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Educación
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cultivar la imaginación, humanizar el futuro

La imaginación no es evasión. Es, quizá, la competencia más urgente del presente y la más necesaria para el futuro. La invitación es clara: detenernos a ejercitarla, a darle espacio en nuestra vida y en nuestra educación

Madre e hija jugando al aire libre.

¿Qué es, en realidad, la imaginación? ¿Una ensoñación frágil, un lujo reservado a artistas y poetas, o una capacidad radicalmente humana que sostiene nuestra manera de aprender y de vivir?

Estas preguntas me han acompañado en los últimos años y se convirtieron en el corazón de mi investigación doctoral en Filosofía. Surgieron de la búsqueda de una capacidad convergente en la educación, que articula la tecnociencia con el humanismo y responde a la crisis silenciosa que describe Martha Nussbaum: la pérdida de las facultades humanistas en medio de la tecnificación y la confianza desmedida en el progreso material.

La imaginación es una facultad futuriza e integradora que enlaza razón y emoción, memoria y anticipación. Es creadora y ética a la vez: nos permite dar sentido a lo que existe y abrir camino a lo que aún no existe, construir relatos compartidos, anticipar futuros posibles y habitar con conciencia la interdependencia global. En la educación, no es un adorno ni una evasión, sino un núcleo formativo que humaniza la técnica, abre horizontes de innovación y fortalece la ciudadanía responsable. Por eso conviene detenernos a meditar sobre ella: allí se juega nuestra capacidad de aprender a vivir en un mundo en transformación sin perder lo humano.

Podemos pensar la imaginación como un mapa de sendas que se cruzan y se enriquecen mutuamente. Una es la narrativa y crítica, que nos enseña a interpretar el mundo con relatos, metáforas y preguntas. Otra es la creadora y científica, donde el rigor del conocimiento dialoga con la chispa de la creatividad para enfrentar problemas reales.

De este encuentro surge un doble movimiento: la creación reflexiva, que imagina con conciencia crítica y ética, y la reflexión creadora, que va más allá de la crítica de lo existente para proyectar realidades nuevas. Esta tensión fecunda enlaza la imaginación narrativa de la que habla Nussbaum —capaz de habitar la experiencia del otro— con la imaginación creadora de Ortega y Gasset —capaz de abrir futuros vitales—, tejiendo un puente entre humanismo y ciencia.

Ahora bien, la imaginación no se cultiva con técnicas sueltas, sino con experiencias que integren razón, emoción y acción. Florece en la lectura y la escritura que nos ayudan a comprender al otro; en proyectos interdisciplinarios que convocan a la ciencia y al arte; en ejercicios de prospectiva que entrenan la mirada de futuro; en vivencias comunitarias que despiertan la ética del cuidado y la ciudadanía global. Y también en el lugar del cuerpo y de la sensibilidad: la contemplación, la música, el silencio y el asombro, esas pedagogías invisibles que nos abren a la interioridad y nos conectan con la creación.

Para que sea fecunda, la imaginación debe caminar acompañada. El pensamiento crítico le ofrece discernimiento; la inteligencia emocional la arraiga en la empatía; y la capacidad de comprender integra estas dimensiones en un saber más amplio, capaz de unir mente y corazón. Solo cuando dialoga con estas competencias, la imaginación se convierte en fuerza transformadora y no en simple ensoñación.

Educar en la imaginación nos da, entonces, una triple capacidad: conectar humanismo y tecnociencia, habilitar la pregunta y abrirnos a la empatía. Allí radica su poder más profundo: recordarnos que aprender no es solo acumular saberes, sino crear juntos horizontes nuevos, capaces de hacer nuestro mundo más innovador y, al mismo tiempo, más justo y más humano.

La imaginación no es evasión. Es, quizá, la competencia más urgente del presente y la más necesaria para el futuro. La invitación es clara: detenernos a ejercitarla, a darle espacio en nuestra vida y en nuestra educación, a dejar que nos muestre lo que todavía no existe. Porque el mayor acto educativo de nuestro tiempo es precisamente este: cultivar la imaginación para humanizar el futuro.

@eskole

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