El Banco de la República abre sus puertas a la historia silenciada del arte en Colombia
La Casa Republicana de la biblioteca Luis Ángel Arango acoge ‘Liturgias del cuerpo’, una exposición en la que el galerista José Darío Gutiérrez sutura vacíos y abre interrogantes sobre la construcción de nación


A mediados de 2006 José Darío Gutiérrez se topó con un tesoro navegando en Internet. El coleccionista acababa de hallar en Ebay una carpeta completa del grabador Luis Ángel Rengifo (Colombia, 1906-1986). Contenía 13 piezas cargadas de crudeza y precisión para ilustrar el horror de la guerra bipartidista en el campo. Toda la oscuridad de la sangría de mitad de siglo sintetizada con la simplicidad del blanco y el negro. No obstante, la historia oficial decidió negarle un puesto a este creador necesario. “Su obra no se conoce en la historiografía del arte colombiano. Son imágenes que contienen un mensaje muy potente porque parecen señalar una condición primigenia de este país”, explica el también galerista antioqueño mientras recorre las salas de la exposición Liturgias del cuerpo, la gran apuesta cultural del Banco de la República en 2025.
Se trata de una muestra que sintetiza en 240 obras cuatro décadas de dedicación al coleccionismo –una fracción del acervo que atesora entre su casa y bodega–. Confiesa que en esta ocasión asumir el rol de curador, junto a su esposa María Victoria Turbay, ha supuesto un desafío íntimo. Quizás en clave autobiográfica. Desde sus comienzos como abogado financiero en los primeros 80, hasta ser incluido dentro de una treintena de coleccionistas escogidos para formar parte del libro de entrevistas Los guardianes del arte, publicado en 2023 por el ya fallecido mecenas argentino Daniel Levinas.

Luego, el propio apetito por hallar un camino propio se ha encargado de afilar su mirada. Casi siempre con un objeto de deseo como norte: aproximarse a toda obra que, a pesar de cautivar su ojo riguroso, haya sido menospreciada por las bienales nacionales, las becas y exposiciones o las adquisiciones de los museos oficiales entre los años 30 y 80 del siglo pasado.
En esta muestra, que estará abierta hasta el 23 de marzo de 2026 en la Casa Republicana de la Biblioteca Luis Ángel Arango, desgrana a través de 10 ejes o secciones uno de sus más recientes focos de interés: el cuerpo humano como terreno de disputa. “Todas estas imágenes que él va encontrando en su colección, le dan paso para proponer una línea que parte de la representación del cuerpo en el arte como una forma de protesta. De repudiar la guerra, transgredir la censura, señalar el machismo, los excesos y el control sobre el cuerpo femenino en distintas épocas. Funciona como un subtexto de la historia”, explica el doctor en Historia del Arte Christian Padilla.
La propuesta empata con el reclamo contra la estrechez del medio cultural colombiano. Solo así se entiende el destierro de todo este universo de artistas cargados de creaciones que interpelan al visitante con fogonazos políticos o sociales. Basta con detenerse frente a la serie de fotografías firmadas en 1974 por el creador ítalo colombiano Umberto Giangrandi (Ponteder, 1943): “Es un simulacro de una tortura que se publicó en la revista Alternativa en una edición de artistas colombianos. No es un estudio anatómico, sino más bien una trama expresionista, valiente, en un contexto de represión, porque se ubica en los años de la Operación Cóndor, cuando Estados Unidos financió la opresión de cualquier movimiento de izquierda en el continente”, apunta Padilla.

