Ir al contenido
_
_
_
_

Los masones colombianos revelan sus tesoros en un museo: “Es nuestra vitrina para que nos dejen de ver como sujetos extraños”

La Gran Logia, heredera de las sociedades secretas que impulsaron la independencia, abre las puertas de su mansión en el centro de Bogotá

Miembros de La Gran Logia masónica de Colombia, con sus prendas de vestir clásicas, en Bogotá, el 20 de junio de 2025.
Lucas Reynoso

Manuel Jaimes, un politólogo de 39 años, sabe que su vida no corre peligro por ser masón. Hace décadas que el Gobierno y la Iglesia han dejado atrás la persecución de quienes, como él, integran organizaciones dedicadas a debatir sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad. Estos valores ya no son vistos como subversivos. Pero, aun así, Jaimes suele quitarse los anillos dorados que lo identifican como masón. Dice que el secretismo que esta orden practicó durante siglos produjo “un divorcio con la sociedad” y se les tornó en contra. Se siente objeto de elucubraciones estigmatizantes: que los masones son un culto a Satanás, que son reptilianos, que son quienes mueven los hilos detrás del poder. Así lo cuenta durante la inauguración del nuevo museo masónico de Bogotá, ubicado en el centro de la capital. “Es nuestra vitrina para dejar atrás las teorías de la conspiración y que nos dejen de ver como sujetos extraños”, afirma.

Las sociedades masónicas, surgidas en el siglo XVIII en Europa, han experimentado todo tipo de cambios en las últimas décadas. Ahora se consideran “discretas” y no “secretas”: organizan conferencias, comunican algunas de sus actividades de filantropía y hablan con la prensa de vez en cuando. El historiador Eduardo Durán explica que “se han convertido en grupos de estudio”. “Son centros de debate más que de lucha”, considera. Mantienen, eso sí, todo tipo de costumbres que fueron incorporando como parte del “rigor” que se exigía a cada miembro para poner a prueba su compromiso y garantizar su lealtad. Hay vestimentas medievales, un complejo lenguaje de símbolos y ritos de iniciación. Estos últimos siguen siendo secretos. “Esa es la parte discreta”, subraya el gran ecónomo, Rafael Enrique Conde.

La lápida de José María Vargas Vila, miembro de la gran Logia Masónica, se encuentra en el museo.

El museo se ubica en la Mansión Kopp, una casa centenaria que sobrevivió a los disturbios del Bogotazo en 1948 y que contrasta con los edificios modernos del centro de la capital. Pertenece a la Gran Logia de Colombia, la organización que reúne a unos 900 de los 3.000 masones que se calcula que hay en el país —todos hombres—. Surgió de una idea de Camilo López, un ingeniero electrónico de 33 años que se integró a la orden a finales de 2021. Presentó el museo como un “puente” con la sociedad que permitiría comunicar la pertinencia de los valores masónicos en el siglo XXI. Después, organizó algunas aperturas esporádicas de la mansión y, finalmente, el año pasado buscó profesionalizar la exposición. Contactó al Programa de Fortalecimiento de Museos del Museo Nacional, que asesora iniciativas comunitarias en todo el país para que tengan una curaduría adecuada.

El sitio está repleto de símbolos masónicos. Hay escuadras y compases en todos lados: desde los vitrales de la puerta principal hasta un cinturón que lleva El Libertador, Simón Bolívar, en un cuadro del segundo piso. “La escuadra es la rectitud del individuo. Pero una persona demasiado recta también es absurdamente racional y puede ser dictatorial. Entonces necesitas el compás, que es la amplitud mental. Ambos simbolizan al hombre libre y de buenas costumbres”, explica López, hoy director del museo.

Hay, además, espadas que protegen a los integrantes de la orden y un salón con un piso ajedrezado que simboliza la luz y la oscuridad por la que caminan los seres humanos. Una copia de El anciano de los días, del pintor británico William Blake, muestra a un hombre desnudo con una abundante cabellera blanca. Es el “Gran Arquitecto del Universo”, la personificación de Dios que veneran los masones, sin importar su religión. Algunos miembros pueden ver en él a Jehová, otros identifican a Alá o Vishnu.

El recorrido se enfoca en personajes de la historia colombiana a los que los masones se refieren como “queridos hermanos en el Oriente Eterno”: fueron parte de la orden o se cree que lo fueron —la constatación es difícil en el contexto de una sociedad secreta—, y ya fallecieron. Está la porcelana que donó la familia de Tomás Cipriano de Mosquera, presidente en el siglo XIX, y una máscara mortuoria del exsenador Rafael Uribe Uribe, asesinado en 1914. Una máquina de escribir del novelista José María Vargas Vila resalta en la entrada: evidencia la identidad masónica de su antiguo dueño a través de una tecla con tres puntos que forman una pirámide y que los miembros de la orden utilizan para abreviar palabras.

