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Terrorismo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más allá del terrorismo

Los ataques en Colombia, Gaza o Ucrania tienen en común su ensañamiento contra civiles inermes. Son acciones aleatorias, sorpresivas, sistemáticas y devastadoras, ausentes de coraje y honor

atentado en cali

Las ondas expansivas más peligrosas que han dejado los criminales y despreciables atentados terroristas este jueves en Cali, frente a la base aérea Marco Fidel Suárez, son el miedo y el odio que recorren toda la sociedad. Esas ondas nos pueden llevar a sobrepasar todos los límites imaginables. Los cilindros que explotaron han difuminado sus esquirlas de odio y sufrimiento en las mentes y corazones de millones de colombianos. Tanto esas ondas ubicuas presentes en toda la geografía de nuestra nación, junto al dolor por los 13 militares que perdieron sus vidas en Amalfi, nos pueden arrastrar incluso más allá del terrorismo. Nos puede llevar, como sociedad, a una verdadera hecatombe parecida a la que viven millones de palestinos que hoy sufren la venganza sin límites de la genocida reacción de Netanyahu, su gobierno y ejército en respuesta a los ataques terroristas de Hamás el 7 de octubre de 2023. Ataques contra cientos de jóvenes que pasaron de la euforia de un concierto al infierno de su persecución, atroces asesinatos y secuestros letales. Porque lo propio del terror, más allá de si sus actores y protagonistas son estatales, como en el caso del ejército israelí contra la población civil en Gaza y Cisjordania. O, todo lo contrario, como Hamás y, en nuestro caso, esa monstruosa hidra de cabezas mutantes que son el narcotráfico y la guerrilla, es que todos ellos tienen en común su ensañamiento contra civiles inermes y que sus acciones son aleatorias, sorpresivas, sistemáticas y devastadoras, ausentes por completo de un rasgo de coraje, valor y honor militar. Los terroristas no son combatientes, son desalmados y cobardes asesinos, más allá de la causa que esgriman, los uniformes que porten o las condecoraciones que exhiban.

Todo terror es igualmente ilegítimo

Más allá de si lanzan bombas desde aviones inalcanzables, veloces drones y sofisticados misiles ultrasónicos con solo accionar un botón contra distantes y desconocidas víctimas civiles, o explotan rudimentarios tatucos y armas de fabricación casera contra anónimos campesinos y citadinos, todos ellos son terroristas, no combatientes y menos héroes de la patria. En todas las anteriores acciones desconocen el principio del honor militar y los límites del DIH y, lo que es peor, se ufanan de sus criminales proezas porque están imbuidos del fanatismo que les confiere su supuesta superioridad moral. Así lo vemos por televisión y redes sociales en el genocidio en curso contra los gazatíes, pero también en el clandestino infierno que padecen los secuestrados por Hamás y en los sangrientos atentados en Cali. Los terroristas son cobardes que rehúyen el combate con el adversario y se ensañan contra la población civil indefensa. Por eso pierden toda legitimidad y eventual reconocimiento político. Con sus criminales acciones ellos mismos se condenan al ostracismo político y social junto al desprecio de las mayorías, sin que por ello pierdan su condición de seres humanos, pues quienes llaman a su eliminación como una plaga están incurriendo en su misma lógica criminal y terrorista. Incluso les están desconociendo su responsabilidad moral por los crímenes cometidos sobre los cuales deberán responder ante la justicia y la misma historia.

Edificios afectados las explosiones en Cali.

La reciprocidad del terror

Tales “antiterroristas” y “estadistas” se sitúan así en una especie de pedestal de superioridad moral y estatal desde el cual ordenan bombardear y disparar sin límite alguno, desconociendo los principios protectores y salvíficos del derecho internacional humanitario, tales como la distinción entre civiles y armados, entre bienes de carácter civil y objetivos militares y lanzan ataques indiscriminados y desproporcionados que causan miles de muertos y heridos entre la población civil. Así lo hace el ejército de Israel contra los palestinos y los ejércitos de Rusia y Ucrania contra sus respectivas poblaciones. Pero igualmente ha sucedido entre nosotros con los bombardeos oficiales donde han muerto niños cautivos en campamentos guerrilleros y, todavía peor —guardando las proporciones y distancias con esos conflictos internacionales— se han cometido miles de ejecuciones extrajudiciales, más de 6.000 “falsos positivos”, para matar la “culebra del terrorismo” y acabar de una vez por todas con las guerrillas. El resultado salta a la vista. En lugar de exaltar el valor de numerosos militares, se los degradó a la condición de asesinos que hoy revelan con vergüenza sus crímenes ante la JEP y vanamente tratan de expiar sus culpas y reparar a los familiares de los jóvenes ejecutados contando la verdad de lo sucedido. Sienten la vergüenza de haber mancillado su uniforme y unas armas confiadas legalmente para la protección de los civiles, no para su aniquilación criminal. La misma actitud han asumido algunos excomandantes de las Farc-Ep al reconocer como un horror, más que un error, sus miles de secuestros extorsivos, crímenes de guerra y de lesa humanidad, que son la negación misma de los objetivos de todo auténtico rebelde: la lucha por la libertad, vida y dignidad de los pueblos. Y ahora, en víspera de elecciones, parece que muchos políticos en trance presidencial quieren que volvamos a lo mismo y olvidemos que el miedo nunca es inocente y mucho menos un buen consejero para una política de seguridad y paz democrática. Ya escuchamos las voces de alarma, casi que alaridos, de numerosos precandidatos y precandidatas que proclaman por todos los medios de comunicación, en todos los lugares y eventos, que lo primero y más urgente es seguridad, seguridad, seguridad y rescatar la autoestima y dignidad de nuestros soldados.