Para apuntalar el recorrido, Gutiérrez (Medellín, 1958) ha sumado piezas de artistas extranjeros que abarcan a Goya, el pintor mexicano José Luis Cuevas, el fotógrafo estadounidense Duane Michals o la grabadora alemana Käthe Kollwitz, entre otros. “Goya era el artista de la Corte, de la aristocracia española, y en un momento dado dice, ni estos retratos, ni estas escenas bucólicas de monarcas me interesan y, sin importar el fracaso económico que eso le iba a implicar, se dedica a narrar o describir los horrores de la guerra, a desentrañar la faceta más oscura del alma humana, incluso si en el siglo 19 a nadie le interesaba ver ese tipo de cosas”, relata el también empresario para justificar la presencia de una serie de grabados del pintor zaragozano que lleva nombres tan sugerentes como Murió la verdad (1810).
La línea de tiempo de la exposición se asoma muy tímidamente hasta comienzos del milenio. ¿La razón? José Darío Gutiérrez reconoce que en las últimas décadas ha emergido una oleada de artistas contemporáneos con mucho más espacio en los centros de arte y las exposiciones importantes en Colombia: “Los museos han pasado de ser lugares de conservación y de preservación de valores, a ser territorios de discusión. Al menos desde el siglo XXI ha habido una preocupación curatorial por reflexionar más y más sobre el entorno y desafiar los rasgos hegemónicos de nuestra época”. Para ejemplificar lo anterior se sirve de una video instalación de la artista visual Jessica Mitrani (Barranquilla, 1968) titulada Rita va al supermercado (2000).
Para llegar a ella basta con seguir el sonido que, como un karaoke, sale de una pantalla de televisión con la balada pop Hacer el amor con otro. Está ubicada en todo el centro de la muestra. El video, de clara estética almodovariana, es una de las piezas centrales a juicio del galerista: “Pienso que es una obra influida por la escritora Marvel Moreno y su libro En diciembre llegan las brisas. Llama la atención sobre todas esas expectativas que se generan en torno a una ‘niña bien’ de Barranquilla. A partir de la sátira desarrolla una pequeña telenovela, plásticamente impecable, con toda una discusión de fondo sobre los roles impuestos a la mujer”, cuenta Gutiérrez.

“Es uno de los aspectos más interesantes de la muestra”, señala la curadora María Wills, “porque problematiza muy bien la representación del cuerpo femenino, la desnudez, mucho más allá de la identificación con la sensualidad o la belleza que los artistas hombres construyeron a partir de la representación de la musa”. Pero también hay pinturas de creadores reconocidos dentro del canon forjado en los años 60 como Obregón, Beatriz González o Luis Caballero. Sin embargo, son obras seleccionadas a partir de etapas creativas muy concretas. O bien porque los artistas aún no habían sido valorados por el mercado, y atravesaban una fase experimental, o bien porque su mensaje rompía con toda complacencia.
De hecho, Gutiérrez concede que su búsqueda no es estética. Son, por el contrario, aquellas propuestas chocantes, que sacuden al observador, las que más lo atrapan. Por eso apela a menudo al arrebato de los inconformes: “Yo arrojo luz sobre un camino, entre todos los que hay, para que sea el espectador con su criterio, con su posición crítica, el que decida lo que le parece importante. Que no trague entero. Que no esté restringido a un modelo institucional que ha dejado por fuera expresiones, manifestaciones, debates y artistas colombianos muy potentes”.
Asegura que lo suyo no es un mero ejercicio de acumulación. Encaja, en realidad, dentro de un tipo de coleccionismo privado con vocación pública y visos de labor cívica y pedagógica. Para ello fundó en 2008, junto a su esposa, la galería El Dorado y el proyecto de investigación Bachué en Bogotá. “La crisis de nuestra nación está asociada a serie de relatos institucionales manipulados, que simplifican y solo le convienen al ejercicio político”. En su opinión, el primer Gobierno de izquierda terminó atrapado en la misma “telaraña reaccionaria y de apego a los peores vicios del poder”, a pesar de haber enarbolado la promesa del cambio social. Lo dice con certeza: “Solo en la medida en que la sociedad tenga más y mejores artistas, capaces de reclamar más conciencia y más sensibilidad, tendremos un proceso democrático virtuoso”.
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