Pintura del arquitecto masónico, en Bogotá, el 20 de junio de 2025.

El objetivo es enaltecer las contribuciones de los masones. Hay textos que reseñan que Simón Bolívar luchó contra “la tiranía y la opresión”, que el Gobierno de José Hilario López (1849-1852) abolió la esclavitud y que el expresidente Mosquera “promovió la educación, el libre comercio y la separación Iglesia-Estado”. Una edición del periódico Hombres Libres de Colombia recuerda la férrea oposición de la orden al concordato firmado entre Colombia y la Santa Sede en 1887. “Es una vergüenza ante las naciones civilizadas (...). Queremos Iglesias sometidas al Estado. No queremos un Estado sumiso a ninguna religión”, se lee. Alrededor, hay una decena de miniaturas de masones de la época que lucharon por estos ideales laicos.

El director del museo asegura que los principios masónicos, al día de hoy, promueven la discreción y el bajo perfil al momento de llevar a cabo obras de bien. “No buscamos resaltar al personaje en sí, sino su labor. Es un tributo al ideario”, explica. Los homenajeados en bustos y cuadros, además, están muertos. Ya no rige la prohibición de revelar su condición de masones y no hay riesgo de que se corrompan ante tantos elogios. “Para tener ego hay que estar vivo”, afirma. Reconoce, eso sí, que los mediadores de los recorridos tendrán que matizar las caracterizaciones de algunos personajes. La oscuridad coexiste con la luz: las transacciones esclavistas del independentista Antonio Nariño, las pretensiones dictatoriales de El Libertador, los numerosos hijos que el expresidente Mosquera nunca reconoció. Después de todo, es un principio masónico que “el humano no cabe en lo perfecto”.

Espada con simbología masónica y máquina de escribir que perteneció a Jose Maria Vargas Vila.

Los estándares museológicos

La colaboración con el Museo Nacional fue desafiante para ambas partes. Los masones se enfrentaron a que los expertos les criticaran la forma en la que tenían organizado lo que hasta entonces era “un gabinete de colecciones”, sin un relato conductor. “Estábamos acostumbrados a tener documentos o telas que valorábamos por ser nuestra historia. Pero no sabíamos cómo preservarlos, restaurarlos o ubicarlos”, relata el director del museo. “La primera visita fue crítica. Nos preguntaron por qué teníamos en cualquier lado un documento roto que anunciaba la muerte de Benjamín Herrera [militar, promotor de la paz tras la Guerra de los Mil Días] y que se refería a él como ‘querido hermano”, añade. Ahora, ese documento está guardado para su restauración.

Rafael Enrique Conde, el gran ecónomo de la Gran Logia de masones de Colombia.

Los museólogos, en tanto, no sabían mucho de la masonería y tuvieron que adaptarse a procesos colectivos de toma de decisiones que implicaban largas jornadas de debate. Luis Carlos Manjarrés, coordinador del Programa de Fortalecimiento de Museos del Museo Nacional, señala que esto último todavía es un obstáculo para ampliar la colección. “Hay vacíos de cosas que ellos quisieran contar, como el rol de la masonería en la abolición de la esclavitud, pero los objetos están todavía al interior de las células [el medio centenar de logias autónomas que integran la Gran Logia de Colombia]. Algunas todavía son muy herméticas y no sueltan sus colecciones”, explica. Comenta que el propio secretismo de la masonería y la falta de documentación patrimonial durante décadas impiden trazar el origen de cada objeto. Hay espadas, por ejemplo, de las cuales no se conoce la logia a las que pertenecieron, ni la fecha en las que fueron acuñadas.

El experto destaca que, pese a estas limitaciones, el museo masónico expone un patrimonio “muy valioso” que llega a complementar “un relato nacional fragmentado” en Colombia. Subraya que “es un ejercicio de memoria” que debe extenderse a comunidades de todo tipo, en todo el país, que no tienen los recursos necesarios. “Hoy por hoy nadie discute que todos tenemos derecho a leer y que por eso las bibliotecas son importantes. Pero esto no sucede con los museos. No cualquiera accede al derecho a autorrepresentarse en un espacio como este y construir una identidad. Aún se ve como un privilegio, cuando en realidad todos tienen derecho a contar su historia”.

Vitral con simbología masónica, en el museo masónico colombiano.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_