La perfidia: enfermedad crónica en Colombia
La perfidia rige las relaciones entre nosotros como compatriotas y se ve traducida en el constante temor a ser traicionado por el otro. La palabra no se honra, y esa desconfianza hace imposible llegar a acuerdos políticos


¿Cuándo fue la última vez que usted utilizó la palabra perfidia? ¿Es probable que nunca la haya usado en la vida? Lo confieso: las pocas veces que la palabra perfidia ha salido de mis labios ha sido durante ese escaso momento en que suena el viejo bolero mexicano que recuerdo por la interpretación que hizo Nat King Cole. “Y tú / quién sabe por dónde andarás / quién sabe qué aventuras tendrás / que lejos estás de mi”. Una canción que es un reclamo y a la vez el relato de una traición amorosa. Un bello bolero.
Pero esa perfidia, que es, junto a la corrupción, una de las peores enfermedades que nos agobian como colombianos, nada tiene que ver con engaños amorosos o corazones rotos, sino que es aquella perfidia que rige las relaciones entre nosotros como compatriotas y que se ve traducida en el constante temor a ser traicionado por el otro. Esa inquebrantable angustia que habita en nuestro corazón y que nos alerta sobre la posibilidad de que incluso nuestros más cercanos conocidos sean capaces de incumplir lo acordado.
Una vez más, las luces del profesor Juan Gabriel Gómez del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Nacional nos permiten ver más allá de los meros hechos políticos para invitarnos a una urgente reflexión. Señala el académico que “la desconfianza, fruto de la escasa resolución para cumplir las promesas” es uno de los obstáculos ideológicos más grandes que Colombia tiene que superar, pues “el temor a la perfidia del otro dificulta enormemente llegar a cualquier acuerdo pues cada parte tiene la expectativa de que será víctima del incumplimiento de lo acordado”. “Un temor que se convierte en profecía autocumplida pues ambas partes terminan por defraudar aquello a lo que se comprometieron”. Mejor espejo imposible.
En Colombia, la izquierda no confía en la derecha, la derecha no confía en la izquierda, dentro de la izquierda no confían en sus copartidarios, dentro de la derecha no confían en sus copartidarios. Todos son potenciales traidores. La palabra no se honra. Y esa desconfianza alimentada por décadas enteras de traiciones entre nosotros mismos hace imposible llegar a acuerdos políticos para resolver dos asuntos urgentes: definir una política social única y constante que permita superar con celeridad la cada vez más grave desigualdad existente entre ricos y pobres; y modificar todo lo que haya de modificarse para que llegar a la política no resulte tan costoso que la corrupción termine siendo el único camino para poder sufragar una campaña electoral.
El profesor Gómez plantea el dilema hacia ambas orillas políticas. Por un lado, señala que una política efectiva de seguridad es imposible si no se pone coto a la corrupción y se genera un cambio de actitud de los ciudadanos hacia la justicia y un Estado capaz, probo y honesto. De otro lado, indica que hablar de lucha contra la desigualdad sin combatir la corrupción es absurdo, pues no se pueden expandir los derechos sin expandir el rigor del cumplimiento a las leyes. De parte y parte parecemos estar en una sin salida.
O tal vez sea el camino que algún candidato que de verdad quiera cambiar a Colombia decida transitar, proponiendo una ruta política capaz de unir a las ideas buenas de cada uno de los extremos de nuestra política, convirtiéndose en el verdadero constructor de escenarios de confianza entre aquellos que piensan distinto. El reto es dejar de ser enemigos. Eso es construir país. Quien diga lo contrario es un pérfido.
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