Más inteligencia y más civilidad

A ellos habría que decirles que lo primero que necesitamos es más inteligencia y más civilidad. Inteligencia, más allá de la policiva y militar, que es urgente y necesaria, pero no suficiente. Porque primero precisamos la inteligencia que se esfuerce por comprender lo que sucede en lugar de repetir los errores y horrores de un pasado que nos tiene anegados en sangre, dolor y miedo. Carece de sentido y humanidad responder solo con más violencia y odio, creyendo que con ello ganamos seguridad y tranquilidad. Mucho menos, si pensamos que la seguridad solo es sostenible a punta de bayonetas, más pie de fuerza, drones, cámaras, muros y alambradas, sin preguntarnos por las principales causas generadoras de tanta violencia e inseguridad. Y la primera respuesta que encontramos, por más obvia que parezca, es que jamás tendremos seguridad si la ilegalidad y su criminalidad son una de las fuentes más prósperas de riqueza, si somos incapaces de reconocer que gran parte de su origen está en la hoja de coca, un prodigio de la naturaleza, que no tiene sentido alguno condenarla a seguir siendo la matriz del crimen, la codicia y el terror. Debemos empezar por reconocer que no hay plantas ilícitas, pues la naturaleza no engendra ilegalidad, lo hace la estupidez, la ambición y la hegemonía de políticas interesadas en promover la “guerra contra las drogas” y taras culturales como el prohibicionismo, que teme a la libertad y responsabilidad humana. Todas ellas muy funcionales para ciertos intereses económicos y geopolíticos, por los que siempre estaremos condenados a vivir en este infierno que la mayoría confunde con estabilidad institucional democrática, pero en realidad es una inexpugnable cacocracia[4] que se reelige periódicamente.

El terror del prohibicionismo

Obviamente los listos de la seguridad y el orden “democrático” siempre responden que es imposible pensar en la legalización de la cocaína. Pero nuestras comunidades andinas les responden: “La coca no es cocaína, como la uva no es vino” y podríamos añadir como la caña de azúcar no es aguardiente ni tampoco ron y así sucesivamente con todas las bebidas que hacen un poco más amable la vida, disfrutadas con mesura, con los límites propios de la civilidad y la responsabilidad, más allá de su estigmatización y prohibición. En lugar de erradicar y sustituir la coca, lo que hay es que transformarla con inteligencia, creatividad y competitividad, como todavía lo hace la bebida más vendida en el mundo, Coca-Cola, importando sus hojas de ENACO, la Empresa Nacional de Coca del Perú. En Colombia tenemos emprendedores sin tanto éxito, como COCA-NASA, expresión de la economía popular y la tradición milenaria de la cultura Nasa, que debería ser promovida por el “gobierno del cambio”. Entonces El Plateado, en el departamento del Cauca, se convertiría en El Dorado de la economía nacional, rivalizando con el café, otra bebida estimulante. Pero aquí el gobierno no es del cambio, sino de la continuidad, pues persiste en su erradicación y expone la vida y seguridad de sus pobladores en medio del fuego cruzado de la plata y el plomo. La plata de los narcotraficantes nacionales e internacionales y el plomo de las organizaciones criminales que se disputan los cultivos y emboscan letalmente a los militares, como en Amalfi cuando realizaban una operación de erradicación.

Militares en la zona afectada por el atentado.

El terror del pasado siempre presente

De otro lado, nada estimula más la autoestima y dignidad de los militares que el respeto y el apoyo de los civiles, el reconocimiento ciudadano por el deber legalmente cumplido y la protección de sus vidas, en lugar de ser tratados como ciudadanos de segunda clase que solo deben obedecer órdenes y estar prestos a disparar en nombre de un falaz patriotismo o la defensa de una supuesta “seguridad nacional o democrática”. Ya conocemos el lugar ignominioso adonde llevó el abuso de sus armas y su fuerza arbitraria por violar los derechos humanos y cometer graves infracciones al DIH con los “falsos positivos” en nombre de la “seguridad democrática”. Solo con más inteligencia y civilidad, acompañadas de empatía, solidaridad con las víctimas y respaldo al Estado de derecho y sus legítimas autoridades, nunca a su autoritarismo desbocado, se podrá avanzar con seguridad en la contención y eventual superación del terrorismo. Pero si de nuevo se imponen las voces estridentes del miedo y la meliflua de un líder con numerosos precandidatos y precandidatas a su disposición, como un gran elector y señor feudal, cuya inteligencia se agota en la consigna de seguridad y más seguridad y un par de rancios huevitos que disfrutan muy pocos, la inversión y la cohesión social, con certeza volveremos a repetir indefinidamente esta historia terrorífica. El terror del pasado seguirá presente. El horizonte de todos ellos se agota en ganar las próximas elecciones y no en la vida, dignidad y seguridad de las próximas generaciones. Vida, dignidad y seguridad que debe empezar por erradicar la fuente de la ilegalidad de codiciosos criminales sin límites y poner así fin a las ganancias de innumerables y respetables testaferros que abundan en lugares y ámbitos inimaginables, desde la banca con Aval, la propiedad raíz con Hitos Urbanos y el comercio con personajes como “papá Pitufo”, siempre dispuestos a financiar generosamente más de una precandidatura y futuras campañas presidenciales. Así solo ganarán y gobernarán los cacócratas y plutócratas de siempre, entonces el miedo y el terror continuarán siendo un recurso para imponer sus intereses y designios contra los demócratas y la sociedad.

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