Ni comandante, ni jefe
¿Por qué volvieron eunucos a nuestras Fuerzas Armadas? De ser unas de las mejores del mundo, las volvieron carne de cañón de maleantes.

Tenemos un comandante en jefe que no es ni comandante ni jefe. Al señor Petro se le llena la boca para decir que es el Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, para agregar de inmediato que les ordena no hacer nada.
Hay que reconocer que la actitud pasiva de las FF. AA. y la policía contra los peores delincuentes de la historia de Colombia no se la inventó Petro. Hasta donde recuerdo, Belisario Betancur inauguró esa actitud blandengue, permisiva, condescendiente, de papá comprensivo frente a un hijo que se descarrió hace rato y que quiere llevarse por delante a toda la familia. La blandura que heredó Betancur ha tenido legión desde entonces. Los presidentes compiten a ver quién es más regalado.
La galería progre los aplaude a rabiar. Ni qué decir los justificadores de los guerrilleros y maleantes, que legitiman a diario que se tomen la justicia por su propia mano, decidan matar, secuestrar, robar menores, narcotraficar, robar ganado, y expulsar a los campesinos y finqueros de sus propiedades. Varias publicaciones diarias y semanales de Bogotá llevan décadas en esa postura justificacionista del crimen.
Así las cosas, cada día oímos en la radio, leemos en la prensa y vemos en los televisores o en las redes sociales notas sobre: ”Ataque A la fuerza pública”. Desde hace una década, dejamos de oír: “Ataques DE la fuerza pública a los grupos guerrilleros.”
¿Por qué volvieron eunucos a nuestras Fuerzas Armadas? De ser unas de las mejores del mundo, las volvieron carne de cañón de maleantes. Hay una diferencia entre morir por la patria. Y dejarse matar por la patria. En lo primero hay honor de soldado. En lo segundo hay deshonor e indolencia de sus superiores.
Superiores que ponen a los sondados a estar inermes para que los acribillen. Superiores que no les dan a sus tenientes, sargentos y soldados la prerrogativa de la iniciativa, en medio de una guerra feroz, son superiores no merecen el uniforme ni la jerarquía.
Si le dan a un soldado un fusil, lo mandan a una zona de combate y en la eventualidad de que le toque usar ese fusil, los presidentes, los políticos y los superiores jerárquicos los deslegitiman, y luego los abogados de la izquierda los persiguen por años en los juzgados y los encarcelan, se pervierte y corrompe el sistema de defensa de la sociedad.
Los delincuentes que quieren socavar el orden institucional de Colombia no son hermanitas de la caridad. Son criminales desalmados, sin Dios ni ley. El soldado y el policía tienen a Dios y a la ley de su lado. Y a contingentes de abogados progres en contra, defendiendo a los criminales.
Una cosa hay que tener clara. Como dijo Henry Kissinger, “Una guerrilla si no pierde gana. Al contrario, un ejército regular, si no gana, pierde.” A las FF. AA. hay que entrenarlas y mandarlas al país rural a ganar. Lo mismo a la policía en las ciudades.
Al contrario, desde hace diez años se volvió pecado ganar. La culpa es de la política absurda que no entiende la maldad de la guerrilla. Su prerrogativa de matar sin ley y por capricho.
Cabe exhortar a que recordemos la dimensión humana de lo que se discute. Esta semana las noticias contaron que: “El capitán Francisco Merchán murió con la foto de sus hijas en el pecho, mientras esperaba una ayuda que nunca llegó. Hasta cuando tuvo comunicación, decía que no se podía morir por sus hijas. Una de ellas es una bebé recién nacida. Su esposa es una mayor de la policía.”
Ortega y Gasset dijo: “La guerra es, para la ética, un caso particular del derecho a matar, lo cual convierte el fenómeno bélico en una cuestión ético-política profunda.” El maleante que se arroga el derecho de matar por su personalísimo criterio de cuál vida vale la pena y cuál no, es un enemigo al que no se le debe dar cuartel.
Las Farc y sus disidencias, el ELN, el M-19 y los grupos paramilitares consideraron que matar no es un delito, si lo hacen ellos. Han encontrado sus justificaciones, y lo hacen sin remordimiento, sin alma, sin tener que responder a nada ni a nadie.
Eso es una aberración. Asesinar a un hombre, una mujer o un niño es un crimen. Punto. Los soldados y policías nos defienden y están para detener a los asesinos y otros maleantes. Si no dejamos salir a ganar a las FF. AA. y la policía, pierden ellos y perdemos todos.
Los superiores que no los dejan salir a ganar son cómplices de los guerrilleros, y traicionan a sus soldados. Esos superiores tienen muchas más responsabilidades. Inculcar un alto sentido ético y de humanidad en toda la estructura militar para que no se corrompan, no violen los derechos humanos, no incurran en aberraciones de la condición humana como las que se dieron en los llamados falsos positivos.
La responsabilidad última de la estrategia de salir a ganar contra los malos la tiene el Presidente de la República. Sin ese soporte político, que encarna el sentir de la nación, los mandos militares están desamparados. Por eso tenemos que volver al personaje que le dedica más tiempo a rumbear, dormir, quejarse, vociferar, acusar y desviar la culpa, que a gobernar.
Ahora bien, en el caso de las FF. AA., la actitud de Petro es aún más comprometedora, pues las neutraliza para darles todo el espacio de juego y de victoria a maleantes de todos los pelambres con los que quiere hacer su supuesta paz total. Esa no es la entidad de un comandante, ni de un jefe, y menos aún de un Presidente.
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