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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Amigo de viaje por Vietnam

Vietnam tiene 100 millones de personas en un régimen comunista cuya economía crece al 6% anual, con una pobreza del 4%

La ciudad de Ho Chi Minh en Vietnam.

Han pasado diez años desde nuestra última visita a este país y el cambio es impactante. ¹ Lo que antes era caótico e incipiente, hoy está lleno de edificios modernos, grúas que no descansan de construir, autopistas que cruzan ciudades enteras y muchas menos motos. Los carros eléctricos de fabricación local —la marca es VinFast— están por todas partes: desde pequeños urbanos hasta taxis y camionetas de lujo.

En estos primeros días en Vietnam he recordado nuestra discusión de cómo entender el desarrollo local. Hablando con los guías, especialmente los más jóvenes, me sorprendió la falta de resentimiento hacia Estados Unidos, a causa de la Guerra. Hay familias jóvenes con dos o tres hijos, enfocadas en emprender, crecer y construir.

Inclusive un billonario local —que hizo su fortuna entre la construcción y los noodles (pastas)— creó un premio tecnológico para competir con el Nobel: 3 millones de dólares de premio principal, medio millón para tecnología emergente y otro medio millón para desarrollos tecnológicos en países en desarrollo. Nada mal para un país con el que hace quince años Colombia compartía el club de los CIVETS.

Vietnam tiene 100 millones de personas en un régimen comunista cuya economía crece al 6% anual, con una pobreza del 4%. Apple quiere fabricar teléfonos acá, y casi todas las grandes marcas de ropa maquilan en fábricas vietnamitas.

Desde acá, Colombia se siente asfixiante. Da tristeza vernos atrapados en discusiones ideológicas estériles, como si el activismo fuera una condición necesaria para sacarnos del hueco. Petro, en este contexto, se vería ridículo. Acá los comunistas son serios: no interfieren con que la gente se organice, ejecute, haga negocios y progrese.

A veces pienso que un poco de autoritarismo benevolente —ese cuyo oxígeno no viene del resentimiento y de fomentar la división— nos haría mucho bien para salir del letargo. Lo que es evidente acá es que la vía para superar la pobreza es dejar a la gente trabajar, no interferir, y permitir la libre empresa.

Le doy dos ejemplos de lo que es Vietnam hoy. El primero en la región de Sa Pa, al norte del país, donde están las famosas terrazas de cultivo de arroz. Nuestra guía, una mujer de 31 años perteneciente a una minoría étnica, nunca fue a la escuela. En su infancia, las niñas se quedaban en la casa ayudando a sus madres.

Aprendió inglés en la calle, escuchando turistas, preguntando a otros guías y repitiendo frases. Con esfuerzo se metió en el negocio del turismo. Ahorró y se compró un iPhone que usó para enseñarse a leer y, así mismo, está aprendiendo a escribir. Hoy lidera sus propios grupos, tiene solo dos hijos porque quiere asegurarse de poder pagar la escuela para que no repitan su historia. Es la principal fuente de ingreso en su hogar. Su esposo se ocupa de una pequeña granja tradicional de autoconsumo.

El segundo ejemplo es urbano. Al segundo día en Hanói, mientras almorzaba, se me rompió una muela. Busqué en internet y encontré una clínica dental cerca del centro. Me recibió el doctor Huan, un odontólogo de menos de 40 años, amable y eficiente. Le escribí por WhatsApp, llegué 20 minutos después, me tomó una radiografía y, mientras en la pantalla veíamos música vietnamita en YouTube, me arregló la muela. En menos de una hora ya estaba en la calle, con el problema resuelto a un tercio de lo que hubiera costado en Colombia.

En el corazón de este Vietnam dinámico están jóvenes como ellos: trabajadores, determinados y sin tiempo ni interés aparente en debates ideológicos. Son parte de un cambio de valores que se venía gestando desde hace años.

En el año 2000, el periódico Tuoi Tre hizo una encuesta que preguntó a los jóvenes quiénes eran sus ídolos. Bill Gates superó a Ho Chi Minh, el héroe de la guerra con Estados Unidos. Cuentan que las autoridades destruyeron miles de ejemplares y sancionaron a sus editores. Pero no pudieron ocultar lo evidente: un cambio generacional de valores; una nueva generación que miraba hacia adelante y hacia fuera, en lugar de hacia atrás y al ombligo.

Nada de eso fue espontáneo. El punto de inflexión se dio en 1986, cuando el Partido Comunista de Vietnam lanzó el Doi Moi o “renovación”, una serie de reformas económicas que buscaban evitar que el país colapsara. En ese momento, Vietnam sufría hiperinflación, escasez de alimentos, una economía paralizada y aislamiento internacional. Con el modelo de economía centralizada agotado, sin el apoyo de China ni la URSS, y con sanciones de Occidente, el país no era viable.

La respuesta del Partido fue mantener el control político, pero liberar la economía: se acabó la colectivización agrícola, se permitió la iniciativa privada, se atrajo inversión extranjera y se abrió el país al comercio. Los resultados se ven hoy: la pobreza se redujo drásticamente, surgió una clase media pujante y Vietnam se convirtió en un centro global de manufactura y exportaciones.

Lo más notable es que las reformas no surgieron de la convicción sino de la necesidad. “Hay que renovar el pensamiento antes de renovar la economía”, es la frase que le atribuyen a uno de los ideólogos más importantes del partido, y que reconocía que el estancamiento era fruto del dogmatismo. Era primero, y ante todo, un estancamiento mental.

Inevitable pensar en Colombia y en quienes hoy nos gobiernan, carentes por completo de la capacidad de autocrítica que exige un cambio real. Cómo necesitamos un Doi Moi o “renovación” colombiano, para evitar que el país colapse.

Nuestro país no está en una crisis tan profunda como la de Vietnam en los años ochenta. Pero viendo el deterioro institucional de los últimos tres años—la salud, la inseguridad, la energía, las finanzas públicas, la vivienda, la infraestructura—cuesta entender el rechazo del Pacto Histórico a un pragmatismo que, como acá, parece ser la tabla de salvación.

Es inevitable también pensar que, a diferencia de Vietnam, nosotros no podemos imponer los consensos desde arriba. Nos toca construir la legitimidad para promover un enfoque mental y pasar unas reformas que van a requerir de muchos sacrificios. Serán impopulares y van a ser atacadas de forma inclementemente desde el sectarismo ideológico de quienes hoy nos gobiernan, pero que son la única vía para recuperar a Colombia, a la manera como lo hizo Vietnam.

¹ Este artículo ensambla los mensajes de texto que recibí en semanas pasadas del economista y exministro de minas y energía Tomás González.

² Los CIVETS era un acrónimo para grupo de países a los que, en 2009, la unidad de inteligencia de la revista británica The Economist consideró las próximas estrellas de los mercados emergentes. Eran: Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía, y South África.

*Esta columna volverá en la segunda semana de agosto.

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