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Economía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Optimismo para tiempos oscuros

Un país que no se reconoce a sí mismo, que no puede evaluar con honestidad sus reales zonas de ventaja y desventaja, es incapaz de formular y ejecutar una estrategia coherente para “jugar a ganar”

Ceremonia de despedida a Miguel Uribe Turbay

Honro la memoria de Miguel Uribe Turbay, con quien tuve la fortuna de conversar un par de meses atrás. Aspiro transmitir su optimismo contagioso. Los asesinos a sueldo que cegaron su vida, y la aparente politización de la justicia, buscan afectar el futuro del liderazgo en Colombia. Personas poderosas detrás de esos actores directos, apuntan a dejarnos sin alternativas. El futuro que plantean es sombrío, sin imaginación ni rigor, sometido a líderes cínicos y desalmados, dispuestos a todo para ostentar el poder, aplicar fórmulas fallidas y beneficiarse de la corrupción. Vivimos tiempos oscuros.

Colombia tiene una larga tradición de buscar su propia alma económica, que le permita definir su puesto en las Américas y el mundo, y derivar de allí un destino para sus muy diversas regiones y sus viejos conflictos sociales. El libro Colombia Ganadora, de Alejandro Salazar, acabado de publicar, aporta un entendimiento profundo del país y su historia, y propone una ruta ambiciosa y optimista basada en una sólida, provocadora y original visión de qué es genuinamente “estrategia”. Presenta una perspectiva de qué pasará con la economía mundial en el resto del siglo XXI, de cómo debe Colombia jugar ese partido y ganarlo.

El autor no mira a cuatro ni diez años. Pregunta qué se debe hacer para crear una Colombia ganadora desde ya hasta el año 2.100. Hasta donde sé, nadie se ha embarcado en una tarea tan ambiciosa, y nadie ha sido tan acertado y comprensivo en su visión del futuro. El libro es el mejor mensaje de optimismo y liderazgo que he encontrado sobre Colombia. Equivale a abrir una ventana grande e iluminada en un ambiente cerrado y rancio, ofuscado por los tres años de Gustavo Petro.

Salazar recuenta la historia económica de Colombia con una interpretación personalísima, que supera la actitud de notariado de eventos, leyes, decretos, y choques que se impuso en alguna historiografía. Las cosas no hay que describirlas sino entenderlas, para definir qué hacer. Debemos pasar de ser locutores de partidos a técnicos orientados al triunfo.

Colombia enfrenta una vulnerabilidad extrema y un desafío existencial. “Ningún equipo, organización o persona debiera jugar un juego que no puede ganar. Por supuesto, tampoco debiera hacerlo un país. La estrategia como disciplina requiere libertad para escoger; evitar un juego que se sabe destinado a la derrota; e identificar el que sí se puede ganar”.

Su reflexión parte de entender, primero, nuestra “confusa y contraproducente identidad colectiva”, y segundo, reconocer honestamente la estructura de nuestro “hábitat”. Frente a la identidad, Colombia tiene una dificultad colectiva para generar y sostener una imagen realista y potente de sí misma. Muchos fracasos en estrategia comienzan por buscar imitar a otros y tratar de ser lo que no se es. En contraste, la estrategia debe llevar a que Colombia sepa de veras qué es, acentuar la diferencia (ojo) frente a los demás y volverse relevante en el mundo.

Por eso la estrategia es, al tiempo, “una teoría del mundo que contiene una teoría de sí mismo”, y de cómo se interactúa con esa teoría del mundo. La identidad es aquella porción acerca de sí mismo.

Por ejemplo, han tratado de convencer a Colombia de que su identidad es ser “el país más desigual del mundo”. Salazar, por el contrario, ve un país donde hay cada vez más igualdad, y con una democracia que evoluciona de forma favorable. Aceptar eso puede causar molestia, pero es esencial para transitar de la identidad negativa que nos repiten a diario, a una positiva.

La narrativa de “somos pobres, desiguales y violentos”, cómoda para ciertas élites intelectuales y políticas, ignora por completo la evidencia comparativa. Hay naciones mucho más pobres pero drásticamente menos violentas. Los datos objetivos muestran a Colombia como una trágica anomalía global en tasas de homicidio y violencia, a raíz del crimen organizado.

Estas tendencias están por cambiar, dice Salazar. La sustitución sintética de las drogas, el avance de antídotos a la adicción, y que Colombia deje de ser un país joven (jóvenes sin qué hacer es la mayor causa de violencia), terminarán con la era que se inició en 1975, y dura hasta la actualidad, de una violencia ligada al narcotráfico.

Debemos dejar de vernos en ese “espejo quebrado”, porque es profundamente anti-estratégico. Un país que no se reconoce a sí mismo, que no puede evaluar con honestidad sus reales zonas de ventaja y desventaja, es incapaz de formular y ejecutar una estrategia coherente para “jugar a ganar”.

Se debe desafiar paradigmas arraigados sobre lo que significa ser colombiano y lo que Colombia puede lograr. Por ejemplo, repensar las dicotomías campo-ciudad, centralismo-regiones, pobreza-riqueza, violencia-seguridad, Latinoamérica-mundo, exportar-intercambiar, valor- creatividad y cultura-fuga de talento.

Dejemos ahora la identidad y pasemos a los temas del hábitat, la diferenciación nacional y la generación de valor. Colombia es un país Caribe. Por eso, geoestratégicamente es un país norteamericano más que suramericano. Esa constatación de Salazar sacará ampolla. Aceptarla es crítico en una era dominada por los Estados Unidos, que se extenderá, al menos, hasta el final del siglo 21. Admitir y capitalizar esta realidad es crucial.

