Ir al contenido
_
_
_
_
Política
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Centros despoblados

Creo que la gente se cansó del centrismo. La opción tipo “tercera vía”, de izquierda-pero-de-derecha o de derecha-pero-de-izquierda, tuvo su momento por un par de décadas. Pero tanto la derecha como la izquierda hacen leña de sus limitaciones

Indígenas aimaras protestan por la crisis económica, el 2 de junio de 2025 en La Paz (Bolivia).

Muchas personas confían en el centrismo político con la ilusión de que allí se posicionan los más capaces y los mejor formados. Creo que la gente se cansó del centrismo. La opción tipo “tercera vía”, de izquierda-pero-de-derecha o de derecha-pero-de-izquierda, tuvo su momento por un par de décadas. Es más, dio buenos resultados. Pero tanto la derecha como la izquierda hacen leña de sus limitaciones.

La derecha critica lo blandos que fueron los tercera-vía con los delincuentes y plantea un regreso al orden y el fortalecimiento de la Policía y las fuerzas armadas. Les pareció excesivo el ingreso de millones de extranjeros ilegales, y propusieron frenar la inmigración. Juzgan excesivos los impuestos y propusieron bajarlos. Consideran asfixiante la regulación de todo lo imaginable, y proponen libertad económica y desregulación. Buscan que la educación estatal no intente influir a temprana edad en la orientación sexual de niños y niñas, machacando en los colegios políticas identitarias y partidistas. Combaten la agenda anti-mujer y defienden una actitud pro-vida, que controle los excesos del aborto. Esos mensajes han resonado con mucha gente en Europa, Estados Unidos y, desde Argentina y El Salvador, entran fuerte al debate de América Latina.

Por su parte, la izquierda considera insoportable el neoliberalismo de los tercera-vía. La izquierda quiere que el estado vuelva a primar en servicios como salud, pensiones, energía, vivienda y comunicaciones. Aumenta a discreción el salario mínimo, regala parte de los seguros y los combustibles, y no sube los peajes. Manosean los precios sin tener en cuenta las consecuencias de largo plazo, y los huecos financieros que eso genera. A los votantes les gusta que les regalen cosas. La izquierda lo sabe y sin sonrojarse anda regalando de todo.

La izquierda adoptó agresivas campañas culturales de inclusión, equidad y diversidad, tras las que inculcan una compleja agenda cultural. En Bolivia y México se cansó de la independencia de los jueces, y pasaron a elegirlos por voto popular. Como si no fuera claro que las elecciones no escogen a los mejores. Por último, la izquierda defiende la primacía del cambio climático frente a la superación de la pobreza. Acepta el decrecimiento económico como precio para la descarbonización.

En política la gente quiere promesas y populismo de lado y lado, empaquetados en píldoras agresivas y chispeantes que lleguen por las redes sociales y se puedan compartir y comentar en el almuerzo y la cena. Si el candidato no logra entrar en esa conversación de la mesa familiar, no está en política. Debe competir por la atención del público en espacios que ocupan Bad Bunny, Shakira, Brad Pitt o Tom Cruise.

Prima el hartazgo. La gente se hartó de la izquierda en unos países, y de la derecha en otros. Cuando prueba un extremo se harta de nuevo y ejerce la prerrogativa de votar por el extremo opuesto en las siguientes elecciones. Sin parar por el centro. Véanlo en muchos votantes hispanos y afro en las últimas elecciones de los Estados Unidos.

La tercera vía se creía iluminada y confiaba que a los expertos se les ocurrirían las soluciones, o copiarían las “mejores prácticas”. A pesar de que en salud, pensiones, carreteras, puertos, aeropuertos, vivienda, transporte urbano y energía fueron provistas masivamente por el sector privado a precios que la gente estaba dispuesta a pagar, eso ya no mueve la aguja de nadie,

El centro está despoblado. Eso se hace evidente pocos meses antes de las elecciones. Vean el triunfo en la izquierda de Chile de la comunista Jeannette Jara frente a la moderada Carolina Tohá. Algo similar ocurrió en México y Colombia.

Los economistas, otrora la casta sacerdotal que debía ser consultada para el diseño de sistemas de seguridad social, atención a la pobreza, diseño de concesiones de infraestructura, regulación de servicios públicos, control al déficit presupuestal a los políticos gastones, ahora parecemos un barbudo de canas que carga un anuncio en el pecho: “El fin se acerca”.

El fin tal vez sí se acerca. Los extremos sí pueden llevar a los países a situaciones desesperantes. Bolivia está ad-portas de una hambruna por la incompetencia de la dupla Evo-Arce. Nueva York puede caer en manos de un socialista que hará un experimento temerario. La situación de inseguridad en Ecuador y Colombia es espeluznante. La justicia en México empieza un experimento temerario. La corrupción alcanza niveles insospechados en España. Las guerras calientes están de moda, al igual que los aranceles, los abultados déficits fiscales y la deuda pública.

Esta descripción parece el preámbulo a una época de sufrimiento social. Algo similar a lo que sucedió el siglo pasado, de 1914 hasta 1945. La humanidad optó entonces por probar a fondo experimentos extremos, sufrirlos hasta los huesos, al punto de sacrificar en ellos a una generación. Sólo entonces volvió a la sensatez. ¿Se puede repetir eso ahora? Ojalá no, nos ahorremos los terribles acontecimientos de ese entonces.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_