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Educación
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lecciones para una universidad del futuro

La universidad del futuro no será solo digital, ni solo libre, ni solo diversa. Será todo eso y algo más: será humana, será inquieta y será radicalmente abierta a los tiempos que vienen

paro de la Universidad Nacional

¿Qué sentido tiene hoy una universidad? ¿Qué valores debe proteger? ¿Qué mundos está ayudando a formar? Preguntas fundamentales que se vuelven urgentes cuando las universidades están de nuevo en el centro del debate público. Desde las restricciones migratorias en Estados Unidos hasta las narrativas que siembran desconfianza frente a la ciencia, pasando por los discursos ideológicos y el miedo al pensamiento libre, las universidades parecen estar —una vez más— en el ojo del huracán.

Más allá de exigirles resultados, eficiencia o innovación, vemos cómo se empieza a cuestionar su misma razón de ser. Tal vez no se trata entonces de defender lo que fueron, sino de detenernos y preguntar: ¿qué deben aprender hoy las universidades de este tiempo que les tocó vivir?

Aquí, cinco lecciones que el futuro ya nos está dejando:

La libertad no es un lujo, es el suelo. Nunca como ahora ha sido tan necesario —y tan difícil— defender la libertad de pensar. En una época donde opinar se volvió instantáneo, pero pensar sigue siendo un acto lento, casi rebelde, las universidades deben proteger el derecho a la complejidad. A decir lo impopular. A no reducir el mundo a trincheras o lógicas binarias. La libertad académica es hoy más que un principio: es un acto de coraje institucional.

No se puede educar con muros. En Estados Unidos, el intento de cerrar el ingreso a estudiantes internacionales en instituciones como Harvard refleja algo más profundo que una política migratoria: una visión que desconfía de lo abierto, de lo distinto. Pero la universidad, por esencia, es tránsito, mezcla, porosidad. Cada estudiante extranjero es una lengua que se suma, una pregunta que viaja, una cosmovisión que se ensancha. Defender su lugar es defender una idea de humanidad compartida.

Profundidad ante la velocidad. La inteligencia artificial irrumpe con fuerza, y nos obliga a repensar el sentido de aprender. ¿Para qué estudiar si una máquina puede responder más rápido? Tal vez para lo que las máquinas aún no comprenden: el conflicto, el deseo, la contradicción. Las universidades no deben competir con la velocidad, sino cultivar la profundidad. Distinguir entre información y sabiduría. Entre datos y propósito.

Juventud como actitud. En una sociedad que envejece, donde las cifras nos hablan de longevidad pero también de repliegue, la universidad no solo debe repensar a quién educa, sino cómo preserva el espíritu juvenil del pensamiento. Porque ser joven, más que de la edad, nos habla de disposición: seguir haciéndose preguntas, cambiar de opinión, empezar de nuevo. Tal vez el verdadero papel de las instituciones de educación superior no sea garantizar diplomas, sino mantener viva esa chispa de curiosidad y rebeldía que se resiste a envejecer. Ser un lugar donde nadie tenga que jubilar el deseo de aprender.

Una urgencia por sentido. Las nuevas generaciones no buscan solo herramientas para competir. Quieren razones para actuar. No les basta un título: quieren una causa. Las universidades no pueden seguir educando como si el contexto fuera estable, previsible y homogéneo. Tienen que formar para la incertidumbre, para la sensibilidad, para la convivencia con la diferencia.

Y tal vez esa sea una de las lecciones más profundas: la universidad del futuro no será solo digital, ni solo libre, ni solo diversa. Será todo eso y algo más: será humana, será inquieta y será radicalmente abierta a los tiempos que vienen.

Porque incluso en medio del ruido ideológico, la aceleración tecnológica y el desconcierto generacional, sigue siendo urgente que existan lugares donde aún se crea en el futuro.

@eskole

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