Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa
El de las proporciones es un sentido del que no puede prescindir una sociedad. Sin él, las personas con votos se visualizan como redentores y los heraldos de la verdad son crucificados

En términos del correcto español, aquel que evita el magnetismo malsano del lenguaje incluyente, se entiende un sentido de la paternidad como la “condición de autor de una obra, idea o invención” (por si acaso, paternidad es una palabra de género femenino). Y pasa el Diccionario de la Lengua Española a citar un ejemplo estupendo para entender la orientación de estas reflexiones: “la paternidad del Lazarillo se ha atribuido a varios autores”. Es que hay paternidades múltiples y en disputa.
Como pasa con la televisión, la imprenta, la bicicleta, las vacunas, la máquina de escribir, el termómetro, el teléfono, el room service y demás maravillas humanas, florecen padres por todas partes de una gran frase: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. Su aparente simpleza encierra la asombrosa descripción de uno de los grandes defectos del homo sapiens: confundir la magnesia con la gimnasia. Y es mejor llegar por la vía del ejemplo a entender sus verdaderas dimensiones.
Una cosa es defender la soberanía del país y pronunciarse sobre los diversos aspectos que, en el concierto internacional, afectan a los colombianos y otra cosa es referirse con grotescas maneras a otros mandatarios, vincularlos con el esclavismo, graduarlos de “arios” o decir que sus subalternos toman parte activa en golpes que permanecen aún en estado, pero de condensación, allá en las nubes. Una cosa es pedir disculpas y otra cosa es hacerlo con espuela incluida, como quien insiste en aplicar sal en la herida antes de poner la venda. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Una cosa es defender el derecho a la existencia del Estado de Israel (y el aprecio a la comunidad judía) y otra cosa es justificar los sangrientos excesos que dispone el primer ministro de Israel. El estado de Israel existe plenamente como una democracia moderna y funcional, con libertades y progreso. Lo hace oficialmente, en el marco de la diversidad cultural y religiosa, desde hace 77 años, en terrenos ancestrales para los judíos, cuya presencia en esa geografía se cuenta, no por años, sino por siglos. Como lo aceptaron quienes lo promovieron, hay espacio para el surgimiento de otro estado que represente los intereses de las gentes de Gaza y Cisjordania, siempre en el entendido de que esa entidad no sea la tapadera de organizaciones terroristas que solo buscan expulsar y asesinar a los judíos. Una cosa es Israel (y el pueblo judío) y otra cosa Netanyahu y sus acciones. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Una cosa es respetar la ley y las instituciones y otra cosa es nombrar funcionarios que promueven el desconocimiento de la Constitución y la prolongación espuria de periodos presidenciales. Alfredo Saade, personaje de amorfas calidades y agitador de oficio (ahora, además, encargado del berenjenal de los pasaportes), orbita alrededor de los ministros y los líderes progresistas, que son los primeros en no entender cuáles son las virtudes profesionales, la claridad mental y la experiencia del mal llamado “pastor”. ¿Pastor o lobo suelto entre el rebaño? Es comprensible que quien ganó las elecciones tenga derecho a nombrar a aquellos en quienes confía, máxime si el triunfo viene antecedido de un desarrollo prolongado en el tiempo de paranoias y delirios de persecución. Pero no es menos cierto que, entre los devotos, hay que seleccionar a los más capaces para tomar las decisiones que nos afectan a todos. El tiempo de los faraones terminó. Están enterrados bajo el peso los monumentos que erigieron para exhibir su ficticia divinidad. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Una cosa es ejercer el derecho constitucional a la protesta y a la manifestación pública y otra cosa es delinquir. La Primera Línea bebió en ambas fuentes. A quienes militaron en ella como una forma de expresión, les asiste la debida protección que brinda nuestro ordenamiento jurídico. Gústenos o no la manera en que ejercieron esas prerrogativas: paralizando al país, socavando la economía y poniendo en riesgo la seguridad, la movilidad y el empleo de millones de colombianos. No por carecer de mención en el código penal, sin embargo, puede decirse que son acciones dignas de aplauso. Harina de otro costal son quienes, como Sergio Andrés Pastor, alias 19, torturaron personas y transgredieron la ley, y deben afrontar las penas correspondientes. Él, como otros protagonistas de desmesuras criminales, ha dicho que el presidente lo ha abandonado. Ojalá fuera así. Los mandatarios no están para abogar por infractores; menos para codearse con ellos en tarimas, como si se tratase de ciudadanos impecables. Como bien se preguntaba en reciente columna el exministro Luis Felipe Henao: “¿quién les dio la orden?, ¿quién asumirá la responsabilidad moral y penal por convertir a miles de jóvenes en piezas fungibles de una maquinaria política sin escrúpulos?”. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Una cosa es haber atestiguado algunas de las numerosas sesiones de la Constituyente y otra cosa es presentarse como constituyente y, por ende, responsable del nacimiento de la carta de 1991. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Una cosa es intervenir una EPS para sanearla y ajustar su actuación a los estándares de atención que necesita la gente y otra cosa es conseguir con ese proceso que se venga abajo, como un castillo de naipes, generando malestares para la comunidad. Y muertes. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Una cosa es que estemos orgullosos de nuestro país y otra cosa es que pretendamos que el mundo nos vea como su ombligo y origen, cuando no su corazón. Este es un hermoso país, pero la cola de iniquidades, corruptelas, injusticias y violencias que arrastramos hace décadas es kilométrica. Válido enorgullecernos de nuestras bondades, pero obligatorio, también, avergonzarnos de las taras, como punto de partida para corregirlas. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
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Retaguardia. Una democracia necesita del debate y de la crítica. Nadie, sobre todo si se dedica a la política, puede tener patente de corso para que no se le cuestione. Pero bien estaría que respetáramos el proceso clínico de Miguel Uribe y desactiváramos el arsenal de comentarios, memes y caricaturas cargados de inquina. Una cosa es controvertir y otra cosa es ser desalmados. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
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