Cuando todos los muertos cuenten
Mientras un sector de la derecha colombiana buscaba capitalizar políticamente el deceso del senador Miguel Uribe, tres humildes familias colombianas lloraban a sus seres queridos

El deceso del senador Miguel Uribe estuvo antecedido de varias muertes y asesinatos de otros colombianos como él, de carne y hueso, con familia y un porvenir truncado por la violencia. Mientras parte del país llora este magnicidio, masacres y asesinatos selectivos siguen siendo el diario vivir en un país donde los muertos tienen estrato y no todos cuentan.
Estamos lejos, muy lejos, de un mínimo entendimiento sobre lo común: el respeto por humanidad del otro, del diferente, del contrario. Mientras un sector de la derecha colombiana buscaba capitalizar políticamente el deceso del senador y en redes sociales sus copartidarios debatían si era un líder social o un mártir de la patria, tres humildes familias colombianas lloraban a sus seres queridos. Tres muertos de a pie cuyos casos se viralizaron pero no ocuparon la agenda mediática y, mucho menos, enlutaron a todo un país.
Es cierto que Colombia es un país de huérfanos de la violencia política, pero también es huérfano de la violencia contra los “Nadie”, como el periodista y escritor Eduardo Galeano denominó a todos aquellos seres humanos desposeídos, ninguneados e ignorados por las grandes mayorías. Sergio Blanco, Harold Aroca y Germán Andrés Yule eran tres jóvenes colombianos de barrios populares y zonas rurales a quienes la violencia les arrebató la vida. Los dos primeros nacidos en Bogotá y el último en Cauca.
Sus muertes, como las de los 97 líderes sociales silenciados o alguna de las 47 masacres de este 2025, pasaron por alto para la mayoría de la sociedad. Como de costumbre, por redes sociales se informó de los decesos y el contador del desangre sumó otros tres números más.
El caso de Blanco se viralizó porque su deceso ocurrió en el frustrado concierto de la banda de cumbia argentina Damas Gratis. De no ser así, seguramente hubiese pasado como una pelea más “entre barristas”, “ñeros” o desadaptados, como suelen ser los calificativos de la sociedad en estos casos o, quizás, ni se hubiese conocido. Su muerte me sacudió. Lo conocí cuando apenas era un adolescente curioso de la política y la historia de nuestro país, lo vi crecer y con el tiempo forjarse como líder barrial y coordinador de procesos juveniles alrededor del fútbol. Un ser humano con carisma y trato único con sus pares, jóvenes humildes de sectores populares.
Sobre el asesinato de Yule, las autoridades indígenas del Norte del Cauca han señalado a la estructura Dagoberto Gómez, de las disidencias de las extintas FARC, como los presuntos autores intelectuales y materiales del hecho. Germán Andrés era músico, comunero indígena y gestor cultural. Un asesinato que se suma a una seguidilla de acciones en contra los pueblos originarios, sobre todo de este departamento.

Las peleas entre pandillas y el microtráfico acabaron con la vida de Harold Aroca, un menor de edad que fue secuestrado y torturado antes de ser asesinado. Su madre lo había reportado como desaparecido a la Policía y señaló que no hubo celeridad con la búsqueda. Un crimen atroz que se pudo prevenir y que hoy, como en muchos otros casos de los barrios marginales, una familia llora. Tan solo tenía 16 años.
Colombia lloró los 6.402 “falsos positivos” décadas después de sus asesinatos, solamente hasta que se esclareció su historia y se corroboró que el Ejército, Gaula y Agentes de Estado eran quienes habían determinado sus muertes. Aun así, hay una esfera de la sociedad pegada a un discurso, ya derrotado en los estrados judiciales, que sigue creyendo que las víctimas mortales “no estarían recogiendo café”, como en su momento dijo el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez.
Los desaparecidos de la Escombrera hasta este año -sí, hasta este año-, han recibido cierto reconocimiento nacional. Antes, se creía que era imposible que “alguien” hubiese sido capaz de enterrar muertos allí, pese a que los han enterrado en fosas comunes, desaparecido en hornos crematorios, tirado sus restos a lagos con caimanes y hasta desaparecido por tuberías, como ocurrió en la Cárcel Modelo de Bogotá.
Se cumplen 26 años del asesinato del periodista y humorista Jaime Garzón y su crimen sigue navegando en el mar de la impunidad. Otro muerto que muchos lloraron, pero otros siguen festejando porque su sonrisa irónica era incómoda, sus entrevistas punzantes y sus personajes casi que adivinos sobre el país que nos tocaría vivir.
Los más de 10 millones de víctimas que ha dejado el conflicto armado tienen una historia por contar, una familia afectada -muchas veces revictimizada- y una marca para toda la vida que debería acompañarnos en un luto nacional. Ha sido la Justicia Transicional la encargada de ayudar a desbaratar mitos y narrativas impuestas hace décadas en el imaginario colectivo. La verdad, aunque se demore y duela siempre emerge y, quienes no la quieren ver ni oír, la enfrentan con el peso de la justicia social encima.
Sin embargo, seguiremos estratificando la vida porque para unos, en su mayoría de las grandes urbes, no existe la otra Colombia, la de los barrios periféricos y la Colombia rural, la negra, mulata, mestiza, indígena y campesina. Donde aún se llega a lomo de mula a clase, se viaja en panga por horas, donde las noticias suenan primero en la radio y se come más sabroso con la mano en hoja de plátano.
Como dijo Galeano, hay muertos que cuestan menos que la bala que los mata…
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Más información