Salazar analiza 200 años de megaciclos norteamericanos y su reflejo en los ciclos de Colombia. Hacia el futuro, acepta la visión del geo-estratega George Friedman, para quien el área clave de la economía mundial irá desde Colombia hasta Canadá. Entre ahora y el año 2100, estaremos aquí 600 millones de habitantes, mientras que China caerá de los 1.400 millones actuales a 600 millones a final del siglo. Eso refuerza el que los 75 años que vienen serán de Estados Unidos y los países que aprovechemos la cercanía geográfica y económica a ellos.

“Debemos enfocarnos en nuestras zonas de ventaja dentro de esa nueva geografía del poder, intercambiar valor coherentemente y capitalizar nuestra posición como pieza clave en la nueva tierra de promisión: el Diamante Norteamericano (que va de Canadá a Colombia; y Venezuela, si se deja). Este es el nuevo hábitat donde debemos forjar nuestra estrategia emergente.”

En este punto aparecen dos términos clave: capital y valor. El capital fluye hacia el valor. Cuando este canal se bloquea, y el capital no puede fluir libremente hacia donde las señales indican valor, el sistema se estanca, pierde su capacidad de intercambio adaptativo con el entorno y decae.

Contra las visiones simplistas del capital de los marxistas y los economistas tradicionales, Salazar identifica cinco formas de capital: humano, físico, social, memético y financiero. Para que esos cinco capitales busquen el valor, el medio institucional debe poseer varias cualidades: estabilidad, predictibilidad, confiabilidad y aplicación universal.

Así las cosas, el corazón de la estrategia nacional emergente debe responder la pregunta: ¿Cómo conectarse a la economía global de forma ganadora, dejar que las señales se transmitan y los cinco capitales se sitúen donde está su mayor potencial de crear valor?

Por supuesto, esto sucede en medio de tensiones y competencia. En el mundo nadie se queda quieto, y nadie da tregua a ver si Colombia despierta. La rivalidad internacional, el cambio tecnológico y la demografía, por ejemplo, actúan de formas intrincadas produciendo propiedades emergentes imposibles de planificar centralizadamente.

Es clave permanecer en estado de alerta. Ignorar o simplificar esa complejidad ha sido fuente de innumerables fracasos en la planificación nacional a cargo de los tecnócratas. Los planes de desarrollo cuatrienales se deben eliminar, pues crean más cacofonía, burocratización, corrupción y centralismo, que genuino progreso.

Los errores estratégicos cometidos no impidieron que en Colombia desarrollara muchas fortalezas que es clave mantener. El país es mucho mejor intercambiador de valor multidimensional que exportador, por ejemplo. Para entender este interesante enfoque de Salazar se debe pensar en las multilatinas colombianas; el atractivo de Medellín a los nómadas digitales; el desarrollo de potentes cadenas de valor agroindustriales; las cadenas de valor de la salud de Cali, Bucaramanga y Pereira, entre otros muchos casos.

En los últimos 30 años, y en contra de la narrativa de la izquierda, Colombia ha logrado grandes progresos en problemas fundamentales, articulados alrededor de cinco Alianzas-Público-Privadas (APP): la salud, los servicios públicos (en especial los energéticos), la infraestructura, la previsión social y la vivienda. Gustavo Petro enfiló sus reformas justo a acabar con esas APP exitosas y desbandar la tecnocracia que las sustentaba. Esas APP, junto con la fuerza laboral y el empuje de la clase empresarial han permitido que Colombia prospere en términos absolutos y relativos frente a sus pares regionales.

El enfoque del actual gobierno enfatiza que nos miremos en los espejos quebrados, y justifica desmontar las APP (como el sistema de salud o el energético) donde habíamos logrado construir capacidades reconocidas internacionalmente y diferenciadoras, simplemente porque no encajan en el mito y la ideología progre.

Es estratégico neutralizar el poder de veto de grupos de interés bien organizados (algunos sindicatos como Fecode, gremios rentistas, los abusadores del régimen de consultas previas, etc.), que, por un exceso de garantismo de la Constitución de 1991, bloquean sistemáticamente los circuitos de valor más importantes del país (educación de calidad, desarrollo de infraestructura crítica, competencia económica) y crean cuellos de botella a la productividad nacional, mientras extraen rentas significativas derivadas de su eficacia para bloquear y negociar.

He planteado a Salazar algunas críticas, como que la geografía de Colombia es mayormente de frontera, y eso requiere una estrategia especial. También, pensar en el papel de las ciudades como dinamizadoras de sus áreas circundantes, de manera emergente. Antioquia tiene 5 municipios ricos y 120 pobres. Es un desperdicio enorme. Igual Cundinamarca, Valle, Meta, etc.

Cierro citando a dos gigantes de la estrategia que refuerzan el enfoque emergente. Peter Drucker, para quien la clave no radica en predecir el futuro, sino predecir lo que se deriva de lo que ya pasó. Entender bien lo sucedido. Y Deng Xiaoping, que 40 años atrás se preguntó: ¿Si a los alemanes, japoneses, coreanos, singapurenses les fue tan bien al asociarse con los EE. UU., a China le podría ir igual si los imita?

Siento a Colombia Ganadora como un libro tan importante para el país y América Latina como fue El Camino de la Servidumbre de Friedrich Hayek en los años cuarenta y cincuenta. Alejandro Salazar escribió un libro oportuno, refrescante, retador, lleno de sabiduría y agudeza, con teoría genuina y relevante, y una iluminadora reinterpretación histórica. Parte de entender lo que somos, y las distorsiones de las que nos hemos convencido. Da una visión clara del futuro y propone un posicionamiento estratégico y diferenciador. Se puede aceptar o estar en desacuerdo con este libro, pero no se puede dejar de leerlo.

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