José Cobo Calderón, escultor: “El discurso que domina hoy en el arte es el de la identidad”
El creador, perteneciente a una saga de artistas de Santander, reúne sus recuerdos y experiencias artísticas en un libro de memorias

Para José Cobo Calderón (Santander, 66 años) ha llegado el momento de publicar sus memorias. El escultor que ha plasmado en bronce tragedias como el incendio de Santander en 1941 —el mayor fuego sufrido por una urbe europea en el siglo XX no causado por un bombardeo—, estampas que antaño eran cotidianas en el muelle de la bahía o los gags de quienes fueran los payasos más famosos de España, los Hermanos Tonetti, reúne sus recuerdos, siempre atravesados por el arte, en el volumen Mi vida y milagros de otros, que presentó en junio en el Ateneo de Madrid y en la Feria del Libro.
Cobo Calderón se graduó en The School of the Art Institute of Chicago en los años ochenta, después de haber suspendido hasta cinco veces su examen de ingreso en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y abandonar los estudios de Arquitectura. Posteriormente, fue profesor en esa institución de la ciudad norteamericana hasta su vuelta a Santander, donde —siempre mirando o frente a la bahía— se alzan algunas de sus obras más emblemáticas de la ciudad: el Monumento al incendio y la reconstrucción, Los raqueros o el que conmemora el 50 aniversario del Concurso Internacional de Piano Paloma O´Shea.
Sobrino de uno de los compositores más trascendentales de España en el pasado siglo, Juan Carlos Calderón, y de los pintores Fernando y Ramón, su destino ya estaba escrito desde el día que vio desde la cuna por primera vez el azul de la bahía santanderina y el verde de las montañas de fondo. Una bahía engañosa, ya que a un paseante por el muelle le parecerá que el sur apunta al norte y viceversa, o al menos, eso dice en sus memorias.
Pregunta. Unas memorias en las que no habla mucho de arte.
Respuesta. Hablo bastante de arte, pero sin dar mi opinión sobre ello. Me limito a describirlo y que las historias se expliquen por sí mismas. El arte se autoexplica, tal como lo explico yo.
P. Dice en una de sus páginas que el arte era tabú en su familia, que era muy conservadora. Sin embargo, entre sus miembros había artistas tan reconocidos como sus tíos Fernando y Ramón y el compositor Juan Carlos Calderón.
R. Realmente tardé un tiempo en concebir a mis tíos como artistas. Los veía más como tipos exóticos que traían flechas de sus viajes a Brasil. Además, yo nunca decidí ser artista, me lo encontré por el camino, casi como una casualidad. Me había matriculado en Arquitectura en Madrid y como quería fundir mis primeras esculturas, como una afición simplemente, acudía a la Fundación de Eduardo Capa, uno de los principales fundidores de España. Allí empecé a frecuentar a muchos artistas que me hicieron tomar otro rumbo.
P. En esos años setenta en Madrid abandonó los estudios de Arquitectura muy al principio y suspendió cinco veces su ingreso en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.

R. Sí, fue un consuelo que le sucediera lo mismo Rodin y hasta a Goya, y que Dalí dejara plantado en pleno examen al “jurado”.
P. Cuenta que cuando lo admitieron en al School of the Art Institute of Chicago (SAIC), el sistema era antagónico al de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde primaba la copia sobre la originalidad.
R. En el examen de ingreso en la Escuela —en el que además seleccionaban a muy pocos aspirantes— teníamos que hacer un carboncillo de una estatua clásica, un bodegón y una máscara. En el Art de Chicago hube de presentar una veintena de diapositivas de obras propias, es decir, se valoraba sobre todo la creatividad. Aprobé a la primera y además me becaron. No sé si en San Fernando siguen con el mismo sistema.
P. Opina en sus memorias que el mundo del arte es confuso en los últimos años, ya que ha derivado en direcciones incomprensibles, incluso para los iniciados.
R. Sí, porque el arte necesita una cronología, es difícil de interpretar sin ello. Antes era una cuestión de estilos, de su evolución. Hoy en día es más el tema que el estilo. Se hace mucho de todo: un artista puede estar creando vídeos, esculturas, pinturas, y todo en diferentes estilos, ya no importa.
P. En aquellos años, los ochenta y noventa, en los que empezó a desarrollar su arte en Madrid o Chicago, el arte figurativo, que es fundamentalmente el suyo, era calificado como retrógrado, frente al abstracto vanguardista. ¿Sigue esa tendencia hoy?
R. No. El figurativismo ha cambiado mucho y se representa la figura humana más como un símbolo. Sucede algo parecido con lo abstracto. Las barras de acero de edificios destruidos de Ai Weiwei no son algo abstracto, sino, sobre todo, simbólico. Una artista se hace una figura de sí misma sin un pecho y no se recrea el moldeado, como hacían Henry Moore y Rodin, por ejemplo —que utilizaban las mismas herramientas y materiales—, sino que se representa el lugar de la mujer en el mundo o la transformación del cuerpo humano. Sin querer ser pretencioso, yo estoy más en la filosofía del ser; en dónde estamos. Siempre he sido figurativo, pero quiero que sea la textura del material o el colorido lo que añada algo a la obra. El discurso que domina hoy en el arte es el de la identidad, pero yo quiero desarrollarlo más como la identidad de la especie, no de una minoría o un sector concreto. He tocado el tema de las colonizaciones, pero tangencialmente: en el Museo del SAIC en Chicago hay una imagen del dios mesoamericano Xipe Totec que se cubre con pieles de animales desollados y también de víctimas humanas, y quise “enfrentarlo” con un bronce pintado en el que lleva ropas típicas de las imágenes del barroco español. Cuando estaba en América, el colonialismo era uno de los temas que me importaban y, como español, me planteaba preguntas.
P. Miguel Ángel fue su principal inspiración cuando empezó a esculpir.
R. Sí, y por ello Roma pasaba horas ante sus obras. Pero nunca he sido un artista de estudio. No iba con lápices ni cuadernos, sino que me limitaba a mirar. Intento siempre mirar hacia afuera, hacia la gente y las ciudades, y mi escultura es un producto de ello. Trato de entender el mundo, pero no de explicarlo, pues tampoco tiene explicación, como el arte. En Roma se da la tentación de quedarse atrapado en la historia y allí conocí a muchos estudiantes de arte que les sucedía. Pero en Chicago me convencí de que hay que hacer siempre algo diferente, aunque estoy diciendo una obviedad. El arte siempre ha tendido a representar una época y William Blake tiene una frase muy buena: “La eternidad está enamorada de las obras de cada época”. Velázquez es eterno por barroco y Monet, universal por ese momento en que se analizaba la incidencia de la luz en la pintura. Hoy me gusta representar nuestra cosmología, nuestra relación con la ciencia. Las composiciones en las que estoy metido ahora incluyen niños a los que represento como especímenes, más que individuos; que desafían la gravedad y que se basan en la unión de varias mentes. Tiene que ver en cómo entiendo el mundo de hoy, no somos de una pieza sino de varias relaciones. La humanidad de hoy no la define el David de Miguel Ángel como un ser individual, sino por una serie de relaciones.
P. Un día en la Basílica del Vaticano se halla junto a la Piedad de Miguel Ángel y de pronto empieza una misa, con los sonidos del órgano, los coros celestiales… Sintió que ese era el núcleo de su religión de niño, la promesa de una vida eterna mejor… y rompió a llorar porque no creía…
R. Claro, me topé con mi propio origen, mi identidad, pero era desolador.
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