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Noticias falsas
Columna
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De ética, ‘influencers’ y periodistas

En Colombia surge el debate acerca de la necesidad de hacer un pacto ético sobre el manejo de la información política en redes sociales, un tema que concierne a periodistas y medios de comunicación, y ahora también a los ‘influencers’

Noticias falsas en Colombia

El precandidato presidencial del Pacto Histórico Gustavo Bolívar hizo una propuesta que toca un tema sensible sobre el cual debemos hablar como sociedad: la necesidad de hacer un pacto ético sobre el manejo de la información política en redes sociales. Uno de los grandes problemas que hoy enfrenta el planeta es la desinformación alimentada por millones de publicaciones que circulan diariamente en internet. No es que sea algo nuevo porque desde siempre en política se ha mentido, se ha tergiversado y se ha usado la propaganda negra contra los enemigos. Sin embargo, la era digital ha elevado ese problema a niveles extremos en los cuales se ha perdido la posibilidad de saber qué es ficción o realidad y muchas veces los ciudadanos toman decisiones políticas trascendentales sobre la base de falsedades.

Siempre conviene ser cautos a la hora de hablar de cómo mejorar o regular los contenidos porque toda regulación puede terminar en censura, pero sí es bueno discutir cómo se puede ser más transparente al publicar información política en las redes. El precandidato Bolívar propone que quienes reciban un pago para publicar información política en sus cuentas lo marquen con una triple P, para recalcar que se trata de Publicidad Política Pagada. En Colombia esta es ya una obligación para los medios de comunicación que reciben pauta política en tiempos de campaña. Es un elemento mínimo de transparencia que permite a la audiencia saber que hay un pago de por medio ante una propaganda política. ¿No debería ser también una norma para los influencers?

No es un pecado recibir un pago por publicidad en medios de comunicación. Ese sistema es tan viejo como la existencia misma de esos medios. La publicidad es lo que sostiene el engranaje de la industria de la información. Durante mucho tiempo para la audiencia era relativamente fácil distinguir lo que era el contenido editorial y lo que era la publicidad. Sin embargo, con el paso del tiempo la línea entre lo uno y lo otro se fue borrando y quienes pagan por publicidad piden, cada vez con más frecuencia, que no se note que hay pago de por medio y que su contenido se convierta en parte de la información propia del medio o de la cuenta de red.

Desde el punto de vista ético esa fórmula es riesgosa en todas las áreas y con todos los servicios o productos, y es aún más grave cuando se habla de política y cuando incluye información falsa o tergiversada como insumo y se pretende ofrecer como verdad. Hoy existen producciones sistemáticas de contenidos falsos que han sido llevadas a otro nivel por la Inteligencia Artificial Generativa. En algunos casos se trata de noticias literalmente fabricadas de la nada y en otros, los más complicados, se usan datos parciales o pedazos de fotografías o videos sacados de contexto para desinformar. Desmentir una información tergiversada que tiene una pequeña parte de verdad es más difícil que combatir una mentira total.

La infodemia, en estos tiempos digitales, contribuye a confundir, a enredar y a exacerbar los miedos. El problema no es que los ciudadanos comenten o se pronuncien en redes, porque todos tienen el derecho a expresarse, ojalá sin difundir información falsa. Si hay algo que debemos celebrar de la era digital es la democratización del acceso a la información y la posibilidad de difundir la palabra, la opinión y los contenidos de todo tipo. Es muy importante que todos hablen, que todos opinen, que haya espacios para la catarsis colectiva. Lo preocupante es que quienes tienen posiciones de liderazgo en el tráfico de contenidos -sean influencers, periodistas, medios o líderes políticos y de opinión- no midan adecuadamente sus palabras, especulen, compartan contenido falso o reciban pago por publicar sin la transparencia que debe haber al hacerlo.

En la era digital el mundo de la información cambió radicalmente y hoy miles de personas han hecho de sus redes canales masivos de comunicación. No hay que satanizar ese trabajo porque muchos periodistas, medios e influencers digitales cumplen un papel esencial para hacer visibles hechos que de otra manera permanecerían en la oscuridad. Poblaciones y comunidades excluidas tienen voz propia y el escenario digital permite a ciudadanos diversos emprender en sus pequeños o grandes negocios. Proteger ese trabajo pasa por el debate ético sobre lo que se publica y se comparte en redes. Como pasa en todos los oficios, también en el negocio digital hay quienes lo hacen con responsabilidad y quienes abusan. Sean o no periodistas, las personas que publican contenidos y tienen audiencias masivas deben pensar en las obligaciones que tienen como ciudadanos responsables de la información. Hoy la publicación de contenidos es una opción de negocio y está bien que lo sea, siempre que no se trate de desinformar deliberadamente.

Cuidar la calidad de los contenidos publicados debe ser una obligación ética de todas las personas que tienen como oficio la divulgación de información. Y hay que hablar sobre límites y también sobre auto regulación sin censura. En los tiempos de incertidumbre, cuando la paradoja de la infodemia impide entender lo que pasa en medio de las montañas de información y opinión, se debería mantener la posibilidad de certeza ante los datos suministrados por las personas que hacen información de manera profesional. Cuando hablamos de campaña política la obligación ética al compartir contenidos se debería reforzar. Este debate es para periodistas y medios de comunicación, y ahora también para influencers.

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