Ir al contenido
_
_
_
_

Yino Márquez, el escultor de Shakira y Sofía Vergara, que acerca las celebridades a Barranquilla

Nacido en un corregimiento de Magdalena, Márquez se abrió camino hasta destacarse como uno de los principales escultores del Caribe colombiano. “Son heroínas”, dice sobre las dos artistas

Escultor Yino Márquez

La voz de un soldado se escucha bajo el sol ardiente de Barranquilla, capital del departamento del Atlántico en la costa Caribe colombiana:

—“Un paso al frente… A la derecha; no tanto. ¡Quieto ahí!”

El Gran Malecón, que recorre cinco kilómetros bordeando el río Magdalena, está cerrado en la tarde calurosa de jueves para el ensayo de un desfile militar. La instrucción del soldado no busca una alineación perfecta. Se dirige a uno de los compañeros que estira su uniforme y saca pecho junto a la imponente escultura de Shakira. Las caderas de bronce de la estrella barranquillera parecen sacudirse con la fuerza de la brisa.

—“¡Como si estuviera bailando con ella! ¡Sonría!”, grita el soldado que ha encontrado el mejor ángulo mientras captura la foto con el móvil.

El creador de la escultura de 6,5 metros de altura, Yino Márquez, observa la escena con la misma fascinación que sintió cuando su profesor de colegio, Álvaro Tirado, lo llevó a conocer el taller de bellas artes de la Universidad del Atlántico. “Él fue el que identificó mi talento cuando estaba en bachillerato. Me veía haciendo dibujos y un día me dice: ‘vamos a bellas artes para que vea cómo es’. Quedé impresionado. Me matriculé y ahí comencé”, recuerda.

Márquez, de 54 años, nació en un corregimiento del municipio del Plato (Magdalena), a cinco horas de Barranquilla en carro. No alcanzó a conocer al padre que se marchó, pero le bastó el amor materno. La mamá salió del pueblo con cuatro hijos pequeños, en busca de nuevos horizontes. Márquez, el menor de todos, apenas tenía edad para entrar al jardín. La madre les aseguró educación trabajando como empleada doméstica.

Vivían en el barrio La Esmeralda, en una zona del suroccidente de Barranquilla, donde el padre Cyrillus Swinne, un sacerdote holandés que llegó en la década de los setenta, ayudaba a aliviar las preocupaciones. “Estudié en el Colegio Comunal Mixto que lidera el padre Cirilo. Tenía teatro, artes plásticas, danza y uno podía escoger. Ahí fue donde conocí al profesor Álvaro. Era un colegio privado, pero el cura ayudaba a las familias. A mi vieja, que no tenía con qué, le daban la pensión y la matrícula”, narra Márquez, delgado y de estatura media, con mirada fija detrás de los anteojos.

Cursó la carrera universitaria con el mismo interés que lo asaltó cuando conoció el taller de escultura. Finalizando sus estudios universitarios, Márquez se ganó una convocatoria para levantar una de sus primeras esculturas: las manos enamoradas. Cuando las moldeó, no quiso resignarse a que la pasión que expresaban aquellas manos entrecruzadas quedara oculta y se empeñó en instalarlas en un lugar público. “No conseguí ni una varilla”, rememora entre risas.

En la campaña presidencial de 1998, el barranquillero Gustavo Bell, fórmula a la vicepresidencia de Andrés Pastrana, conoció a Márquez. “En una correría de esas, el padre Cirilo lo lleva a mi taller. Bell entra, ve esas manos y se queda sorprendido. ‘Si llego a ser vicepresidente te apoyo’, me dijo”, relata el escultor. Tras el triunfo en las elecciones, llegaron vehículos cargados de hierro y cemento. Bell no solo permitió que la escultura se montara en el parque de Los Enamorados, sino que gestionó una beca para que Márquez se especializara en España.

“Me daban 1.000 euros mensuales para estudiar en Barcelona. En esa época era platica. Yo ahorraba y pude quedarme cuatro años. Vendía cuadros y así fui a otras ciudades. Con un tiquete, cada vez que daban vacaciones a los estudiantes, uno montaba en tren a cualquier ciudad de Europa, era fantástico”, recuerda.

El escultor en las calles

El arte que Márquez conoció en Barcelona se le quedó en la memoria. “Barcelona me enseñó mucho. Si trabajas con la identidad del lugar hay más impacto. ¿Yo qué voy a hacer una escultura abstracta? Pasará desapercibida”, afirma frente a su mesa de dibujo, en el taller de la parte trasera de su casa en el barrio La Paz. Sobre los escaparates de madera tiene pinturas, utensilios y una colección de maquetas de bustos y esculturas.

