¿Quién gana cuando acaben con las instituciones?
La política del odio disfrazado de amor es más peligrosa que un tiroteo en un ascensor. Especialmente si el ascensor se desploma sobre la institucionalidad

El acto criminal contra Miguel Uribe nos tiene que conmover a todos como colombianos, como demócratas, como personas que sentimos que los candidatos son voces que representan diversos sectores de un país que necesita dejar de transitar los senderos del desprecio.
Hay cosas que tienen que cambiar. Y mucho. Sobre todo, de parte de quienes tienen la responsabilidad de conducir al país en medio de las tempestades. No podemos seguir viendo cómo se nos proyecta la película de la política del amor cuando, tras bambalinas, germinan el odio y los señalamientos como forma de gobernar.
El exceso de ardor en la plaza pública y las redes sociales, para propagar el rencor, cala fuerte y hace daño. No es lo que el país necesita. Tampoco que se desestabilicen los poderes públicos y una rama insista en que las otras se postren a ella en supuesto beneficio de “el pueblo”.
El país no necesita que le pidan ondear banderas de guerra a muerte. El país no necesita más señalamientos a los empresarios, que son tratados como esclavistas y delincuentes, mientras se tiene mano floja con los verdaderos criminales. Esos que hacen lo que les viene en gana y que en las últimas horas han exhibido su repugnante poder en Cali, Valle del Cauca, Cauca y el Pacífico.
El país no necesita de la fijación de más blancos verbales sobre los congresistas que no comulgan con el gobierno. El país no necesita que se siga catalogando a la gente que piensa diferente como “hachepés”, sediciosos golpistas o nazis. El país no necesita de más amenazas veladas a las altas cortes; mucho menos que se cuestionen sus decisiones en derecho.
El país no necesita más sindicaciones para quienes cumplen el deber de informar, apartándose de lo que publicitan los canales oficiales y sus grotescos influencers. Culpar a los periodistas de los fracasos legislativos del Gobierno es la más ruin manera de colgarles a los reporteros una lápida cada vez que salen a la calle a trabajar. ¡Los mismos periodistas que el Gobierno dice querer defender con la reforma laboral!
El país necesita que (conforme a la Constitución con que se elige a los presidentes que juran respetarla) se ejerza la representación de la unidad. No es letra muerta; el artículo 188 de la carta lo ordena: “El presidente de la República simboliza la unidad nacional”.
Retomo palabras de Fernando Carrillo Flórez, vicepresidente primero en Prisa, al referirse a Miguel Uribe: “El precio de decir la verdad. Otra víctima de la violencia verbal que ha llevado a Colombia a regresar 35 años. Qué responsabilidad tan grande para quienes han destilado tanto odio…”.
Lo recalcó el alcalde de Cali, Alejandro Éder, cuando se preguntaba en Caracol Radio: “¿Qué está pasando en Colombia? Por Dios santísimo, parece que estuviéramos en 1989. ¿Qué es esto? ¡Cómo va a ser que están atentando contra candidatos presidenciales, poniendo bombas en las principales ciudades del país! ¡El campo colombiano otra vez reventado, reclutando niños a tasas más altas que cuando estaba la guerrilla, asesinando a líderes sociales a ritmos no vistos!”.
El crimen de Miguel Uribe es asqueroso y da cuenta de la degradación a la que somos capaces de llegar sin autoridad real contra la delincuencia. Se vienen tiempos difíciles, oscuros, duros. Insistamos desde la razón en que cesen los mensajes de desprecio y que rodeemos a las instituciones. Preservarlas hará que no tambalee la democracia, acosada a diario por quienes esgrimen el repudio a las instituciones como la senda correcta. Sin respeto a las instituciones y a la ley, no habrá un mañana en democracia.
El caos no es la senda. Debilitar la democracia solo instala autocracias por décadas. Las instituciones no deben acomodarse a las ambiciones personalistas ni a las agendas ideológicas, por nobles que parezcan. Es el respeto a la arquitectura jurídica del estado de derecho, es la preservación de las leyes, es el acatamiento de la Carta Magna, es la no vulneración de la separación de poderes… es todo eso lo que garantiza una democracia.
Bienvenidas las transformaciones para bien, hechas con las herramientas jurídicas que tenemos a la mano. Los demás cambios, ejecutados en contra de la Constitución y tratando de desconocer a las instituciones, nos hundirán en pantanos de los que se tarda décadas en salir.
Los caudillos a bajarse del pedestal del ego y a trabajar por los colombianos, sin atizar odios y sin atentar contra la institucionalidad. Y los colombianos a respaldar las leyes y el estado de derecho. No hay más camino. No lo hay. A menos que se quiera ir al abismo.
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