son varios los actos legislativos que la han modificado. Todo ello, sin embargo, no ha afectado la columna vertebral de una Constitución que es social, democrática, incluyente y laica en sus bases fundamentales. Es eso lo que podría peligrar.
Sin embargo, el camino es muy largo y este primer paso no significa que lleguemos a una Constituyente. Esto tendría que pasar por el nuevo Congreso y si logra mayorías ir a control de la Corte Constitucional, luego a las urnas para consultar si se convoca y luego volver a las urnas para elegir a los constituyentes. Todo esto si pasa el umbral y cada trámite. Por ahora es bandera de campaña ¿Qué tanto les importa hoy a los votantes ese tema?
El momento político es muy distinto al que vivimos a finales de los 80 y comienzos de los 90. Por distintas razones, pero vale citar algunas: aunque sigue estando presente y va creciendo, el nivel de la violencia es diferente porque nuestro conflicto se ha movido con matices a lo largo de los años con mayores o menores consecuencias y escenarios distintos. La realidad política en ese momento clamaba por acuerdos de paz y respaldaba amnistías que hoy serían inaceptables por buena parte de la población. El mundo también vivía otro momento. Hoy millones de electores respaldan en varios países del mundo liderazgos autoritarios que promueven la pérdida de derechos ciudadanos. Los partidos nazis toman ventaja y levantan sin vergüenza banderas de discriminación contra distintas poblaciones. El mundo, en algunos sentidos, pareciera ir en contravía de aquello que protege nuestra Constitución.
Hace 35 años la séptima papeleta que dio origen a la Constituyente generó acuerdos mayoritarios, hoy la propuesta del presidente Petro divide y segrega. Jugar con la posibilidad de cambiar la Constitución es irresponsable. El problema no está en lo que firmaron los constituyentes en 1991, el problema está en que los gobiernos y congresos elegidos desde entonces no han hecho todo lo que podrían haber hecho para convertir en realidad cada palabra consagrada en ese texto. La captura del Estado por intereses mafiosos o particulares convierte todo sueño en pesadilla. No se necesitan nuevas normas, bastaría con cumplir lo que dice esa Constitución. Al final todo este debate ni sentido tiene. Se trata de hacer política, hacer campaña, mover emociones, conseguir votos al precio que sea. En eso no hay diferencia entre la izquierda y la derecha. Todo vale para llegar al poder y una vez ahí el objetivo es sostenerse. Aunque la Constituyente sea una idea nacida para morir, no sobra recordar lo que significa la Constitución del 91 porque en estos tiempos convulsos todo puede pasar y hay que tener tablas para aferrarse.
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