Cuando regresó a Barranquilla, la ciudad se convirtió en enclave de su creatividad. Sus esculturas sobresalen en parques, calles y plazoletas, incluidas las de la cantante y compositora Esthercita Forero y la del cartagenero Joe Arroyo, leyenda de la salsa y la música tropical. “Cuando se pone un personaje nuestro, llega a mucha gente. Son populares y la gente los quiere tocar”, dice el escultor. Sus esculturas más famosas, sin embargo, son las figuras de Shakira y la famosa actriz y modelo Sofía Vergara, que se imponen en el Gran Malecón.

Una familia se toma fotos junto a la escultura de la actriz colombiana Sofía Vergara, en el malecón de Barranquilla.

Las creaciones de Márquez comienzan desde antes de dibujarlas. “Caminando, voy pensando; antes de acostarme, durmiendo me imagino lo que voy a crear, ¿oíste?”, revela con acento costeño. Luego se sumerge en fotos, videos y documentos. “En el caso de Sofía, vi muchas entrevistas, la serie reciente de ella en Netflix me la tiré toda”.

Su hijo Camilo, un ingeniero de sistemas de 27 años, hace una simulación de cómo se verán las esculturas instaladas. La mente de Márquez se eleva. Sus manos comienzan a dar forma a la imagen moldeando la arcilla con la paciencia que lleva hasta la punta de los dedos; todo un desafío para esculturas que terminarán pesando cinco toneladas. “Es un artista auténtico, apasionado y muy creativo. Cada escultura que hace tiene su esencia. Es detallista y fiel a su estilo”, destaca Olga Cervantes su esposa, licenciada en educación preescolar.

Márquez trabaja en el taller doméstico y en otro más grande a pocas cuadras. “Me gusta el clima, la gente. Y me gusta el Caribe, ese sol, ese mar, esa brisa en diciembre”, dice mientras camina hacia el sitio bajo los árboles que dan sombra a las calles del barrio. Dedicó entre seis y siete meses para esculpir a las celebridades en un espacio de unos cuatro metros cuadrados, demarcado por andamios y rodeado de polisombras donde solo entra el calor sofocante que pega la ropa al cuerpo. “No tengo mucha distancia para verlas. Yo veo la figura completa ya terminada, puesta allá”.

Con Shakira enfrentó el apretado paso del tiempo. “La hice de los pies al ombligo, sacamos los moldes y se empezó la fundición, mientras terminaba la otra parte”, recuerda. “En el recorrido pueden cambiar cosas. A Shakira le puse la falda que se convierte en olas, que simboliza el río y el mar. En la de Sofía jugué con los colores del Caribe colombiano. Le hice un traje con corte de sirena porque la quería ver elegante, pero eso no estaba metido en el negocio”.

Los fundidores –que reciben los moldes con la réplica del modelado en arcilla para la elaboración final en bronce– le dicen, en tono divertido, que con él podrían quebrar. “Es tremendo, demasiado exigente con sus obras. Es de un nivel de detalle bárbaro. Lo más retador son los rostros. Hay que llenarse de paciencia porque a veces uno dice: lo veo bien, pero él dice: ‘no, no me gusta, hay que volver a repetirlo”, asegura Fabiricio Villareal, fundidor de 60 años. Llevan casi media vida trabajando juntos.

“Es una persona apasionada por su trabajo, a veces le digo que se pasa de responsable… Es muy perfeccionista, un poco ansioso con el tiempo y siempre quiere que las cosas se hagan bien”, coincide Cenia Morales, coordinadora administrativa de la escuela distrital de arte donde Márquez es coordinador de artes plásticas. Algunos alumnos participan en sus obras.

– “Quedó muy linda [la escultura de Sofía Vergara, recién inaugurada]. Ya me hice una foto con ella”, le dice una mujer que lo ve entrar a la escuela, antes del paseo por el Malecón.

El profesor sonríe. “Cada escultura es un reto que trato con el mismo respeto. Quiero que la gente se sienta bien con la obra, que la defienda y la haga trascender en el tiempo”, comenta. Cuando sus esculturas se develan, siente un vacío. “A veces me siento como desamparado cuando termino, me siento huérfano. Con Shakira yo amanecía en el taller, desayunaba allá, almorzaba allá, cenaba allá”.

Márquez abraza la modestia. “Se hace pasar por visitante en las esculturas. No le gusta atraer las miradas”, dice su hijo Camilo. La contemplación es para su obra. Como la que dedican los soldados que buscan la mejor pose junto a Shakira. No se detienen ante la imagen de un personaje con rango militar, sino frente a sus ídolas colombianas. “Son heroínas, son grandes porque vencieron obstáculos en el camino”, concluye el escultor. Los uniformados lo animan a unirse a la foto del grupo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_