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Creatividad
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La audacia de idear

El encuentro Conexión Summit, que se celebrará en Medellín el 19 y 20 de agosto, nos recuerda que detrás de cada proyecto exitoso hubo primero una chispa de pensamiento

Un grupo de trabajadores comparten ideas en una oficina.

¿Qué es, realmente, una idea? ¿Un destello fugaz, un pensamiento que se escapa o una semilla capaz de transformar el mundo? ¿Por qué tan pocas logran hacerse realidad, convertirse en empresa, en política o en proyecto de vida? ¿Es posible que nazca algo grande sin haber pasado antes por un largo camino de intuiciones y ensayos?

Me hago estas preguntas a propósito del Conexión Summit, que se celebrará en Medellín los días 19 y 20 de agosto. Un encuentro que reúne a emprendedores, inversionistas, universidades y empresas para conversar sobre innovación, creatividad y futuro. Un espacio que potencia la fuerza de Medellín como ciudad emprendedora y que, al mismo tiempo, nos recuerda que detrás de cada proyecto exitoso hubo primero una chispa de pensamiento.

En ese marco, se lanzará un fondo de ideación para impulsar el emprendimiento universitario en etapas tempranas. La intención es sencilla y, a la vez, profunda: crear entornos donde los gérmenes de futuro puedan nacer, crecer y convertirse en proyectos que transformen la realidad.

Meditemos, entonces, sobre la naturaleza de aquello que llamamos idea y que la filosofía nos recuerda que no se trata de una simple ocurrencia. Para Platón, por ejemplo, las ideas eran las formas que daban sentido a lo real; mientras que Hannah Arendt planteaba que el pensamiento era la capacidad de interrumpir la inercia de la historia e introducir algo nuevo. Una intuición poderosa es siempre una interrupción: la valentía de imaginar lo que aún no existe.

Pero no toda chispa se convierte en fuego. Estudios internacionales muestran que de cada mil propuestas iniciales, apenas entre una y tres logran escalar y transformar un sector. Ese dato —más que desalentarnos— nos recuerda que la creatividad necesita ecosistemas fértiles: conversación, contraste, red de colaboración, disciplina, incluso error. Y, sobre todo, alguien dispuesto a invertir en ello.

Con frecuencia se destinan grandes recursos para apalancar empresas emergentes que ya muestran posibilidades de éxito, pero se olvida que, para que esas empresas surjan, antes tuvo que haber muchas semillas que nunca llegaron a convertirse en negocio. Por eso es fundamental que las universidades, las organizaciones y el tejido empresarial hagamos esfuerzos adicionales y coordinados para promover la ideación, aun sabiendo que buena parte de esa inversión no se recuperará directamente. Solo así se garantiza la masa crítica suficiente para que florezcan aquellas pocas ideas capaces de transformar sectores y generar impacto.

No es que falten propuestas, lo que escasea es la audacia de crear con rigor, preguntándose un poco más allá: el qué, el por qué, el para qué, el para quién.

Las barreras están ahí: el miedo a equivocarse, la comodidad de repetir lo establecido, la incapacidad de detenernos a observar dónde están los verdaderos problemas. Atreverse a idear implica incomodar, ir contra la corriente, cuestionar lo que parece inamovible. Y por eso no abunda. Una verdadera creación no nace de la ocurrencia superficial, sino de la mirada profunda que detecta un vacío y se atreve a imaginar cómo llenarlo.

De allí la importancia de una mentalidad emprendedora: no la simple capacidad de ejecutar, sino la osadía de formular preguntas improbables y de confiar en que pueden germinar. Dar paso a muchos bosquejos, prototipos y planes, saber iterar y cambiar de rumbo. Porque cada chispazo creativo es, en el fondo, un gesto de esperanza: nos permite ver un mundo que todavía no existe.

Y si esa mentalidad es rara o excepcional, es porque debe ser educada. La educación tiene la responsabilidad de abrir la imaginación, de entrenar la curiosidad y de enseñar a convivir con la incertidumbre. No basta con transmitir conocimientos: necesitamos cultivar la audacia de pensar distinto, de arriesgar hipótesis, de explorar soluciones improbables. Una universidad se debe atrever a enseñar el arte de idear, que es una de sus misiones más profundas.

Por eso necesitamos cultivar una cultura del pensamiento creador. En las universidades, en las comunidades, en la vida diaria, nos urge abrir espacios para atreverse a pensar distinto, a cuestionar lo evidente, a observar con ojos nuevos.

Porque idear, al fin y al cabo, es un acto de filosofía cotidiana: es preguntarse por lo que damos por sentado, es imaginar lo que aún no existe, es descubrir que detrás de cada problema late una posibilidad. Sin esta capacidad no hay ciencia ni arte, no hay democracia ni empresa. Y basta una chispa —pequeña, sencilla, inesperada— para encender el fuego de un porvenir entero.

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